Diplomacia de la deuda: ¿el rincón más oscuro del capitalismo?

Pero en el rincón más oscuro del capitalismo las grietas son amplías y en ellas hay espacio para monstruos más perversos. La diplomacia de la trampa de la deuda ha salido ya a la luz; pero recondita en las tinieblas sigue acechando “la diplomacia de la trampa de la quiebra”.

Durante un tiempo, el par de palabras “The Corporation” fueron de la más tecleadas en el buscador de Google. Los internautas marcándolas esperaban hallar el famoso documental de Mark Achbar, Joel Bakan y Jennifer Abbott, un filme indagando en la profundidad del impacto causado por los más grandes conglomerados mundiales. La obra, una merecedora de su fama y prestigio, es una recomendación garantizada. Pero es necesario rescatar un momento poderoso del metraje, uno poco citado y celebrado por sus más fervientes entusiastas.

Carleton Brown, presentado en el filme como corredor de materias primas, permite vislumbrar en una breve frase la simpleza en la esencia del capitalismo moderno al desnudar con sus palabras el real objetivo de este: el afán de lucro. Acorde al Broker, el impacto al divisar el par de aviones derrumbando las torres gemelas (un crimen descrito como el más “horroroso jamás visto”), produjo en él una urgente preocupación: el mercado. “Dios mío -se inquiría Brown en ese momento-, ¿a cuánto habrá subido el oro?”. Ninguna preocupación le produjo la desgracia atosigando a sus conciudadanos, compatriotas y colegas; pues, al ver las construcciones en llamas una inmensa calma lo invadía al saber que “todos sus clientes” habían adquirido posiciones en el metal precioso.

Poster Oficial «The Corporation»
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¿Deberíamos temer a Bill Gates?

William Gates ha ascendido hasta autodesignarse, por usar la precisa expresión de Alexander Zaitchik en su pieza para The New Republic, como el Zar de la salud pública mundial.

«En el mundo existe la esclavitud del rico, pues el rico está al servicio de la tiranía de su riqueza, que siempre es poca”.

San Juan Crisóstomo.

No se es tanto un ciudadano como un monarca moderno cuando se controla un imperio empresarial del tamaño del que señoreaba John D. Rockefeller. Pero enfrentado a una nación creyente con efervescencia en los valores definitorios de la democracia, mantener tan magnificado estatus produce una aterradora amenaza que empieza a acechar los portones evitando el paso de la plebe a la fortaleza. El pasado recordándole que sus hermanos estadounidenses incendiaron antorchas para ocupar las oscuras calles de las ciudades hasta acabar con un reinado político oprimiéndolos, era una pesadilla sufrida en vida por el monopolista petrolero por excelencia. Pero una propuesta, de Frederik Taylor Gates, serviría como un huracán cuyos vientos habrían de apagar las ardientes llamas agitadas que ya empezaban a encender los ciudadanos.

De la epifanía del banquero nacido en Seattle emergería la Fundación Rockefeller, gigante corporativo erigido como fachada para purificar comportamientos, aunque innobles, unos permitidos por la ley. Detrás de sus enormes ventanales se ocultaba la esencia de su gran financiador, el magnate petrolero conocido como abusivo explotador y salvaje negociante, el jefe del clan familiar Rockefeller. El enfoque de la organización filantrópica recaería en la medicina, en su modernización y avances a través de la investigación. Y así, en 1901, Gates cortaba la cinta del Instituto Rockefeller de Investigación Médica, más tarde bautizado como la Universidad Rockefeller. Los lazos amarrando el pasado con la actual cotidianidad son unos atados con firmeza: Frederik Taylor Gates es lejano familiar del conocido fundador de Microsoft, el señor William «Bill» Gates.

Frederik Taylor Gates
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¿Quién le teme a las «noticias falsas»?

Los medios masivos de comunicación han sido los grandes difusores de «fake news». Hoy han perdido su monopolio de información y con todo atacan a su adversario: la red.

«El hombre que no lee es una persona más educada que la persona que no lee nada más que los periódicos». Fueron las manos de Thomas Jefferson, flamante padre fundador de la democracia en los Estados Unidos, las encargadas de unir tal conjunto de palabras a ser inmortalizadas en tan fascinante frase. Y radica ahí una sabiduría subrepticia, capaz de destruir en un santiamén el mito de sufrir en exclusiva en esta era de fenómenos atemorizantes como la posverdad y las fake news. La idea de habitar en un nuevo y oscuro periodo de la evolución humana en el que se esparcen noticias alejadas de la realidad, al que se ve abocada la especie producto del esparcimiento a todos los rincones del globo de Internet, es, tragicómicamente, tal vez, el mito y la mentira más grandes de estos días.

Las noticias falsas son tan antiguas como las noticias mismas. «La libertad de la imprenta es la libertad del dueño de la imprenta», aleccionaba con exactitud el ex presidente Rafael Correa. «La opinión pública es la opinión de los dueños de los medios de comunicación», ilustraba Ignacio Ramonet, experto en la materia, durante una de sus poderosas conferencias sobre el tópico. Jonathan Albright, Director de Investigación del Tow Center for Digital Journalism de la Universidad de Columbia, define este tipo de información como «Un contenido que puede ser viral y que muchas veces está sacado de contexto. Está relacionado con la desinformación y la propaganda, y se asemeja a un engaño intencional». Obedeciendo a ese concepto, se acierta el calificar los mitos de la colonización de América por parte de los europeos como una poderosa operación de noticias falsas para justificar el saqueo y legitimar la barbarie, la explotación del nuevo mundo por parte de la llamada civilización.

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