¿Quién le teme a las «noticias falsas»?

«El hombre que no lee es una persona más educada que la persona que no lee nada más que los periódicos». Fueron las manos de Thomas Jefferson, flamante padre fundador de la democracia en los Estados Unidos, las encargadas de unir tal conjunto de palabras a ser inmortalizadas en tan fascinante frase. Y radica ahí una sabiduría subrepticia, capaz de destruir en un santiamén el mito de sufrir en exclusiva en esta era de fenómenos atemorizantes como la posverdad y las fake news. La idea de habitar en un nuevo y oscuro periodo de la evolución humana en el que se esparcen noticias alejadas de la realidad, al que se ve abocada la especie producto del esparcimiento a todos los rincones del globo de Internet, es, tragicómicamente, tal vez, el mito y la mentira más grandes de estos días.

Las noticias falsas son tan antiguas como las noticias mismas. «La libertad de la imprenta es la libertad del dueño de la imprenta», aleccionaba con exactitud el ex presidente Rafael Correa. «La opinión pública es la opinión de los dueños de los medios de comunicación», ilustraba Ignacio Ramonet, experto en la materia, durante una de sus poderosas conferencias sobre el tópico. Jonathan Albright, Director de Investigación del Tow Center for Digital Journalism de la Universidad de Columbia, define este tipo de información como «Un contenido que puede ser viral y que muchas veces está sacado de contexto. Está relacionado con la desinformación y la propaganda, y se asemeja a un engaño intencional». Obedeciendo a ese concepto, se acierta el calificar los mitos de la colonización de América por parte de los europeos como una poderosa operación de noticias falsas para justificar el saqueo y legitimar la barbarie, la explotación del nuevo mundo por parte de la llamada civilización.

Si ha sido esa la realidad, ¿por qué se desata hoy un escándalo sobre la materia? Porque lo que se ha perdido es el monopolio de la mentira, el que durante siglos mantuvieron los medios de comunicación más poderosos y tradicionales. Para esta generación, por revivir un doloroso ejemplo, ninguna fake news más grande, más poderosa, más dañina que el conjunto de razones esperando justificar la invasión a Irak por parte del gobierno de George W. Bush. Y fueron difundidas, repetidas y defendidas, cada una de ellas, por aquellos preocupados hoy por el descontrol de noticias mentirosas invadiendo la red.

La llegada de Donald J. Trump al poder político en la Casa Blanca fue el fin de la prensa anglosajona liberal, institución idealizada por el mundo occidental durante tanto tiempo. Así habría de confesarlo el mismísimo The New York Times, ese diario que ha servido con brillantez a una facción del establecimiento político de su país, el Partido Demócrata. No tuvo inconveniente alguno el faro de los medios de comunicación de la mitad del globo, en su lucha contra el anterior habitante de la Casa Blanca, imprimir una nota en su portada legitimando «olvidarse de las reglas que rigieron al periodismo estadounidense durante la segunda mitad del siglo XX», como filosofía dominante en la cobertura a dar sobre el primer mandatario. La frase, citada por Serge Halimi y Pierre Rimbert en su artículo para Le Monde Diplomatique, es nada diferente a una poderosa confesión: The New York Times renunciaba a su condición de medio de comunicación y se convertía en un medio de propaganda.

Pero, ¿propaganda para quién? Donald J. Trump era una vergüenza como presidente, fatal ser humano, mentiroso patológico; pero nada diferente a varios de sus antecesores como Ronald Regan o George W. Bush. El último, a quienes muchos de sus cercanos consideraban un estúpido, nunca recibió la cantidad y tipo de cobertura que sufrió el magnate inmobiliario como el hombre más poderoso del mundo. ¿Por qué habrían de alzarse en armas los medios liberales contra el Presidente de su país (MSNBC se bautizó «el canal de la resistencia contra Trump») de una forma sin precedentes? La respuesta radica en un hecho de su gobierno: Donald J. Trump es el único primer mandatario de los Estados Unidos que, desde los años ochenta del siglo pasado, no ha desatado una nueva invasión militar de sus fuerzas armadas. Más aún, por poco pasa a la historia al intentar retirar las tropas de Siria, Afganistán e Irak, otra promesa de campaña que no logró cumplir. Los hechos impulsan a un conclusión poderosa: los medios de comunicación en Estados Unidos son medios de propaganda de lo que su ex presidente Dwight Eisenhower bautizó como el Complejo Militar Industrial.

Parafraseando a Halimi y Rimbert, es iluminador recordar la obsesión de medios como The Washington Post y MSNBC, quienes durante cuatro años no hablaron de nada diferente a Trump y, sin embargo, ninguno de ellos se enteró del genocidio cometido por la estrella de televisión en asoció con la casa saudí en contra de los hutíes en Yemen. Su ignorancia se extendió al actuar de Joseph Biden, el presidente elegido para ser totalmente opuesto al tirano republicano, quien le tomó menos tiempo del usado por su antecesor en el cargo para bombardear Siria, amenazar de una invasión a Venezuela o promover el retorno a la aspersión aérea de glifosato en las selvas colombianas. Lo escrito en Internet escrito queda: los medios de comunicación liberales son el medio de propaganda del aparato imperial de los Estados Unidos, ergo: los mayores difusores de fake news de nuestra era.

Joseph Biden. The New York Times.

Cada país tiene su referente: en Colombia la ascensión al poder de Andrés Pastrana se usó para consagrar un negocio escandalosamente lucrativo para el Complejo Militar Industrial de los Estados Unidos, uno que Álvaro Uribe Vélez tan solo habría de profundizar. A los sudamericanos se les dio a conocer como el Plan Colombia y se les convenció de que su objetivo era traer la paz a su territorio. El problema es que Estados Unidos jamás, en toda su existencia, ha llevado paz a territorio alguno, siendo lo regular la creación de escenarios apocalípticos en las naciones donde su ejercito aterriza. Los medios se transformaron desde aquel momento en los portavoces de la guerra en Colombia y las alabanzas a las instituciones castrenses, excesivas y desenfrenadas, no se hicieron esperar. Esa asociación, poderosa y aterradora, fue un pacto con el diablo para el país cafetero: los falsos positivos, los entrenamientos de militares para convertirlos en máquinas de guerra, los bombardeos masivos, la compra de aviones militares en épocas de crisis… la degradación absoluta de la fuerza pública es la nueva normalidad y las violaciones a los derechos humanos son una constante.

En «El Arte de la Negociación», un libro escrito por Tony Schwartz pero que se vende como si fuera Donald Trump su autor, se lee que «la prensa está siempre buscando historias espectaculares. Si eres un poco llamativo y provocas controversias, van a hablar de ti». Desviar la atención hacía cualquier nimiedad parece ser su verdadera misión. «Los medios de comunicación, que son un instrumento de la clase dirigente de este país, prefieren que hablemos de cualquier cosa antes de las cuestiones más importantes». La diatriba fue pronunciada por Bernie Sanders y, la salud, la educación, y los trabajos, las cuestiones a las que el candidato socialista democrático se refería. Y evidente es el impedimento a tratar esos temas pues la respuesta puede ser una ciudadanía demandando la inversión de los recursos públicos en esas áreas, dineros hoy destinados al presupuesto de defensa. Como dice Noam Chomsky: el trabajo de los medios masivos de comunicación es inventarse enemigos para desviar el debate y que el aparato militar industrial se siga engullendo los dineros de los contribuyentes.

Andrés Pastrana y William Clinton.

Profético es un adjetivo válido para El-Hajj Malik El-Shabazz, quien advirtió: «Si no estás prevenido ante los medios de comunicación, te harán amar al opresor y odiar al oprimido». Pasó a la historia él como Malcom X. ¿Quién son nuestros verdaderos enemigos? El gobierno de los Estados Unidos acusa, día si y día no, al gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela de cometer todas las atrocidades habidas, de haber usurpado el poder y no ser democrático; pero guarda sepulcral silencio contra todo tipo de violación de los derechos humanos ocurrida en Arabia Saudita (donde en una de sus embajadas se desmembró a uno de los más fuertes y visibles opositores al régimen monárquico), en Colombia (donde se pudo asesinar 6.402 inocentes por parte de las fuerzas militares sin que la prensa internacional de ellos se enterara) e Israel (cuya atrocidades en contra de los Palestinos se pueden denominar ya un crimen de lesa humanidad). El ser ellos tres grandes clientes de su industria armamentística no es una casualidad. No se usa la palabra «clientes» con superficialidad: lo que los medios llaman «ayudas militares» son en realidad deudas a pagar con altos intereses por partes de las naciones «beneficiadas». El uso de la palabra por parte de periodistas y medios de información no es uno inocente.

Un bombardeo en una región pobre y apartada de Colombia lleva a los medios de comunicación a cegarse frente a los hechos. Al ser destapado el acontecimiento, develando la presencia de menores de edad en el lugar impactado por las bombas, el trabajo de los principales comunicadores pasa a ser el negar la veracidad de las acusaciones. Cuando es imposible negar el horror, el silencio se convierte en su tercera tarea. Al momento de escribir estas líneas no ha sucedido, pero no preocupa el especular estar a poco de «descubrir» un nuevo escándalo del gobierno de Nicolás Maduro. La concatenación de hechos se adecua, casi a la perfección, a la definición por Claire Wardle de desinformación, considerada ella como la «Creación y difusión deliberada de información que se sabe es falsa».

Claire Wardle. En TED.

Tendemos a recordar los crímenes y horrores de los otros, pero a borrar de la memoria con mucha agilidad los propios. Es demasiado fácil encontrar noticias y artículos sobre las mentiras por el régimen Nazi propagadas, todas reales y aterradoras, las que vista desde una perspectiva moderna y civilizada son absolutamente injustificables. Sobre las actuaciones del mismo tipo de los héroes del mundo occidental menos información disponible se encuentra. En 1898, la Guerra Hispano-Estadounidense arrancó después de que los magnates mediáticos William Randolph Hearst y Joseph Pullitzer transformarán la accidental explosión del USS Maine, un acorazado obsoleto y poco útil, en una operación de «noticias falseadas» diseñada para acusar a España de haber destruido el buque, exacerbar los espíritus de sus pueblos e impulsar a su nación a la confrontación bélica con el país europeo. El titular: ««¡Recordad el Maine, al infierno con España!»» lo resume todo.

En el 2003 los medios de comunicación masivos y el Complejo Militar Industrial se unieron en una causa: la invasión de Irak por parte del ejercito estadounidense para efectuar una explotación del petróleo en beneficio de las compañías texanas. La bautizaron: la liberación de Irak. El medio: engañar al público global. Se lee en El Diario El País de España que la «Oficina de Influencia Estratégica (OIE), discretamente creada tras el 11 de septiembre, tiene entre sus objetivos el de ‘colocar’ noticias favorables a los intereses de Estados Unidos en medios informativos internacionales. Esas noticias podrán ser verdaderas o falsas, y afectar a países amigos o enemigos. Sólo importa que ayuden a crear un ambiente propicio para las operaciones bélicas estadounidenses». Su misión es la de «desarrollar todo tipo de campañas de información y desinformación: desde el envío de noticias por correo electrónico a ‘periodistas y dirigentes extranjeros’ en las que se camuflaría la procedencia, hasta el bloqueo de redes informáticas ‘hostiles’, pasando por la propaganda bélica más típica».

Adolf Hitler.

¿Armas de destrucción masiva en Irak como elemento detonante de la guerra? La inspección de la Organización de Naciones Unidas lideradas por Hans Blix demostró la total inexistencia de ellas. ¿Un alzamiento nacional en contra de Bashir Al Assad fue el inicio del conflicto en Siria? Jeffrey Sachs destruía ese hipótesis al develar cómo la CIA financió a ISIS y Al Qaeda buscando derrocar al gobierno. ¿Unos soldados de la guardia de Saddam Hussein entrando a los hospitales de Kuwait de donde sacaban a los bebés de las incubadoras para dejarlos morir? Una mentira dicha para justificar la invasión de Kuwait por parte de George W. Bush, emitida en un discurso al congreso por una actriz haciéndose pasar por una enfermera de Kuwait, todo planeado por una organización llamada «Ciudadanos por una Kuwait Libre», ejecutada por la agencia de relaciones públicas Hill & Knowlton, pagado por el gobierno de Kuwait y transmitido por los medios del mundo. The Grey Zone reveló filtraciones del servicio prestado por la BBC y Reuters al gobierno británico, encargados de azuzar un ambiente hostil en contra de Rusia.

El aparato de la guerra es uno insaciable. Y la «guerra es un latrocinio», como habría de titular su libro de 1935 el General Smedley Butler, el más grande héroe militar de los marines de los Estados Unidos, figura clave en las guerras de invasión a América Latina bautizadas como las Guerra Bananeras, pues servían a los intereses de la United Fried Company. Mientras haya beneficios privados, habrá conflictos bélicos, es su poderosa y visionaria conclusión. La guerra es un invento de especuladores, banqueros y contratistas para enriquecerse, frase que se lee en su libro y queda escrita en la memoria del lector hasta la perpetuidad. Su sabiduría es útil para comprender por qué se promueve a sus secuaces y ajusticia a sus detractores. En el escándalo de las torturas durante la segunda guerra del Golfo, el agente de la CIA que filtró los documentos que comprobaban la barbarie, John Kiriakou, se vio condenado a prisión por tres décadas; mientras que Gina Hespel, encargada de las torturas en los complejos de la CIA en Filipinas, fue promovida a Directora de la CIA.

Julian Assange.

Daniel Samper Pizano lo dictaminó en su momento: las filtraciones de Wikileaks desnudaron al imperio, su funcionamiento y los crímenes de guerra por él cometidos. Sin miedo y con mucha bravura destaparon sus mentiras. De ahí que Julian Assange haya sido perseguido por publicar la información que Chelsea Manning compartió, misma que medios como The New York Times, The Washington Post y CNN usaron para aumentar sus audiencias, logrando tal gesta en la comodidad ofrecida por la «impunidad». Ellos se enriquecieron, él se está pudriendo en un encierro. Y sin embargo la duda queda en el aíre: ¿por qué compartieron las vergonzosas fotos? Lo explicó Ramonet en su charla en Colombia: los medios presentan información crítica cuando ya ronda en las redes, cuando ya se conocen, nunca antes. Su funcionamiento al Complejo Militar Industrial es total y su tarea es impulsar las guerras que esparcen horrores por el mundo, derramando sangre de los cuerpos a la misma velocidad que llenan los bolsillos de dólares.  

Los medios de comunicación se han conocido históricamente como el «cuarto poder», indicando con su título el ser el contrapeso a las tres ramas de la función pública: la ejecutiva, legislativa y la judicial. Pero en la era neoliberal las corporaciones se erigieron, a costa de los Estados, en el gran poder de la sociedad. Y las grandes compañías no solo usaron su capacidad para influir en los tres poderes emanados del Estado, sino que compró a quien debería vigilarlos. En mucho, la Internet y las redes sociales se han convertido en el quinto poder, sirviendo de verdadero contrapeso al monstruo político-corporativo actual. Indudable es que ella está llena de basura informativa, mentiras, manipulaciones… pero nada de eso era inexistente antes. Quienes hoy atacan a las «fake news» no odian las mentira esparciéndose en el mundo por las redes digitales, odian el no ser los únicos difundiéndolas.

«El hombre que no lee es una persona más educada que la persona que no lee nada más que los periódicos».

Deja un comentario