“Basta mencionar el genocidio de La Mesa de Limón en Basillas, donde mueren 13 personas. La cabeza de un niño de tres meses la dejan sobre una estaca frente a la del padre ensartada en otro poste de la cerca”.
“En Aguaclara la tropa masacra siete mujeres después de poseerlas de forma brutal. Al hundir las bayonetas en el vientre los esbirros exclaman con locura demoníaca: “¡Si tienen hijos adentro que mueran también”! Dos niños de pecho son lanzados al aire y traspasados por las siempre sedientas y pervertidas bayonetas”.
“La Violencia en Colombia” Tomo I.
Quién con vehemencia interrogaba sobre la infernal realidad era monseñor Miguel Ángel Builes, en la década de los años cincuenta del siglo pasado. Y su duda, aún recóndita en la oscuridad más tenebrosa, no ha querido ser alumbrada con el haz de luz esparcido por el conocimiento. Y se custodia en las tinieblas la respuesta al enigma porque la guerra a muerte desatada en Colombia, la violencia bestial con la que ha dirimido sus conflictos, los sanguinarios actos entre hermanos causados, tiene un origen controversial para el establecimiento político y económico nacional: su propio afán de lucro.
Orlando Fals Borda hallaba la génesis de la barbarie colombiana en “una oligarquía que se ha perpetuado en el poder a toda costa, desatando el terror y la violencia”, una “violencia monstruosa que ha venido multiplicándose e imbricando facetas y líneas diferentes de los unívocos conflictos políticos”, perpetuada en gran parte porque “los culpables de la clase política tradicional siguieron en el poder sin merecerlo, mientras se asesinaba impunemente a dirigentes nuevos que prometían recuperar la dignidad nacional y la práctica libertaria, impulsando el genocidio y la matanza a discreción”.

La necesidad de poder político en Colombia proviene del deseo de perpetuarse en la posición de privilegio de una casta económica no productiva y sí rentista, acaparadora del poder; pero incapaz de explotar las riquezas nacionales y tan solo limitándose a feriarlas a los capitales extranjeros para su usufructo, conformándose con una visa y una prima de ganancia como dispendio por sus servicios. Esa posición de sumisos comisionistas al sector corporativo transnacional, solo puede ejercerse con la toma y subyugación del Estado, siendo él toda la fuente de donde emana su poder. Ese es el modelo económico en vigor y dominante y, sus ramas genealógicas alcanzan a la colonia misma, al momento de presentarse lo que Karl Marx denominó el pecado original del capitalismo, “la acumulación originaria” o “previa acumulación”, como habría de bautizarla Adam Smith.
El capitalismo en Europa emerge de las cenizas del feudalismo europeo, sistema poseedor en su interior de todos los componentes necesarios para ver nacer su enterrador, aunque en un grado insuficiente. Entiende Marx que “ni el dinero ni la mercancía son de por sí capital, como no lo son tampoco los medios de producción ni los artículos de consumo. Hay que convertirlos en capital”. Y, según él, la condición necesaria en el afán de establecer una nueva forma de producción fue la aparición de unos hombres y mujeres enajenados de sus medios de producción quienes, para la época, se ubicaban principalmente en el campo. Para Karl Marx, la condición sine qua non del capitalismo es la relación entre un empleado y un empleador. Es, en esa forma de asociación, en la subyugación del primero, donde radica la particularidad del sistema.

De ahí que, la historia del capital, no sea más que la de la expropiación de cientos de miles de campesinos poseedores de una tierra suficiente para su subsistencia y, de la lucha, desde el poder político, para mantenerlos como proletariado necesitado de trabajo para su subsistencia. Grandes masas de humanos son despojadas repentina y violentamente de sus medios de sobrevivencia y echados al mercado de trabajo como proletarios libres y desheredados. “Sirve de base a todo este proceso la expropiación que priva de su tierra al productor rural, al campesino–explica Marx en su texto “De la llamada acumulación originaria”-. Su historia presenta una modalidad diversa en cada país, y en cada uno de ellos recorre las diferentes fases en distinta gradación y en épocas históricas diversas”.
No alcanza con la disociación entre trabajador y medios de producción, debe la burguesía utilizar el poder público para mantener salarios bajos y jornadas extensas para la subordinación de la clase trabajadora. En Inglaterra se emitieron las leyes contra la vagancia, severos decretos reales estipulando castigos imperdonables para aquellos sin deseos de trabajar. Los civilizados habitantes de los Países Bajos secuestraban niños, los encerraban en prisiones en la Isla de Célebes y, una vez alcanzaban la edad adulta, se exportaban como esclavos a la Isla de Java. Se le debe conceder la razón a Marx al denunciar que “esta expropiación queda inscrita en los anales de la historia con trazos indelebles de sangre y fuego”.

El porqué de tan barbárico comportamiento radica en el afán de lucro de las castas criollas del Viejo Continente. Una abrupta disparada de los precios de la lana hizo soñar a los productores de la tela con haber encontrado el final del arcoíris. Y, para la civilización de aquellos días, los suyos eran “unos tiempos en los que el dinero era la potencia de las potencias”. Se desprende de ahí que se haya “enarbolado como bandera la transformación de las tierras de labor en terrenos de pastos para ovejas”. Impulsados por la posibilidad de unas ventas sin precedentes, “los terrenos fueron regalados, vendidos a precios irrisorios o simplemente anexionados a otros de propiedad privada, sin encubrir la usurpación bajo forma alguna”.
La violencia desatada en la civilización europea, desencadenante de la acumulación originaria, y los horrores causados por la expansión del sistema capitalista, no son exclusivos de la región. Los relatos del viejo mundo…
Desde 1814 hasta 1820 se desplegó una campaña sistemática de expulsión y exterminio para quitar de en medio a estos 15.000 habitantes, que formarían, aproximadamente, unas 3.000 familias. Todas sus aldeas fueron destruidas y arrasadas, sus campos convertidos todos en terreno de pastos. Las tropas británicas, enviadas por el Gobierno para ejecutar las órdenes de la duquesa, hicieron fuego contra los habitantes, expulsados de sus tierras. Una anciana pereció abrasada entre las llamas de su choza, por negarse a abandonarla. Así consiguió la señora duquesa apropiarse de 794.000 acres de tierra.
… guardan dolorosa similitud con las tragedias sufridas en Colombia…
A medida que se hacía más fuerte la resistencia de los campesinos, más y más la dictadura veía la necesidad de aumentar la agresión, llegando a suceder verdaderos combates como el sucedido en la vereda de Guanacas, entre Villarrica y la Colonia de Villamontalvo, en el cual el gobierno concentró aproximadamente 1.500 unidades, reforzadas con ametralladoras, 40 carros blindados y unos cuantos tanques, los cuales, desde la plaza de Villarrica, disparaban incesantemente sobre las defensas y casas de campesinos…

La violencia y el terrorismo de Estado en Europa y Colombia fueron esenciales para el proceso de expansión y absoluta dominación del capital. Frase inmortal la de Samuel Huntington aquella que aclara que «occidente dominó al mundo más con las fuerzas de sus armas que con las de sus ideas».
Estos bienes del dominio público, apropiados de modo tan fraudulento, en unión de los bienes de que se despojó a la Iglesia —los que no le habían sido usurpados ya por la revolución republicana—, son la base de esos dominios principescos que hoy posee la oligarquía inglesa. Los capitalistas burgueses favorecieron esta operación, entre otras cosas, para convertir el suelo en un artículo puramente comercial, extender la zona de las grandes explotaciones agrícolas, hacer que aumentase la afluencia a la ciudad de proletarios libres y desheredados del campo, etc. Además, la nueva aristocracia de la tierra era la aliada natural de la nueva bancocracia, de la alta finanza, que acababa de dejar el cascarón, y de los grandes manufactureros

Un nacional a las tierras más al norte de Sudamérica encontrará en las pasadas palabras, escritas por Marx, una exacta descripción de la historia de su país. El robo de predios baldíos por parte del magnate Luis Carlos Sarmiento Ángulo (el banquero más poderoso), las declaraciones de paramilitares confesando el asesinato de aquellos campesinos negándose a abandonar sus parcelas, las muertes a reclamantes de tierras para recuperar su principal fuente de trabajo… todo hace parte de un afán por expandir la siembra de productos del agro apetecidos por el exterior (palma de cera, cocaína, aguacates) engendrando las muertes intrínsecas al proceso de acumulación originaria, siendo esta una etapa del modelo económico capitalista aún sin superarse en el país y que tiene en la fuerza de Álvaro Uribe Vélez a su gran paladín.
Pierre Vilar, historiador e hispanista francés, complementando a Marx, adjudica a los trabajadores latinoamericanos el éxito del capitalismo europeo: «la intensidad de la acumulación monetaria en Europa, condición para la instalación del capitalismo, dependió del grado de explotación del trabajador americano». Para él, la historia hace ganadores a los explotadores, pues dictamina que «la acumulación primitiva del capital europeo dependió tanto del esclavo cubano como del minero de los Andes». Perry Anderson lo ratifica al considerar que la conquista de América Latina fue «el acto singular más espectacular de la acumulación originaria del capital europeo».

En Colombia, los explotadores ubicados en estos lares establecieron estructuras comerciales funcionales a las necesidades de los cultos europeos y en contra del ideal de desarrollo nacional. La economía local ha sido siempre cortoplacista y oportunista, establecida en base al aprovechamiento de la riqueza de la tierra, explotando algún producto nacional demandado en demasía por el exterior: café, carbón, petróleo, cocaína. Es intrínseco a ese modelo monoexportador la concentración de la tierra, siendo una necesidad para aumentar sus negocios la adquisición de más terrenos donde sembrar y explotar los recursos requeridos. Por eso, en palabras de Orlando Fals Borda, existe una directa «relación entre la expansión capitalista y el conflicto armado» en Colombia.
El poder económico concentrado deriva en un poder político monopolizado. De tal Leviatán nace un «bipartidismo oligárquico» o, como lo denomina Alfredo Iriarte, un «Partido Único Hermafrodita». Ese Estado, por definición ajeno a los intereses de la mayoría, solo ha podido subsistir entre «la ilegitimidad y la violencia», parafraseando el título del famoso libro de Marcos Palacio. El poder político se ha conquistado con fraudes electorales inconmensurable y el uso de la violencia más salvaje jamás registrada, concluyendo con una «tensión popular que desembocó en una lucha armada» y contrayendo como consecuencia la gestación del «conflicto». Uno cuyo «floración lógica, inevitable, era el choque, la violencia».

La BBC de Londres desnudó tal oligarquía en un artículo en el que se explica que en doscientos años menos de 40 familias han manejado el Estado, conservándose en la cúspide de la pirámide y aniquilando todo obstáculo a su afán expansionista, a su ambición desmesurada. «El campesino ignora por qué se le envuelve en la lucha, por qué lo persiguen, lo asesinan, le queman el rancho y profanan su hogar». En «El despojo de tierras por paramilitares«, el informe de Ideas Paz, Reyes, Amada y Pedraza establecen una respuesta a la incognita del humilde hombre: «el terror contra la población provocó un desplazamiento no menor a cuatro millones de personas en el último cuarto de siglo y transfirió una gran parte de las tierras abandonadas a una nueva capa de propietarios, algunos muy grandes, asociados con las estructuras armadas». Se refieren, los autores, a las Autodefensas Unidas de Colombia, encabezadas por los hermanos Vicente y Carlos Castaño.
Y, desde siempre, han sido las castas gobernantes unas vasallas del capital internacional. «Lo obreros eran masacrados por las armas oficiales, puestas incondicionalmente al servicio de compañías extranjeras como la United Fruit Company». Sean en las grandes urbes o en el campo, la subordinación a las metropolis globales ha sido total. «Los campesinos empezábamos a ver en algunas de esas bombas que no explotaban la insignia fatídica de Made in U.S.A.» Y la conexión extranjera es de vital importancia el que sea resaltada, porque al obedecer a los mandatos imperiales, el hermano colombiano del soldado se transforma en el enemigo acérrimo, en el villano diabólico a vencer. En el campo de batalla no se enfrentan dos hijos de estas tierras, sino un héroe y un villano, un arcángel y un engendro, contrastados tan solo por maneras de pensar distintas. Se conoce a esto como la doctrina del enemigo interno, enseñada desde la época de la Guerra Fría y aprendida en las Escuelas de las Americas, en Florida, otro producto con la fatídica insignia de Made in U.S.A.
En el primer momento los amos azuzaban a la chusma contra el ejército; en el segundo acto de este drama repugnante, vuelcan al Ejército contra la chusma. Para lograr un fin: exterminar al hombre llanero, al hombre gleba y borrar de los hatos hasta la sombra de los conucos.
El desprecio en las palabras genera un odio manifiesto a ser transformado en acciones.
Una madre joven de nuestra diócesis, medio enloquecida después de ver partir en trozos a su esposo y a sus tres hijos mayorcitos, cuando acometieron contra el más pequeñito de ellos, por su amor materno reaccionó y se abalanzó contra el verdugo, a quien hirió en un brazo. Entonces los once bandoleros restantes cayeron sobre la valiente mujer y la desollaron viva desde la cabeza hasta los pies, y ya de día la arrojaron viva y sanguinolenta a la huerta de la casa, a la acción del sol, de las moscas y animales carnívoros, hasta morir.

El problema con las estructuras piramidales es que su expansión requiere ensanchar la base y achicar la cima. Y ninguna tan vehemente como el capitalismo. Su gran contradicción es que para aumentar la riqueza de pocos se debe agrandar la pobreza de muchos. Eso, advertido por Marx hace dos siglos, encuentra fehaciente prueba en la realidad mundial y local: es esta la época de mayor concentración de la riqueza creada. También en Colombia; pero mientras la guerra por los factores de producción azotaba a los campesinos, poco se incomodaba el citadino. Pero el mercado, como explica Rafael Correa, es tanto el mejor siervo como el peor tirano. Y ninguno más criminal que el colombiano.
En su afán por acumulación al Estado le sería insuficiente la riqueza del campo y habría de azotar las urbes, aumentando su costo de vida y reduciendo sus sueldos. La situación alcanzó su punto álgido en el paro nacional de 2019, en contra de una reforma tributaria amenazando toda forma de vida digna para la clase asalariada. Y la respuesta desatada contra los jóvenes manifestantes fue la misma soportada por los campesinos a lo largo de esta interminable guerra: la fuerza estatal. ¿Qué deidad impulsa la violencia en Colombia? La misma de cuyas vísceras se engendró el colonialismo, el imperialismo y el esclavismo: el capitalismo y su insaciable afán de lucro.

La misma de cuyas vísceras se engendró el colonialismo, el imperialismo y el esclavismo: el capitalismo y su insaciable afán de lucro.
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Un excelente artículo, lo único que puedo evidenciar es que para este país inculto y acostumbrado a besarle la mano al amo, le es muy díficil entender desde una perspectiva distinta al comunismo. Cuando Marx lo que criticó en sus postulados, fue la explotación de la mano de obra, del trabajador, lo que hoy se denomina neoliberalismo o capitalismo salvaje.
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Totalmente. Totalmente. Abrazo grande y gracias.
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El poder tiene a algunos muy enfermos.
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Es la peor droga.
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