¿No hay más un cuarto poder?

La historia de la humanidad es una de opresiones y dominaciones, pero también de la lucha y la resistencia contra estas opresiones y explotaciones.

Todo poder público erigido como Estado en sociedad alguna jactándose de ser democrática debe contener un contrapoder circunscribiendo su impacto y confinando sus alcances. Esa máxima ha sido principio irrestricto de la teoría política desde los clásicos. Y la razón de su existencia encontraba fundamento en los comportamientos de las instituciones durante la cotidianidad. Las naciones dotaron a sus Estados con una función legislativa, otra ejecutiva y una última judicial, construyendo un tríptico del poder político. La interacción entre ellas se consideraba un sistema de pesos y contrapesos funcional al gobierno, al parlamento y a las cortes. Cualquier intento de una de ellas (generalmente el ejecutivo) por expandir sus capacidades más allá de su esfera de influencia natural, sería limitada al chocar con la circunscripción de otra rama del poder (generalmente la legislativa, aunque últimamente más la judicial). Pero el diseño era insuficiente desde la perspectiva de la ciudadanía. La inexistencia de un ente desde el cual pudiera ella presionar el abuso de las otras, era un vacío inconsistente con sus principios filosóficos. Nación sin poder no es democracia.

Los medios de información, el periodismo en su más pura esencia, suplieron la necesidad de ese espacio con la denuncia como el arma más poderosa para delimitar las acciones de los hombres y mujeres del Estado, presionando desde su quehacer el encaminarlos hacia su objetivo originario. Ninguna dicha es eterna y, producto de los cambios producidos por la globalización en su fase de pax americana y neoliberal, la sociedad se enfrenta a un nuevo problema. No se previó, por parte de los padres fundadores, la capacidad de que alguna institución, algún ente o una organización pudiera captar las tres ramas del poder público y la del ciudadano, disponiendo de todas ellas a su antojo y enfocarlas hacia la satisfacción de sus necesidades. Es casi indubitable el que hoy, el poder económico, centralizado éste en las grandes corporaciones con alcance global, tiene a su merced Estados enteros y a sus pueblos indefensos frente a su accionar. Su descomunal riqueza lo ha hecho subyugar todas las esferas públicas y, además, dominar los grandes referentes periodísticos. Y debió haber sido previsible: tal capacidad de maniobra, por la que mucho dinero invirtieron, tiene un fin trazado y es ser usada de manera inescrupulosa cuando sus intereses comerciales estén amenazados.

Donald Trump
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Breaking Bad: ¿Enterrando el sueño americano?

«Detrás de toda fortuna hay un crimen»

No hay lugar a duda. En una época, el sueño americano fue algo más que una ilusión. Hubo un momento en la historia moderna de la humanidad que el trabajo, la disciplina y el esfuerzo personal se recompensaba con el éxito en la sociedad. Pero se acabó, se desvaneció y «Breaking Bad», la serie creada por el genio que sabe plagiar llamado Vince Gilligan, es una cruda y dura representación artística de la actual etapa de crisis estructural posterior a la conclusión de un paradisiaco tiempo, esas tres décadas de crecimiento económico inclusivo que el demógrafo francés Jean Fourastié denominó con exactitud como «los treinta gloriosos».

La serie emitió su capítulo final hace más o menos una década. Sobre ella todo tipo de análisis cinematográficos, sociales, políticos, y demás, se han podido realizar. Pero la complejidad de su puesta en escena, la profundidad en toda la creación artística y su ambiciosa temática (y tema), ofrece la posibilidad de una interminable cantidad de lecturas. Una, tal vez la más importante, es la representación gráfica de la caída del imperio norteamericano desde ese pedestal de sociedad idílica que sus medios de comunicación han sabido vender tan bien, durante tanto tiempo.

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¿Por qué CNN emboscó a Álvaro Uribe Vélez?

«Mal le paga el diablo a quien bien le sirve».

El uso de la palabra pronunciada por el ex presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez, durante su entrevista con Fernando del Rincón para CNN en Español, denunciando no haber sido invitado a dialogar y sí emboscado para interrogar, parece fue uno muy preciso. El tono de indagatoria y la actitud de investigador inquisitivo utilizados por el periodista (más presentador) de la famosa cadena estadounidense, tomó desprevenido al antiguo primer mandatario quien, sustentado en hechos pasados, esperaba una amena charla con un aliado de las causas de políticos situados a la derecha del espectro ideológico en América Latina. En breve, un profesional con cuestionarios poco fiscalizadores con los otros empleados de sus jefes.

Fue hace poco que el mismo del Rincón tuvo en su set al heredero más fiel del líder del Centro Democrático. En su entrevista de 2020, y en una anterior en 2018, la camarería y buen ambiente fue la constante durante el intercambio de palabras con Iván Duque. Tal mesura en su interpelación no fue producto de falta de temas candentes, complicados o controversiales: las elecciones ganadas con fotocopias o los asesinatos a líderes sociales, por ejemplo, habrían sido un par de tópicos cuya aparición arruinaría dos conversaciones desenvueltas con toda cordialidad y calma. Pero es que tal calidez y armonía era producto de que en aquellos momentos los vientos no volaban en direcciones encontradas. En otras palabras, en aquellos tiempos el uribismo no había traicionado a los dueños de la CNN.

Fernando del Rincón. Foto de Enrique Menacho.
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¿Quién paga por el 2020?

¿Quién paga por el 2020 ? ¿Por las muertes, el tiempo, el desastre social? Todos, en silencio, clausurados en los hogares, aguantando hambre, asumiendo deudas impagables, esperando volver a una normalidad que tarde o temprano pondrá a todo el planeta en esta situación de nuevo, al ser la normalidad la causante de crear este epílogo del desastre.

«Pero últimamente siento que llegué tarde, que lo mejor ya pasó». Las palabras daban inicio a toda una nueva era en la televisión, a una revolución cultural impredecible que explotó en la pantalla chica. Tony Soprano, líder indiscutible de la mafia de New Jersey en la serie de HBO «The Sopranos», recogía en su quejido el doloroso sentir de toda una nación. En mucho, de casi todo ciudadano del mundo. Comparada con el estilo de vida y tipo de sociedad habitada por nuestros antepasados inmediatos en sus años más productivos, la era actual parece un pequeño apocalipsis.

«Cuando tú preguntas por qué Estados Unidos es el mejor país en el mundo, no tengo la más mínima puta idea de qué estás hablando». El presentador de noticias Will McAvoy, personaje principal de otra serie de HBO, «The Newsroom», declamaba una larga lista de indicadores como sustento asesino destinado a finiquitar, de una vez por todas, la vida de una de las mentiras más grandes de nuestra era. «Pero seguro que lo fuímos -continúa el vociferante periodista-. Nos parabamos a defender lo correcto, Peleabamos por las razones exactas, pasamos y derrocamos leyes por razones morales. Peleamos guerras contra la pobreza, no contra los pobres. Nos sacrificamos, nos preocupamos por nuestros vecinos, apoyamos lo que creíamos y nunca nos vanagloriamos por ello. Construimos cosas grandiosas. Creamos tecnología impía y exploramos el universo. Curamos enfermedades. Cultivamos los artistas más grandes del mundo y la mejor economía. Aspiramos a las estrellas». Palabras denotando un sentimiento general indicando una marcada creencia en que el pasado fue mejor.

Tony Soprano.
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¿Qué esconde la Guerra Contra las Drogas?

¿Cómo manejan un cartel de las drogas los grandes capos? Como si grandes CEO fueran.

Hay cifras que, en su crudeza, alcanzan a explicar una época entera. En 1998 la ONU declaró su intención de alcanzar «un mundo libre de drogas»; y, una década después, el consumo de cocaína, heroína y mariguana se superaba a sí mismo en un 50% a nivel global. El tamaño del fracaso se hace uno de tipo incomprensible cuando se adiciona que durante ese mismo periodo se ha efectuado una inversión de cerca de un billón de dólares anuales a nivel global enfocados en tener el mundo ideado por la organización que aglomera a los Estados del planeta.

Las cifras expuestas son tomadas del excelente trabajo de investigación de Tom Wainwright, plasmado con claridad en un libro con título en español «Narconomics. Cómo administrar un cártel de drogas». El subtítulo es uno absolutamente amarillista, al no ser la intención de las páginas escritas convertirse en un manual a seguir por alguien interesado en fundar el próximo gran grupo traficante de drogas ilegales. Es, por el contrario, la verdadera meta deseada explicar cómo es que los principales carteles de droga del mundo han logrado convertirse en perfectas empresas multinacionales aplicando medidas paralelas a las usadas por los grandes emporios económicos de nuestro tiempo, sean Walmart, Disney, Coca Cola…

Penguin Books Australia Tom Wainwright - Penguin Books Australia
Penguin Books Australia Tom Wainwright – Penguin Books Austral

El contexto recuerda a la valiente periodista mexicana Anabel Hernández, quien sacudió el público de su país con el lanzamiento de su escrito «El Traidor», en el que reveló el diario personal de Vicentillo, uno de los grandes capos de la droga en todo el planeta. En una de las entrevistas de promoción de su obra, Hernández recordó cómo, ella, desde siempre, se rehusó a creer que Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, el «Chapo», fuera el jefe más importante de uno de los cárteles más poderosos de uno de los negocios más grandes de todo el mundo. En pocas palabras, veía en él a alguien sin las suficientes capacidades para administrar todos los retos contraídos por un emporio, como lo es cualquier organización traficante de cocaína y mariguana de México.

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