Gustavo Petro: ¿terror, esperanza o revolución?

Al Petro proponer una transición productiva, basada en el conocimiento y organizada para recibir masas de turistas internacionales, puede estar elaborándose un poderoso renglón de la economía, uno lo suficientemente fuerte para impulsar el desarrollo y desatar una verdadera revolución.

Los cambios, cuando importantes, consagran transformaciones. Y aquellas que son relevantes, contraen incomodidades. La visión en un horizonte prometedor hace soportar los sufrimientos cotidianos. Así, se aboca Colombia indetenible, aunque muy tardía, a su primer gobierno nacional ajeno al establecimiento político, impulsada por la ilusión de imponer la transición de la que engendrará un mañana opuesto a la cruda realidad que ha sido la cotidianidad del país durante toda su historia moderna. Un primer foráneo a la casta criminal y oligárquica (en el sentido aristotélico del concepto) cuyo legado es nada distinto a una era de explotación bajo el yugo de la violencia y el derramamiento de rios de sangre para usurpar las riquezas nacionales, se dispone a tomar posesión en el cargo más apetecido por todo político colombiano.

Gustavo Petro Urrego, tan indescriptible como fascinante, tan impredecible como contundente, un hijo de las revoluciones políticas más valientes del Siglo XX, ha desarrollado un programa de gobierno irresistible para la gran mayoría de sus compatriotas, estructurando en cada línea de él el cómo construir una política pública que le otorgue al país las herramientas requeridas para afrontar con éxito los retos más acuciantes de un futuro a hoy vislumbrado como alarmante. Y no obstante tan prometedor escenario, la profunda ilusión desatada en cada uno de los electores del candidato no proviene tanto por las ideas plasmadas en su programa de gobierno, sino en la absoluta confianza habida en cada uno de ellos de que, una vez haya tomado él posesión como presidente de la República de Colombia, sus promesas cobrarán vida en la realidad y los resultados de ellas a muchos darán una primera oportunidad.

Gustavo Petro Urrego
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¿Tocando a las puertas de la extinción humana?

Su metraje es una metáfora nítida del mundo moderno, una acusando el haber creado una sociedad tan cruel, violenta y desigual, que ha hecho insoportable la existencia de la vida misma.

M. Night Shyamalan es un fascinante realizador. Posee además una carrera desenvuelta através de un misterio más denso que las enrevesadas tramas de sus filmes. Varias de sus obras, por ejemplificar lo escrito, han sido condenadas al fracaso por sus distribuidoras transmutarlas a la brava en la secuela de «The Sixth Sense», su gran éxito en taquilla. «The Happening» no es una de ellas. Es, realmente, una película mediocre dentro de la filmografía de un hombre al que sin lugar a equívocos se debe definir como un cineasta.

Casi todas las obras del autor oriundo de la India contienen una complejidad de sus tramas en la que sobresale su construcción minuciosa de secuencias perfectamente conectadas, un entramado desarrollado para soterrar una verdad poderosa pero que, a pesar de haberse puesto frente al espectador, es invisible para él. En su primera producción en los Estados Unidos el ocultar la verdadera condición del personaje de Bruce Willis durante toda la trama fue su gran baza; y, en «Signs», lo impactante fue descubrir que las señales no eran una referencia a las estructuras creadas en los campos indicando cómo efectuar el aterrizaje de naves extraterrestres, sino a las señales recibidas por la familia durante toda su vida para sobrevivir a ese evento. En «The Visit» falló rotundamente, pues era imposible, no evidente, descifrar la verdadera situación de los pequeños en su visita a sus abuelos.

The Happening. Disney.
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