¿La hora del Estado Inversionista? Parte III.

PARTE I PARTE II

LA DEMOCRATIZACIÓN DEL CAPITAL.

Si el debate tiene como base la racionalidad, la necesidad de cambio en cualquier latitud es algo indubitable. Y el tamaño del reto es tan inmenso que, en el mundo moderno, solo el Estado tiene la capacidad de afrontar y salir triunfante de tan abrumadora misión. La noticia esperanzadora es que se comprobó, con las crisis de gran magnitud, que el arma más poderosa para efectuar la transformación está al alcance de la sociedad: el capital. Sea la crisis financiera (2008), de terrorismo (2001) o de salud (2020), cuando los grandes gobiernos requirieron de recursos públicos para los sectores más poderosos de la economía, la escasez fue ninguna.

Creer que el capital es infinito sí es una ilusión dañina; pero es una idea criminal sostener que este es escaso. De la comprensión de esa realidad es que se produce la gran arma del Estado Inversionista: la “democratización de la inversión”. Y es que el deseo de todos poder acceder a unos recursos en forma equitativa para iniciar nuevos y necesarios emprendimientos, sin dejar atrás la lucha por la repartición injusta del ingreso, en su momento una idea propuesta por James Meade, economista inglés y laureado con el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel en 1977, es una realidad posible, rentable, sustentable y necesaria.

James Maede

La revolución de los trabajadores, tal y como la soñó Marx, está en el sindicalismo y el cooperativismo, hoy un árbol enfermo que, después de una larga sequía, se ha visto reverdecer después de unos prometedores días de lluvia. Pero, una revolución de los emprendedores, quienes en asoció con el Estado tendrían el poder de deshacer la enorme concentración del capital, resquebrajar los oligopolios y revesar el desastre ecológico agobiando el globo terráqueo, es una de obligación cimentar. Y un gran modelo base para esta forma de desarrollo se encuentra subutilizada en Colombia bajo el nombre del “Fondo Emprender”.

Básicamente, el funcionamiento es que una iniciativa empresarial productiva se presenta a la institución que otorga los créditos públicos. Si la idea productiva está perfectamente sustentada, se le otorga un capital semilla para que inicie operaciones. Pasado un tiempo prudente, se revisa el comportamiento de la empresa y si la organización fundada está ya en actividades, creando empleos, aportando a la economía, el Estado condona la deuda, esperando sea este un aporte a su crecimiento y, así, prontamente, nazca un nuevo contribuyente fortaleciendo las arcas públicas.

Manifestación sindicalista en los Estados Unidos en los años 1920.

La idea del Fondo Emprender, desde la visión del Estado Inversionista, debe ser ampliada hasta alcanzar el marco de la Teoría Monetaria Moderna (T.M.M.), dotándola de un límite amplío de capital: proyecto de emprendimiento de valor para la sociedad que nazca, se financia. El gran debate entre las dos escuelas de economía sobre la T.M.M. radica en sus diferencias sobre la emisión de dinero y la posible consecuencia en la inflación. De resaltar que, para ninguna, una situación de hiperinflación es deseable; pero no solo las ideas heterodoxas, sino también las consideradas “técnicas”, causan el problema en el incremento de los precios. Cuatro décadas de políticas monetarias restrictivas en Colombia y el país sufre hoy de una escala de precios sin precedentes.

Eduardo Garzón, economista español estudiando el caso venezolano, cita estudio de Steve H. Hanke y Nicholas Krus para el Instituto John Hopkins, escrito estipulando que la inflación no se causa por un incremento en la masa monetaria, sino por un desbarajuste entre la cantidad de dinero habido en la economía y la cantidad de bienes y servicios existentes en ella. Revisaron más de 50 casos de hiperinflación global y no encontraron un solo ejemplo de emisión masiva de dinero desbarajustando los precios. Ni en Venezuela, ni en Zimbabue, tan citados por los economistas más ortodoxos. Entender la diferencia es dotar al mundo, desde la academia, de una herramienta capaz de cambiarlo por completo.

Eduardo Garzón

Así, imprimir dinero para invertir en la economía a través de emprendedores se proyecta como una idea con potencial por completo transgresor. Una emisión masiva, que se inyecta en la economía a través de créditos para emprendedores, haría crecer el producto a niveles considerables sin impactar negativamente en el nivel de precios generales. Se sostiene esto basado en el hecho de que el acrecentamiento de la demanda vendría en paralelo y controlada con un aumento de la oferta. Toda inyección crearía más empresas, con sus bienes y servicios, que compensarían la mayor cantidad de agentes del mercado con nuevos ingresos, estableciendo otro punto de equilibrio más arriba en la gráfica. Incluso, la economía de escala e inversiones tecnológicas naturales en cualquier proceso de expansión económica sostenible, lograrían reducir los precios.

Parece que debe dársele a Richard Nixon la razón: el verdadero respaldo de una moneda es el tamaño de la economía que la emite. Son sus empresas, la calidad de sus trabajos, sus avances tecnológicos, el poseer materias primas estratégicas en abundancia y, sobre todo, la imagen proyectada en la ciudadanía, lo que otorga valor al papel nacional. Si la base de la moneda moderna FIAT es la confianza, entre más grande y poderosa la economía, más seguridad contrae el papel impreso por su Banco Central. Pero, además, hay una operación anual producida en todos los territorios esencial para determinar el valor de su moneda: los impuestos.

Richard Nixon

Todos los gobiernos del mundo, en representación de sus Estados, recaudan impuestos, única y exclusivamente en su moneda. Eso obliga a los agentes económicos de la nación a producir y ganar en la denominación monetaria de ese Estado. Esa demanda por dinero propio es el verdadero gran determinante del valor acuñado en los papales. A más agentes económicos buscando una moneda determinada para responder por esas acreencias, más poder tendrá el gobierno y su moneda. Radica ahí la gran diferencia entre las escuelas economistas: para los monetaristas el dinero es la riqueza; para los heterodoxos, como la profesora Stephanie Kelton, la riqueza es la economía y el dinero su representación. Por eso, para estos últimos, el dinero no es un bien, sino una magnitud, una medida de la riqueza. Y nada equivocados están.

Si es el dinero es una forma de medición de la riqueza, es posible, y es una realidad tangible, el emitir hasta el infinito. Es una posibilidad física, real. No hay un límite natural para la creación de dinero que un gobierno pueda hacer y más en la era digital. De resaltar con urgencia: no es eso lo propuesto acá. El Estado Inversionista emitiría, de ser necesario, únicamente el capital requerido por sus emprendedores nacionales. No habría un solo billete financiado gasto, pero habría todos los necesarios como capital semilla, creando miles de nuevos emprendimientos en donde el Estado, como financiador y poseedor de una parte mayoritaria de la empresa, tendría un decir sobre la producción.

Stephanie Kelton

Si un tipo de corporaciones capitalistas y contaminantes tienen el planeta al borde de un colapso sistémico, no son ese tipo de empresas las invitadas a ser financiadas. Con ese poder de democratización del capital, sumado al de la legislación, un Estado Inversionista tiene la capacidad de transformar la economía en una más productiva, más eficiente, con mejor distribución de la riqueza y sin un daño ambiental amenazador. El plástico sirve como excelente diciente. Es imposible negar la inmensa comodidad que a nuestra vida ha traído el plástico como mecanismo de empaque. El daño ecológico por él producido es lo indeseable. Por lo tanto, bolsas y botellas son una necesidad de la economía moderna, pero no en ese material.

Existen decenas de sustitutos ecológicos al plástico cuya producción masiva sería totalmente posible, en las circunstancias adecuadas. El Estado actúa hoy como creador de mercados a través de la emisión de leyes, con la imposición de impuestos a un lado de la economía, estableciendo beneficios tributarios al otro y a través de órdenes de compra. Pero, más poderoso sería si a un emprendedor de empaques producidos con fibras vegetales el Estado le invirtiera lo necesario para instalar sus plantas y ponerlas en funcionamiento. Todas las medidas adicionales serían bienvenidas y complementarias y, así, en un periodo de tiempo corto, la industria del plástico sería reemplaza por una biodegradable.

Portada documento la CEPAL: Hacia la transformación del modelo de desarrollo en América Latina y el Caribe: producción, inclusión y sostenibilidad.

La Comisión Económica para América Latina (CEPAL), en concepto de este espacio, el centro de pensamiento más importante de la región, produjo un poderoso documento en respuesta al mundo establecido después de la pandemia. Entienden ellos que, para superar esta debacle, «se requieren nuevas formas de gobernanza experimentalista», con tal de encontrar «nuevos pactos fiscales, productivos, sociales y ambientales para superar los problemas de la coyuntura actual». Entienden ellos que el sector privado cuenta con una «provisión de financiamiento en una escala poco accesible» para las transformaciones por la sociedad actual demandadas.

La CEPAL considera existen «nueve sectores con alto potencial dinamizador y transformador: la transición energética, la electromovilidad, la economía circular, la bioeconomía, la industria manufacturera de la salud, la transformación digital, la economía del cuidado, el turismo sostenible y, por último, el sector conformado por MiPymes y la economía social y solidaria». Pero para transitar hacía una economía superior, la región requiere urgente «mejorar la capacidad institucional del Estado». Aquí, en el Estado Inversionista, parece estar la mejor respuesta posible.

Desigualdad en América Latina

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