¿La hora del Estado Inversionista? Parte IV.

PARTE I PARTE II PARTE III

La riqueza social se produce, en mayoritarios porcentajes, en organizaciones humanas conocidas como empresas. La misión de cualquier Estado Inversionista, por definición, es engendrar más de éstas, financiando su existencia, pero esforzándose por que las que por él sean instauradas se conviertan en unas más dinámicas, innovadoras y arriesgadas, además de capaces de adaptarse a las demandas por la coyuntura impuestas. Corporaciones realmente ecológicas son de una urgencia imperante, por ofrecer un ejemplo, siendo necesario impulsar emprendimientos provocadores de radicales transformaciones en los modos de producción de variadas áreas de la economía moderna como la alimentación, el transporte, el sector inmobiliario, la vestimenta, la infraestructura vial, entre un largo etcétera.

La capacidad de las empresas para transformar la sociedad es tan abrumadora como esperanzadora, siendo su poder de destrucción tan aterrador como ilusionante su fuerza reparadora. La concepción de “democratización del capital”, el derecho a una asignación para inversión para todos los ciudadanos, proyecta un mundo con un sistema económico más funcional a las necesidades humanas y menos enfocado a los privilegios del capital. La constante creación de nuevas empresas produce una real competencia entre los productores, siendo obligados a incrementos constantes de productividad, de innovaciones, de reducción de precios en lo ofrecido y, más importante, de mejores compensaciones a sus trabajadores. La competencia complica el dominio del mercado por pocos actores, evitando los dañinos monopolios y la peligrosa concentración de la riqueza, tan tangible en la economía moderna.

Corporaciones

Siendo el Estado el otorgante del recurso para la fundación de nuevas sociedades, tendría el ente la absoluta capacidad para determinar el tipo de compañías en que éstas deberían constituirse. Y de enfocarse exclusivamente en financiar cooperativas de trabajadores estaría dando el siguiente paso en la evolución de la civilización humana. Los escritos de la profesora Virginie Pérotin de la Universidad de Leeds, ya estudiados en estas páginas, comprueban la mayor eficiencia de las cooperativas, pues de su principal característica: la repartición de la riqueza producida entre todos al final del ejercicio, nace su mayor baza: la justicia económica se convierte en una invitación al máximo esfuerzo entre los trabajadores, generando organizaciones mucho más productivas, en comparación a las jerárquicas tradicionales estructuradas en un sistema de jefes y empleados, en donde el salario decreciente es una invitación al menor esfuerzo .

Lo postulado por Perotin fue lo experimentado en vida por otro maestro, el exministro griego de finanzas Yanis Varoufakis, quien colaboró con una cooperativa enfocada en la tecnología capaz de superar lo mil millones de dólares al año en ingresos. En la conversación con Gillian Tett, editora estrella del Financial Times, también explicaba él la principal amenaza a la subsistencia de estas organizaciones. Al indagar ella por qué tan poca la cantidad de empresas organizadas bajo este esquema, el economista marxista griego la iluminaba enseñándole que, al ser tan eficientes éstas, son absorbidas de forma brusca por sus pares capitalistas, destruyendo su condición colaborativa y transformándolas en explotadoras del trabajador, en unas meras acumuladoras de riqueza.

Yanis Varoufakis y Gillian Tett

Lo estudiado por Perotin y vivido por Varoufakis lo encuentra como un tesoro escondido en la historia Josep Fontana, quien escribe un tributo hecho oda para la clase trabajadora, una prosa imposible de borrar de la mente después de leída, depositada para la historia en su transgresor «Capitalismo y Democracia. 1756 – 1848. ¿Cómo comenzó este engaño»? Sostiene él a lo largo y ancho de sus páginas que la gran burguesía se adueñó, apropió, se hizo saqueadora de la «Primera Revolución Industrial«. Explica él que…

Maxine Berg contribuyó a desmontar el mito de una revolución industrial creada por las grandes industrias mecanizadas, destacando la importancia central de las manufacturas, mientras que Von Tunzelman lo hizo respecto a la aportación inicial de la máquina de vapor, que no fue tan importante como sostiene el mito… Por su parte, Gillian Cookson nos muestra la complejidad del progreso tecnológico en un terreno como el de la industria textil, donde el éxito no es el resultado de un invento, sino que a menudo depende de una serie de adaptaciones y probaturas. La mecanización del hilado, por ejemplo, ya la había planteado Lewis Paul en 1748, pero tuvieron que transcurrir 30 años para que estas primeras ideas se pudieran poner en práctica con eficacia, en una evolución que culminó con las mejoras empleadas por Richard Arkwright, que inicialmente hizo funcionar sus máquinas con la fuerza de los caballos, y después con la del agua.

¿Qué es más factible: que unos genios aburguesados dedicados a la vida intelectual desataron una revolución en la forma de producción o, que, ¿hombres y mujeres que dedicaban su vida al trabajo manual y de maquinaría fueron encontrando métodos de producción cada vez más eficientes hasta desatar una revolución industrial? Fontana presenta y comprueba el segundo argumento y explica que, el poder económico de aquellos años, atemorizado por la efervescencia social de la clase trabajadora, coaptó el Estado para hurtar a los asalariados los adelantos tecnológicos ya en vigor, todo en nombre de su interminable afán por no perder sus privilegios.

Josep Fontana

Las palabras del profesor Jason Hickel, de la emblemática London of School of Economics, autor de un próximo libro a salir titulado: Menos, es más. Cómo el decrecimiento salvará el mundo, espacio donde abarcara otro aspecto fascinante y enriquecedor de la cooperación en el mundo del trabajo, son lo suficientemente relevantes para transcribir acá:

Existe la extraña creencia de que el capitalismo es democrático y, si bien es cierto que a menudo se da en las democracias políticas, el sistema económico en sí no es democrático. Es un sistema donde las decisiones sobre qué producir y cómo usar los recursos las toma el 1% que controla la mayoría de los activos bursátiles, y nosotros no tenemos nada que añadir ahí. Nosotros tenemos que pasarnos la vida trabajando para crear el mundo que la clase dominante quiere ver, ¿verdad? Así que es profundamente cínico sugerir que tenemos una democracia cuando la mayoría de nuestras vidas laborales las pasamos en instituciones donde no tenemos voz ni voto, que funcionan según principios extremadamente jerárquicos y autoritarios.

Continua el autor su perorata explicando que…

Lo que es esencial es una transición hacia la democracia económica; necesitamos democratizar el control sobre las finanzas y la producción industrial. Una cosa fascinante es que contamos con multitud de estudios que demuestran que, cuando la gente controla las decisiones sobre la producción y los recursos, prioriza el bienestar y la ecología sobre la acumulación de las élites. Así que hay algo intrínsecamente ecológico en la democracia cuando se aplica a la esfera económica, y eso es lo que necesitamos hacer urgentemente

Jason Hickel

El cooperativismo no es solo más innovador, democrático, sino que es compatible con la civilización humana. Una empresa capitalista es una que obliga al empleador a apropiarse de lo producido por el trabajador para acumular en poca riqueza en pocas manos mientras expande pobreza y miseria en la mayoría, hacho comprobado en la sociedad actual. Se entienden, por otra parte, a las cooperativas como aquellos espacios democráticos en donde todos participan en el proceso de producción y en repartición de la riqueza al final del ejercicio.

La distinción explica porque el profesor Richard Wolff presenta esta forma de organización económica, la basada en la cooperación, como una capaz de superar la plusvalía y la concentración monetaria, y una capaz de instaurar la democracia en el lugar de trabajo. El modo de producción es la siguiente lucha por los derechos democráticos en contra de los privilegios monárquicos de los grandes accionistas y ejecutivos de las transnacionales. Para él, las cooperativas son a la economía, lo que la democracia a la política. Y si hubo que derrocar la monarquía para instaurar un gobierno del pueblo, habrá que derrocar el capitalismo para instaurar el cooperativismo.

Karl Marx

Karl Marx comprendió la íntima conexión habida entre la forma de producción y la sociedad civil. Y es que no hay democracias en dictaduras del capital. La explotación del trabajo conlleva a concentraciones de la riqueza cuyo corolario es la instauración de oligarquías modernas o, de unas «democracias neoliberales», como las tituló Noam Chomsky: sociedades con elecciones amañadas para que el poder nunca se traspase. Con la riqueza acumulada obtenida del explotado se compran medios de comunicación para dominar la política y establecer un Estado subyugado al dinero. Marx, filósofo y economista, entendía que esa forma de poder entre empleado y empleador debía superarse y legó al mundo la solución: las cooperativas de trabajadores.

Si la innovación está en el trabajo, una fuerte inversión del Estado en la gestación de miles de cooperativas de trabajadores sería un golpe de gracia al sistema de producción, más de explotación, más de dominación, establecido por la economía moderna. Una comunidad de trabajadores organizados y financiados engendraría un nuevo modo de producción y una sociedad más equitativa, una economía más dinámica y una democracia real. La mayor eficacia y eficiencia, el incentivo a la innovación y la constante competencia, haría emprendimientos cada vez más productivos y tecnológicamente más avanzados, impulsando sociedades cada vez más desarrolladas. Sería nada distinto a la creación de una ilusión, al nacer de Otra República.

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