¿La hora del Estado Inversionista? Parte II.

La crisis pandémica causada por el Covid-19 dejó en evidencia las inmensas limitantes de los actores del mercado a la hora de un accionar de semejante tamaño y la facilidad con la que el Estado navegó las turbulentas mareas de aquellos días.

PARTE I

DE LAS INVERSIONES DEL ESTADO.

Derruir el mundo moderno y erigir uno superior es una demanda tan innegociable por su urgencia, como necesaria para la supervivencia. Y he aquí a la sociedad planetaria, por poco inamovible, frente a la venidera catástrofe final. Los datos son cada vez más terminantes: la inequidad, el cambio climático o el modo de producción actual extinguirán toda forma de vida sobre la tierra, somera y silenciosamente, como hacen los más letales depredadores.

Frente a un cambio de una magnitud sistémica como el requerido en la presente coyuntura, se precisa un ente con un radio de acción que aglomere toda la sociedad, cuyas acciones impacten en cada rincón del país y con el poder suficiente de transformar los aspectos fundamentales de las estructuras sociales. La crisis pandémica causada por el Covid-19 dejó en evidencia las inmensas limitantes de los actores del mercado a la hora de un accionar de semejante tamaño y la facilidad con la que el Estado navegó las turbulentas mareas de aquellos días.

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“¿Qué deidad diabólica cierne sus negras alas sobre Colombia?”

La misma de cuyas vísceras se engendró el colonialismo, el imperialismo y el esclavismo…

“Basta mencionar el genocidio de La Mesa de Limón en Basillas, donde mueren 13 personas. La cabeza de un niño de tres meses la dejan sobre una estaca frente a la del padre ensartada en otro poste de la cerca”.

“En Aguaclara la tropa masacra siete mujeres después de poseerlas de forma brutal. Al hundir las bayonetas en el vientre los esbirros exclaman con locura demoníaca: “¡Si tienen hijos adentro que mueran también”! Dos niños de pecho son lanzados al aire y traspasados por las siempre sedientas y pervertidas bayonetas”.

“La Violencia en Colombia” Tomo I.

Quién con vehemencia interrogaba sobre la infernal realidad era monseñor Miguel Ángel Builes, en la década de los años cincuenta del siglo pasado. Y su duda, aún recóndita en la oscuridad más tenebrosa, no ha querido ser alumbrada con el haz de luz esparcido por el conocimiento. Y se custodia en las tinieblas la respuesta al enigma porque la guerra a muerte desatada en Colombia, la violencia bestial con la que ha dirimido sus conflictos, los sanguinarios actos entre hermanos causados, tiene un origen controversial para el establecimiento político y económico nacional: su propio afán de lucro.

Orlando Fals Borda hallaba la génesis de la barbarie colombiana en “una oligarquía que se ha perpetuado en el poder a toda costa, desatando el terror y la violencia”, una “violencia monstruosa que ha venido multiplicándose e imbricando facetas y líneas diferentes de los unívocos conflictos políticos”, perpetuada en gran parte porque “los culpables de la clase política tradicional siguieron en el poder sin merecerlo, mientras se asesinaba impunemente a dirigentes nuevos que prometían recuperar la dignidad nacional y la práctica libertaria, impulsando el genocidio y la matanza a discreción”.

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¿Por qué tanta riqueza frente a tanta miseria?

Karl Marx disecciona en su obra magna un mundo que sus antecesores estaban imposibilitados a conocer. El gran pecado de las ciencias sociales modernas ha sido analizar lo legado por los pioneros economistas como contradictorio, cuando en esencia, ellos fueron complementarios. Más aún, su deseo era uno por todos compartido: encontrar qué era lo que producía riqueza para una nación.

Un enigma trocado en un laberinto, a cuyos pasillos siempre han caído en la tentación de entrar a deambular las mentes más inquisitivas de la especie humana. Algunas de ellas, inspiradas y dotadas de un ingenio envidiable, han divisado la luz que desde la salida emana; pero ninguna, jamás, ha tenido la astucia suficiente para caminar hasta ella y rebasar la puerta. La razón detrás de la riqueza de las naciones conserva hoy, inmodificable y a doscientos años de haber nacido la ciencia encargada de descifrar las variables de la ecuación, su característica de incógnita.

A la perspectiva del foráneo las extravagancias del local le resaltan. Para el que a estas está habituado, su existencia son mera cotidianidad. El alejamiento cultural del Dalái lama de Occidente lo ubicó en un lugar desde el cual poder descifrar a toda esa civilización en una pequeña frase: una sociedad enfrascada en adquirir bienes materiales que no necesita, deseoso de impresionar con ellos a personas que no conoce. Desde la inserción del capitalismo en la humanidad el desarrollo económico se ha traducido en enriquecimiento monetario infinito, en poseer desde lo básico hasta lo innecesario, transformando los lujos en hechos de la vida imprescindibles.

Thomas Mun
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¿Y si el neoliberalismo anhela un genocidio?

En un mundo de clases donde los robots hacen los trabajos de los pobres, ¿para qué los habrían a ellos de necesitar, si con el neoliberalismo en silencio y total impunidad los podrían exterminar?

Todo tendría más sentido. Mucho se aclararía. Comportamientos al parecer irracionales, incomprensibles, cuestionables, se podrían organizar y apreciar perfectamente en un mapa conceptual cuyas líneas, conectores y corchetes, impulsarían la vista hacia un único objetivo final: tres palabras escritas en el rincón del tablero creando una frase capaz de causar un horroroso pánico a quien se atreva a posar sus ojos en ella: «matarlos a todos». Y es que la existencia de tal plan sería lo único que podría dar lógica a la alocada era actual.

Krystal Ball se hizo inolvidable para sus espectadores al recitar un monólogo cargado de información imposible de creer. Durante su espacio en el programa matutino «The Rising», produjo ella un espantoso escalofrío en su audiencia al informar cómo «las corporaciones envenenan a los bebés mientras los reguladores del gobierno miran para otro lado». Imposible encontrar el más mínimo indicio de exageración en su denuncia. Producto de una investigación realizada por el Congreso de los Estados Unidos, se pudo sacar a la luz que cuatro de las compañías comercializadoras de alimentos para bebé más reconocidas del mundo no eran nada distinto a mafias dignas de los peores castigos. No tuvieron ellas, se desprende de la información presentada, el más mínimo inconveniente en vender productos dirigidos a los más pequeños humanos con contenidos poblados de plomo, arsénico, cadmio y mercurio, todos en cantidades exageradas hasta hacerse enfermizas. Incluso, en algunos se descubrieron rastros de los cuatro metales pesados. Una generación entera de bebés envenenados por cuatro de las más grandes corporaciones del planeta. Eso sí, todas con comerciales de sobresaliente hermosura alabando las cualidades nutritivas de sus productos.

Krystal Ball. Foto The Common Good.
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