Jair Bolsonaro, ¿un producto a la Hollywood?

Y se hace inevitable la pregunta: si un grupo de seres humanos es tan poderoso para movilizar el aparato judicial de un país y efectuar una guerra jurídica en contra de un candidato inocente a presidente e inculparlo de un cargo ridículo, ¿no es capaz ese mismo grupo de agitar las bandas criminales para aniquilar la seguridad ciudadana?

Para aquel ajeno a la realidad del Brasil, es por poco imposible comprender por qué Jair Bolsonaro, un extremista de derecha favorable a la instalación de una dictadura, conquistó la presidencia de ese país. Pero hubiera sido relativamente fácil, para cualquiera que haya visitado o habitado las tierras del pentacampeón del fútbol mundial días antes de las elecciones, prever el triunfo del fascista hoy a cargo de la sexta economía del planeta. La ubicación geográfica correcta también permitiría entender el triunfo de Hitler en Alemania, de Trump en Estados Unidos, de Uribe en Colombia, de Salvini en Italia…

En «Die Welle», la obra de cine alemán de Dennis Gansel y que impactó al mundo en 2008, se recrea el ejercicio por el profesor Ron Jones efectuado, en 1967, en la escuela Cubberley High School in Palo Alto, California, con el que demostró que una dictadura al estilo Nazi podría reimplantarse sin encontrarse con muchos obstáculos, en los principales países avanzados. El hecho de que hoy se vea el resurgimiento de este tipo de líderes a nivel global no es más que una muestra, la enésima, de la capacidad que tiene el arte de prever los hechos del mundo.

Fotograma de «Die Welle»
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¿Qué se oculta en Afganistán?

Lo que se ocultó en Afganistán durando dos décadas era la identidad de los verdaderos terroristas.  

Escasas son las vidas cuya existencia sintetizan eras enteras. La del Mulá Abdul Ghani Baradar no parece serle suficiente ser una de ellas, sino que se alza como una distinguida entre tales singularidades. Figura relevante de los muyahidines de Afganistán, las fuerzas ilegales establecidas por Estados Unidos para derrocar al gobierno secular del país y derrotar a su aliado, el Imperio Soviético, habría de transformarse en líder del grupo fomentado por Pakistán en los años noventa: los talibanes, acarreando como consecuencia el verse abocado a luchar contra sus antiguos socios occidentales, quienes los desafiaron en la Guerra contra el Terror ya en el nuevo milenio.

Atrapado en combate, en Pakistán, en algún momento del 2009 y por sus nuevos adversarios, fue condenado a una estadía en la prisión de Guantánamo como preso político sin derechos, lugar de reclusión y torturas del que saldría en 2018 por exigencia de sus partidarios al presidente Donald Trump como requisito para iniciar las negociaciones que establecerían cómo sería la retirada de las tropas norteamericanas del país asiático. A hoy, el hermano mullah (como es conocido de forma honorífica), ya instalado de nuevo en las más altas esferas del grupo islámico, tiene a su cargo los diálogos con el jefe de la Agencia Central de Inteligencia (C.I.A.) de Joseph Biden, el diplomático William Joseph Burns, centrados en culminar la aventura estadounidenses en territorio afgano.

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¿Por qué se gasta en armas durante una pandemia?

«No se producen armas para ser usadas en guerras, se producen guerras para poder usar las armas creadas».

Denunciaba el europarlamentario socialista francés Daniel Cohn-Bendit en 2013, en su espacio por excelencia, en el pleno del Parlamento Europeo, la hipocresía de sus colegas con respecto a una Grecia en bancarrota. Su crítica fue demoledora por lo certera: a la par que los poderosos del Viejo Continente exigían al país heleno una considerable reducción en sus gastos para solventar los problemas de deudas y déficit, no escatimaban esfuerzos para convencerlo de adquirir fragatas, aviones y helicópteros franceses por cerca de 3.000 millones de euros, además de submarinos alemanes por 1.000 millones de euros más. Poco más de un lustro después, en pleno 2021, sin haber superado la debacle a la que sucumbió la nación consecuencia de las hipotecas subprime de 2007, con el Sars-Cov-2 arrinconando a su economía hasta empujarla al precipicio, el gobierno griego defiende la adquisición de aviones franceses Rafale por 2.500 millones de dólares. Podría parecer una excepción a la regla, una pésima tradición de los gobernantes a cargo del país mediterráneo; pero el hecho encuentra un exacto reflejo al otro lado del planeta: en Colombia, un país sufriendo una de sus peores crisis económicas en toda su historia republicana, incrementada por las consecuencias de la pandemia de salud global, su gobierno se afana por comprar cuatro aviones F-16 de Lockheed Martin buscando con desespero 4.000 millones de dólares, que no tiene, para adquirirlos. 

En ambos casos se sustentó la controversial transacción con justificaciones calcadas: para los griegos las amenazas de su vecino Turquía eran anuncios de un conflicto inminente y se requería un notorio fortalecimiento de sus fuerzas de seguridad nacional. En la región sudamericana, el gobierno colombiano considera a su vecino, Venezuela, el centro del terrorismo mundial y un villano planeando invadir su territorio en un plazo breve, obligándolo a poseer las nuevas armas. «Son una estrategia de defensa nacional», postulan desde las altas esferas. Pero la realidad parece ser muy distante: todo indica es un gran negocio, repartiendo jugosas primas de ganancia entre políticos, consultores, analistas y militares, todos con regular presencia en los medios de comunicación más masivos, repitiendo un cacareado discurso de sufrir la peor debacle nacional en caso de no poseer ese equipo. ¿Qué es más fácil de creer? ¿Que los personajes promoviendo las compras son ciudadanos desinteresados preocupados por el futuro de todos; o que son comisionistas de esa venta esperando una ganancia masiva por su realización?

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