¿La hora del Estado Inversionista? Parte III.

Creer que el capital es infinito sí es una ilusión dañina; pero es una idea criminal sostener que este es escaso. De la comprensión de esa realidad es que se produce la gran arma del Estado Inversionista: la “democratización de la inversión”.

PARTE I PARTE II

LA DEMOCRATIZACIÓN DEL CAPITAL.

Si el debate tiene como base la racionalidad, la necesidad de cambio en cualquier latitud es algo indubitable. Y el tamaño del reto es tan inmenso que, en el mundo moderno, solo el Estado tiene la capacidad de afrontar y salir triunfante de tan abrumadora misión. La noticia esperanzadora es que se comprobó, con las crisis de gran magnitud, que el arma más poderosa para efectuar la transformación está al alcance de la sociedad: el capital. Sea la crisis financiera (2008), de terrorismo (2001) o de salud (2020), cuando los grandes gobiernos requirieron de recursos públicos para los sectores más poderosos de la economía, la escasez fue ninguna.

Creer que el capital es infinito sí es una ilusión dañina; pero es una idea criminal sostener que este es escaso. De la comprensión de esa realidad es que se produce la gran arma del Estado Inversionista: la “democratización de la inversión”. Y es que el deseo de todos poder acceder a unos recursos en forma equitativa para iniciar nuevos y necesarios emprendimientos, sin dejar atrás la lucha por la repartición injusta del ingreso, en su momento una idea propuesta por James Meade, economista inglés y laureado con el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel en 1977, es una realidad posible, rentable, sustentable y necesaria.

James Maede
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¿Por qué sí se deben emitir billetes para salvar el país?

Una medida de política pública necesaria, urgente y muy adecuada para este momento.

Naomi Klein, poderosa pluma canadiense, predijo en su incomparable obra «The Shock Doctrine», así como en su secuela no oficial «No is not enough», la aberrante distribución de la riqueza conseguida en plena pandemia del Covid-19. Su tesis es controversial pero los hechos la hacen una contundente: en los momentos de mayor crisis y miedo, cuando las sociedades más irracionales son, los grupos ligados al poder encuentran la oportunidad perfecta para establecer las políticas más funcionales a sus intereses, por aberrantes que la aplicación de ellas sean para la nación. La inserción de un opresor aparato castrense y una dictadura civil en los Estados Unidos se posibilitó tan sólo en medio del pánico causado por los ataques del 11 de septiembre; las masivas privatizaciones y liberalizaciones de empresas y sectores en las economías del sudeste asiático se lograron materializar únicamente después de la crisis económica acechando la región en 1997.

La Gran Recesión, arrancada en 2008 y existente hasta este 2021, ha permitido decretar medidas económicas impensables y consideradas herejías hace poco tiempo: tasas de interés negativas, préstamos a un siglo, préstamos a perpetuidad y, por supuesto, una impresión de dinero en niveles sin precedentes. La meca del neoliberalismo, Wall Street, el lugar donde la no participación del Estado se exclama vociferante, acaba de solicitar la intervención del gobierno federal con tal de evitar la debacle de los grandes magnates del sector, al haber perdido ellos en franca lid una apuesta especulativa millonaria contra unos «degenerados de Reddit». Deja en evidencia la coyuntura el que todas las medidas políticas están sobre la mesa, todas posibles y disponibles, sin embargo, su implementación está prohibida en una situación: cuando su aplicación favorece a la ciudadanía en general.

Naomi Klein. Foto The Intercept
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