El esclavo obtiene una cantidad constante y fija de medios para su sustento; el obrero asalariado, no. Este debe intentar conseguir en unos casos la subida de salarios, aunque sólo sea para compensar su baja en otros casos. Si se resignase a acatar la voluntad, los dictados del capitalista, como una ley económica permanente, compartiría toda la miseria del esclavo, sin compartir, en cambio, la seguridad de éste.
Karl Marx
No es solo el premio Nobel. O no lo es tanto. Es la realidad dictaminándolo: la promulgación de un sueldo mínimo en una nación, dotado de una cuantía capaz de sufragar los precios a asumir por una vida digna, es una demanda lógica para la ciudadanía y una benéfica para la economía.
Las dos posturas encontradas sobre la mesa de negociación son irreconciliables: para las patronales, a cargo del desembolso, es un input de la producción, una disminución de su tasa de beneficio, un costo; para los trabajadores, encarnados en los sindicatos, es la existencia misma. Un tercer actor hace presencia en el espacio de debate: la nación, personificada en el gobierno, quien en la práctica sirve como tercero liquidador de conflictos insuperables y cuya presencia se legitima por el impacto de lo negociado en una variable de la mayor importancia: la demanda agregada. Para qué lado de la balanza se recueste el Estado determina si la vida será una para vivir o una para meramente sobrevivir.
