¿La hora del Estado Inversionista? Parte III.

Creer que el capital es infinito sí es una ilusión dañina; pero es una idea criminal sostener que este es escaso. De la comprensión de esa realidad es que se produce la gran arma del Estado Inversionista: la “democratización de la inversión”.

PARTE I PARTE II

LA DEMOCRATIZACIÓN DEL CAPITAL.

Si el debate tiene como base la racionalidad, la necesidad de cambio en cualquier latitud es algo indubitable. Y el tamaño del reto es tan inmenso que, en el mundo moderno, solo el Estado tiene la capacidad de afrontar y salir triunfante de tan abrumadora misión. La noticia esperanzadora es que se comprobó, con las crisis de gran magnitud, que el arma más poderosa para efectuar la transformación está al alcance de la sociedad: el capital. Sea la crisis financiera (2008), de terrorismo (2001) o de salud (2020), cuando los grandes gobiernos requirieron de recursos públicos para los sectores más poderosos de la economía, la escasez fue ninguna.

Creer que el capital es infinito sí es una ilusión dañina; pero es una idea criminal sostener que este es escaso. De la comprensión de esa realidad es que se produce la gran arma del Estado Inversionista: la “democratización de la inversión”. Y es que el deseo de todos poder acceder a unos recursos en forma equitativa para iniciar nuevos y necesarios emprendimientos, sin dejar atrás la lucha por la repartición injusta del ingreso, en su momento una idea propuesta por James Meade, economista inglés y laureado con el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel en 1977, es una realidad posible, rentable, sustentable y necesaria.

James Maede
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Wall Street, ¿el cáncer de la economía?

Boeing, en su maldito afán de ahorrar costos precipitadamente, decidió no informar a ningún piloto en el mundo sobre el nuevo sistema instalado en sus aeronaves y, por lógica fácilmente deducible, no había dictado ningún protocolo de respuesta en caso de que este fallara.

Durante el metraje de “Hairspray”, la insuperable adaptación para cine hecha por Adam Shankman de la obra de Broadway que arrasó en los premios Tony de 2003, la que a su vez está basada en la intranquilizadora película de los años ochenta dirigida por John Waters, un momento mínimo dentro del filme, pero capital para la historia del cine, se presenta sutilmente. Mientras Penny Pingleton (Amanda Byrnes) fuerza a mirar la pantalla de televisión a Edna Turnblad (John Travolta) para que vea a su hija brillar, la confundida madre le dice a la amiga de su retoño que ya ella “sabe la verdad, que todo fue filmado en un gran set de Hollywood”.

El hecho de que los sucesos del filme se ubiquen en los años sesenta es el contexto necesario para entender la frase del personaje. Y es que hasta hace muy poco la ignorancia del espectador frente al proceso de filmación era absoluta, haciendo del visionado de cualquier película una experiencia mágica y abrumadora, con un gran impacto sobre cualquiera que tuviera oportunidad de disfrutar con las imágenes en movimiento proyectadas en la gran pantalla. En esa época, era una chiva noticiosa de la mayor importancia descubrir que, cuando en una película se veía un hombre colgado de un reloj en un rascacielos, no se filmaba a la persona desde lo alto de un edificio sino en la seguridad de un set y falseando todo el mundo alrededor suyo.

Harold Lloyd en «Safety Last».
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