¿Mejor con un presidente empresario?

La historia entrega hechos fácilmente convertidos en realidades contundentes. He aquí uno: un empresario no se lanza a la toma del gobierno para hacer más rico a todo el país, se lanza a la presidencia de su república para enriquecerse más a sí mismo. Cuando funda su compañía no lo hace con la intención de acaudalar a sus trabajadores; sino con la clara misión de que ellos incrementen su fortuna. Y así, se entiende, se transforma en político para aprobar las leyes necesitadas para la expansión de sus empresas, sus negocios, sus inversiones; siendo su deseo el que ahora no solo sea su nómina, sino la totalidad de la nación, quien incremente su opulencia.

Karl Marx, el gran observador, entendía que lo palmario no tenía por qué concatenar con la realidad. Las portadas, en las áreas sociales, especialmente en las económicas, no sirven para juzgar el contenido del libro. «Si las apariencias fueran suficientes, la ciencia no sería necesaria», sentenció alguna vez el gran filósofo alemán. En Colombia, y en general en el mundo moderno, el corporativismo internacional ha sabido incrustar en las mentes de las mayorías, con mucho éxito, una idea que se explaya como un virus entre los votantes, una cuya simpleza no engaña ni por un segundo a los letrados, pero que se vislumbra sólida frente a los más incautos. Se trata de aquella falacia insinuando que los grandes empresarios son, por definición, grandes gobernantes públicos. El esquema propagandístico detrás del bulo es uno encadenando ideas muy sencillas: si conoce los secretos, él o ella, sobre cómo administrar una corporación con éxito, posee también la fórmula para dirigir un gobierno, siendo consecuente que, si como empresario se hizo, él o ella, pudiente, como gobernante hará acaudalada a toda la nación.

La inocencia con la que los electores aceptan tan ridícula premisa es a veces enternecedora, a veces preocupante; pero nunca deja de ser patética. Que sea la historia quién dictamine la veracidad de los hechos. El primero de esa estirpe en la era actual fue el magnate italiano Silvio Berlusconi. Il Cavalieri cautivó a sus desprevenidos electores y los convenció de concederle su voto con un discurso simple: él tenía ya “mucha plata» y no necesitaba la riqueza del Estado, ergo, durante su gobierno no habría el más mínimo indicio de robo del erario público y su excelente gestión permitiría a Italia avanzar. Así como enriqueció a sus muy reconocidas corporaciones, enriquecería su Estado, según los miembros de sus filas. Las promesas del candidato se transformaron en condenas del mandatario al final de su gestión, pues no sólo no enriqueció el ente público, sino que además lo estafó: fue declarado él culpable por los tribunales italianos de corrupción y fraude fiscal.

Silvio Berlusconi
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China, ¿comunista, socialista o capitalista?

Pero, al igual que los soviéticos, China así misma nunca se llamó comunista. Comunismo es el ideal a alcanzar, el horizonte inspirador hacía el que la nación se impulsa con su andar.

Integrar la verdad universal del marxismo con la
realidad concreta de nuestro país, seguir nuestro propio camino y construir
un socialismo con peculiaridades chinas es la conclusión fundamental que
hemos sacado al sintetizar nuestra larga experiencia histórica.

Deng Xiaoping. 1982

La potencia oriental a nadie deja indiferente. Su poder, creciente y contundente, estremece la geopolítica de forma permanente. Su posesión como rey de la economía global parece un andar imparable hacia el trono, generando temores justificados porque, como la historia enseña, nadie se ha apeado del asiento del monarca en silencio y calma. Más en este caso de coyuntura tan singular, a la espera de definir no solo quién usará la corona, sino de qué forma de organización emana el poder en las joyas representado. El pronóstico invita a despertar los temores más inquietantes al preverse como el escenario más certero un traspaso en los próximos lustros caracterizado por la existencia de un país cediendo el lugar de privilegio, declarando durante el traslado que, el modelo económico vencido es superado por su enemigo jurado. Una situación sin parangón en la historia humana moderna, en donde no se recibirá a su nueva majestad en el viejo castillo, sino que habrá una mudanza del mobiliario real hacia otra civilización.

El centro gravitacional del poder político mundial reposaba en China cinco siglos atrás. Se alejó de su vector durante medio milenio, girando hacia Occidente y aterrizando temporalmente en Italia, Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Hoy, el retorno a su origen parece inminente y queda imposible minimizar el acontecimiento. La posterioridad registrará tal éxito como uno inédito, pues el poder obtenido por el «gigante asiático» responde a la aplicación de un modelo económico declarado como enemigo a vencer por el sistema dominante. Los detractores del socialismo siempre advirtieron a los pueblos atraídos por sus postulados de estar ad portas de instalar la sucursal del infierno en su tierra. China da por finalizada la edad de la inocencia en las relaciones internacionales y reinicia la historia ya declarada como finalizada por Francis Fukuyama en pleno auge de la era neoliberal, durante la formación del Nuevo Orden Mundial, alzándose ella como la verdadera y única vencedora de la Guerra Fría. Se escriben los primeros párrafos de un nuevo capítulo de la civilización humana y en el teatro de los hechos futuros todo indica que Estados Unidos y Europa cederán su protagonismo relegándose a una nueva posición como actores, que, aunque aún relevantes, serán meros secundarios de la obra.

100 aniversario Partido Comunista Chino
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