¿Por qué Gamestop es el triunfo anhelado de «Occupy Wall Street»?

La verdadera, espectacular y desconocida historia detrás del evento financiero del siglo.

Nassim Nicholas Taleb abandonó el anonimato desde el lanzamiento de su libro «The Black Swan». En entrevista de promoción del texto con Charlie Rose, compartía el autor que «un corredor de bolsa en Wall Street podría no tener mayor capacidad de predicción que un taxista» sobre su mercado. Y sobre el asunto hablaba desde la experiencia, al ser precisamente en ese lugar mitificado donde se ubicaría su primer trabajo. Durante décadas, los humanos habitando ese rincón de Manhattan le hicieron creer al mundo que las ideas de Taleb eran ridículas: se jactaban de ser ellos unos hechiceros capaces de navegar, gracias a su elevado conocimiento, las turbulentas aguas del mundo financiero. Y la historia parecía creíble; hasta que un grupo de ciudadanos sin mayor educación les ganó una partida mil millonaria, en sus términos y condiciones, y que hundió a muchos de aquellos orgullosos barqueros.

Siempre se encuentra sabiduría en la historia. Acorde al inversor Dylan Ratigan, conocedor del mercado estadounidense como pocos y autor de «Greedy Bastards», los intentos de George W. Bush por privatizar la Seguridad Social de los Estados Unidos se deben enmarcar en el contexto del deseo, habido y permanente, principalmente por Wall Street, de convencer al pequeño inversionista de convertirse en jugador de la bolsa de valores. El deseo de los tiburones del mundo de las finanzas, siempre hambrientos de expandir su negocio, les hacía ver a esos ciudadanos sin recursos monetarios importantes como unas débiles presas que, una vez lograran unir, se convertirían en unas porciones verdaderamente jugosas. Pero las carnadas no lograron atrapar a las víctimas y la desconexión del público con el mundo de las finanzas permaneció incólume. Eso hasta que una compañía dió con la raíz del problema: la interfaz. Las palabras de Ratigan sobre el asunto son clarificadoras: «un inversionista nuevo llegaba al mercado y se encontraba con una interfaz que parecía tan complicada como manejar un 747». La aparición de Robinhood, presentando una plataforma al parecer desarrollada bajo el lema «inversiones para dummies», la que además no cobraba comisiones a sus usuarios, atrajo y convenció a millones de participar.

Dylan Ratigan. Foto de dylanratigan.com

En agosto de 2019, El Financiero de México daba por accidente con una noticia que habría de crecer hasta transformarse en una impredeciblemente alucinante. En un artículo centrado en cómo el próximo gran salto estratosférico financiero estaría en Corea del Sur y algunas pequeñas empresas, el diario del país norteamericano revelaba que Michael «Burry solicitó a Gamestop, un vendedor de videojuegos, y a Tailored Brands, un minorista de ropa masculina», que se efectuara una recompra del total de sus acciones. Para la fecha, el inversionista convertido en celebridad consecuencia de haber sido interpretado por Christian Bale en «The Big Short», poseía el 5.3% del minorista de videojuegos a través de su fondo de cobertura Scion Asset Management, las que adquirió con un precio por acción de entre 2 y 4.2 dólares, según reporta el medio.

Aunque Barry se había convertido en un referente de relevancia mayúscula en Wall Street, consagrando su título al haber apostado que se presentarían dos caídas imprevisibles, ambas en mercados certificados como AAA por las grandes agencias calificadoras de riesgo: la debacle de las dot.com en 2001 y la crisis financiera global causada por la pérdida en valores hipotecarios titulizados como credit default swaps en 2007, en el caso de Gamestop parece no fue su capacidad de prever el futuro lo que lo llevó al éxito, sino su ya ganada influencia en los mercados la razón de tener una tercera apuesta ganadora. Fue una profecía autocumplida. Tan pronto como el gurú tomó posición en Gamestop, otro gran inversor, Ryan Cohen, efectuó una compra significativa de los títulos y, seguidamente, una masiva cantidad de inversionistas pequeños, muchos de ellos aficionados a la marca e iniciados en el mundo de la bolsa gracias a Robinhood, siguieron sus pasos. Mención especial merece uno de ellos: Keith Gill, conocido en la red como “DeepF—ingValue». Una historia de locura y sin precedentes comenzaba a desatarse.

Michael Burry. Foto Barrons.

Nada indica que Burry previó la debacle. Según revela Business Insider, posterior a tomar una posición fuerte en Gamestop el financiero promovió cambios de gran envergadura en la empresa. Su apuesta parece ser era el transformar los fundamentales de la compañia, cotizar la acción y generar una gran ganancia en el largo plazo. Ya había declarado él su visión de «invertir mucho tiempo en situaciones infravaloradas y pasadas por alto», puesto que «los administradores de activos han dejado huérfanos a nivel mundial a los valores de menor valor». Todos los nuevos inversionistas, muchos de ellos amantes de la marca, deseaban lo mismo que el gurú de las finanzas. Gill le confesó a The Wall Street Journal que «la gente estaba haciendo una toma rápida, diciendo que Gamestop era el próximo Blockbuster», haciendo referencia a otra cadena caída en desgracia. “Parecía que mucha gente simplemente no estaba cavando más profundamente -continuó diciendo el entrevistado-. Fue un error grave de clasificación de la oportunidad». Todos los pequeños inversionistas, liderados por Gill, veían en Gamestop una empresa que tendría una segunda vida.

Pero habría de llegar la pandemia que todo cambiaría y todo enloquecería, instalando las bases de lo que sería una operación en bolsa realmente sin precedentes. Gamestop es una corporación cuyo corazón se ubica en los centros comerciales. Es su espacio por excelencia. Con la propagación del Covid-19 clausurando cada uno de ellos, el futuro del negocio se proyectaba amenazado. Los más grandes y tradicionales jugadores del mercado se percataron de los problemas nacidos por el nuevo contexto y actuaron en consecuencia, comenzando una apuesta en contra de la compañía: unas operaciones en corto cuyo elemento de relevancia es solo uno: los grandes fondos decidieron invertir millones de dólares esperando que el precio de la acción cayera. Su ganancia se producía si en el tiempo el precio de la acción comprada se hacía inferior. Y el panorama global creaba un escenario ideal para esa movida financiera. Desde su perspectiva, el análisis era correcto y los números comprobaba estaban acertados.

Kenneth C. Griffin Foto de Larry Busacca/Getty Images. The New York Times.

El accionar efectuado por los fondos de cobertura es conocido en el mercado como venta en corto. Los fondos toman de alguien una acción en préstamo obligándose a devolverla a su dueño en una fecha determinada. Esa acción prestada la venden al precio del mercado a un tercero con quien, a su vez, se obligan a comprarla nuevamente en un plazo de tiempo determinado. El fondo que prestó la acción para venderla a un tercero espera que el precio del título caiga, así, cuando la vaya a adquirir nuevamente lo pueda hacer a un precio más económico generando una ganancia. Si la vende en 100 y la vuelve a comprar en 50, pues…

La persona que compra la acción para venderla más adelante, espera que el precio de la acción suba, por supuesto, vendiendo la misma más caro de lo que la compró. El problema con la operación en corto, para el fondo que toma prestada la acción, es que se puede ganar una cantidad límite, pero se puede perder una infinidad de dinero. Si el fondo vende la acción en 100 y esta pierde todo su valor, al momento de adquirirla de nuevo para devolverla al dueño original, pagará por ella cero, produciendo una ganancia de 100. Ese es su mejor escenario y no puede superarlo. Pero, si la acción que prestó y que vendió en 100, al momento de tener que volverla a comprar no vale cero ni cien, sino que se valoriza hasta los 50.000, entonces está obligado a pagar por ella 50.000, convirtiendo su operación en una pérdida de 49.900.

Keith Gill. Foto The Boston Globe.

Y, cuando algunos de los grandes nombres de Wall Street empezaron a apostar en corto, a buscar el fracaso de Gamestop, a ir en contra de una compañía por muchos amada, las puertas del infierno se abrieron. «Era como una guerra -contaba uno de los inversores en Gamespot acorde a El Diario.es-. Salía una noticia mala, como que el coronavirus iba a acabar con Gamestop, y la gente metía más dinero. Ha sido una guerra de clases». Y eso fue: los banqueros luchaban por bajar el precio de la acción, los usuarios de Reedit estaban dispuestos a todo por subirla. «Seremos capaces de ser retrasados mentales más tiempo del que los fondos buitres serán capaces de ser rentables», comentaba uno de los guerreros en Wallstreetbets, el espacio de Reedit donde se aglomeraron los hombres y mujeres que dieron esta batalla. Y al final, triunfaron, elevaron el precio hasta números impredecibles. Eso, no podría ser de otra forma, hasta que los banqueros de Manhattan, el centro de la ideología neoliberal, el principal espacio desde donde más fuerte se ha librado una batalla ideológica a muerte contra la intervención del gobierno en la economía, el rey del libre mercado, decidió acudir al papá Estado para que lo salvaran de la guillotina. Aquí la historia se vuelve fascinante.

Habida cuenta de que las personas contra las que luchaba Wall Street no eran racionales, no actuaban con la lógica del mercado, no les importaba perder dinero, se vieron obligados a medidas draconianas para detener la hemorragia. El fondo que más dinero había perdido en esta apuesta se llamaba Melvin Capital. Su gran competidor comercial tiene como nombre, Citadel. Este último decidió aprovechar la situación y adquirir al primero. Hecha esa compra, Citadel, cuyo Director General es Kenneth Griffin, el ejecutivo mejor pago del mundo (1.700 millones de USD anuales), toma posesión de todas esas apuestas. ¿Por qué una compañía financiera haría una operación que la habría de meter en un negocio con capacidad comprobada de desangrar sus finanzas hasta causarle la muerte? La única razón lógica, la única respuesta posible, la única explicación plausible es que Citadel sabía cómo suturar la herida causando el desangramiento.

Janet Yellen. Foto de The New York Times

Speaking fess son los honorarios pagados por empresas a ciertos profesionales de notoria trayectoria en los Estados Unidos por dictar discursos para sus empleados, buscando enriquecer e iluminar a sus trabajadores, irradiándolos con la sabiduría contenida en notables nombres. Janet Yellen, actual secretaria del Tesoro en los Estados Unidos, es una académica con una trayectoria inmejorable. Casi todos los palmarés habidos en su carrera los ha recibido y cada uno de ellos otorgados con justicia. El Nobel que le ha sido esquivo, seguro pronto lo recibirá. Pero a menos que ella haya descubierto cómo solucionar todos los males de la humanidad desde la economía y haya organizado una charla para explicar sus hallazgos, no se encuentra justificación alguna por los 800.000 dólares recibidos en diciembre pasado de parte de Citadel por unas palabras. Sí se entiende, por el contrario, tan asombrosa cantidad cuando, como bien explica Dylan Ratigan, se hace eco de la teoría de que los speaking fess se otorgan no por el «speaking», por el discurso, sino por garantizar acceso directo al personaje contratado. Para diciembre del año pasado, era seguro Yellen habría de ser la próxima secretaria del Tesoro bajo la administración Biden.

Aunque no es más que una especulación, más bien el peor secreto guardado, sirve para aclarar por qué Robinhood, la plataforma que había convencido a millones de ciudadanos de invertir su dinero en el mercado, que les había facilitado la vida a los que deseaban comprar acciones y la herramienta usada por los pequeños inversores contra Wall Street, en una decisión sin precedentes permitió a sus usuarios cerrar las posiciones en Gamestop, pero prohibió la compra de la acción. No congeló la transacción del título transado como GME, solo prohibió su adquisición. Si solo se puede liquidar una acción esta va a ver su precio disminuido, siendo eso algo que solo beneficiaba a Citadel, empresa que había adquirido Melvin Capital, que le había pagado 800.000 dólares a Yellen por discursos y quien, esto es lo más relevante de todo, la pista que descifra el crimen: es el mejor cliente de la plataforma Robinhood.

Vladimir Tenev. Foto de El Confidencial.

Robinhood está imposibilitado para comprar o vender acciones directamente. Legalmente es así. De ahí su necesidad de trabajar con «creadores de mercado», empresas que el marco jurídico sí les entrega esa potestad. Su asociación mejor establecida para esa operación es con Citadel. Un «creador de mercado» es un tipo de organización que, por sus particularidades, requiere de mucha información sobre cómo se mueven las tendencias. Un «creador de mercado» necesita anticiparse a los hechos para poder ejercer su función. Una venta en corto requiere prever si una acción va a bajar o subir de precio, por ejemplo. Cuando Robinhood le pide a Citadel que compre o venda millones de acciones para sus inversores, le está entregando la información por ellos necesitada. Y para que Robinhood use los servicios de Citadel y no de otra empresa «creadora de mercado», Citadel le paga una pequeña comisión por cada transacción. He ahí porque esa plataforma, que no cobra a sus usuarios una comisión por la compra y venta de acciones, es una billonaria. Esa comisión es su negocio. «Cuando no te cobran por un servicio, es porque tú eres el producto», dice el sabio adagio popular.

Cualquier explicación técnica entregada por Vladimir Tenev, CEO de Robinhood, justificando sus razones para haber detenido la compra de una acción es simple y llanamente ridícula a la luz del análisis hecho por Ratigan: «Desde un punto de vista legal -explicó el empresario-, la única organización que tiene la autorización de detener la compra y venta de una acción, más aún la ridiculez de detener una parte de la transacción y no la otra, es la Bolsa de Nueva York». Complementa él, «la única razón válida para detener la compra y venta de una acción es por la filtración de una información relevante que impacte el mercado o el conocimiento de un fraude inminente». Los ejemplos citados en su perorata: Enron y Worldcom, son suficientemente dicientes para demostrar no era este el caso. «Una empresa no tiene autoridad para detener la transacción de una acción -comparte Ratigan-, mucho menos evitar que se compre al tiempo que prohíbe se venda. Ese acto es una clara manipulación del mercado». Y ahí yace escrito, en esa frase, el epitafio de Wall Street.

Occupy Wall Street. Foto de Eleonora Lauro.

De aquí en adelante, en cualquier debate donde una de las partes se atreva a citar las bondades del libre mercado y la superioridad de tal sistema, se arriesga a que con solo una palabra su opositor pueda dejarlo en ridículo: «Gamestop». El tiempo dirá si Yellen actuó o no a favor de sus clientes; pero la intervención en el sacrosanto mercado sí se presentó. Incluso, más allá han ido. Ser testigos de cómo la Directora General del NASDAQ, Adena Friedman, en televisión, en vivo, sin sonrojarse, pide la instalación de regulaciones en el mercado es presenciar la salida a la luz de la verdadera esencia de una ideología que no fue nada distinto a un timo. El sector financiero de los Estados Unidos en su totalidad, nunca escatimó recursos y financió durante décadas todo tipo de propaganda sobre los daños causados por las regulaciones, lo ineficientes que son, lo contrarias a la sabiduría del mercado que su misma existencia era. Hoy suplican que su declarado enemigo no solo exista, sino que actúe, haga presencia e intervenga protegiendolos en su propio campo de juego.

Y el miedo está justificado. Los inversionistas de Reedit no derrocaron a Wall Street. Pero al representante de Wall Street contra el que a muerte se enfrentaron, a ese sí lo derrotaron. Se quebró. Por primera vez en su historia la meca del mundo de las finanzas encontró un verdadero opositor. La competencia en el sector bursátil de Estados Unidos fue siempre entre iguales y las pérdidas de uno eran las ganancias de otro de los suyos. Nunca más. «Ocupar Wall Street«, el lema de batalla de las víctimas del 2.008 acampando en el parque Zuccoti, frente a las majestuosas oficinas de los grandes del sector bursátil, alcanzó todo un nuevo nivel al haber tumbado las murallas protegiendo su imperio, desatando la entrada de unos foráneos a ocupar su negocio. Cuando comenzó la guerra por GME, en Wallstreetbets había 3 millones de seguidores en el foro. Hoy son 8 millones. Más ciudadanos, más dinero, más poder. Las apuestas están sobre la mesa y ahora todo puede pasar.

Adena Friedman. Foto de Bloomberg

Y el miedo está justificado. Los inversionistas de Reedit no derrocaron a Wall Street. Pero al representante de Wall Street contra el que a muerte se enfrentaron, a ese sí lo derrotaron.

Autor: Andrés Arellano Báez.

Profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia.

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