¿Qué esconde la Guerra Contra las Drogas?

Hay cifras que, en su crudeza, alcanzan a explicar una época entera. En 1998 la ONU declaró su intención de alcanzar «un mundo libre de drogas»; y, una década después, el consumo de cocaína, heroína y mariguana se superaba a sí mismo en un 50% a nivel global. El tamaño del fracaso se hace uno de tipo incomprensible cuando se adiciona que durante ese mismo periodo se ha efectuado una inversión de cerca de un billón de dólares anuales a nivel global enfocados en tener el mundo ideado por la organización que aglomera a los Estados del planeta.

Las cifras expuestas son tomadas del excelente trabajo de investigación de Tom Wainwright, plasmado con claridad en un libro con título en español «Narconomics. Cómo administrar un cártel de drogas». El subtítulo es uno absolutamente amarillista, al no ser la intención de las páginas escritas convertirse en un manual a seguir por alguien interesado en fundar el próximo gran grupo traficante de drogas ilegales. Es, por el contrario, la verdadera meta deseada explicar cómo es que los principales carteles de droga del mundo han logrado convertirse en perfectas empresas multinacionales aplicando medidas paralelas a las usadas por los grandes emporios económicos de nuestro tiempo, sean Walmart, Disney, Coca Cola…

Penguin Books Australia Tom Wainwright - Penguin Books Australia
Penguin Books Australia Tom Wainwright – Penguin Books Austral

El contexto recuerda a la valiente periodista mexicana Anabel Hernández, quien sacudió el público de su país con el lanzamiento de su escrito «El Traidor», en el que reveló el diario personal de Vicentillo, uno de los grandes capos de la droga en todo el planeta. En una de las entrevistas de promoción de su obra, Hernández recordó cómo, ella, desde siempre, se rehusó a creer que Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, el «Chapo», fuera el jefe más importante de uno de los cárteles más poderosos de uno de los negocios más grandes de todo el mundo. En pocas palabras, veía en él a alguien sin las suficientes capacidades para administrar todos los retos contraídos por un emporio, como lo es cualquier organización traficante de cocaína y mariguana de México.

«Narconomics» ni legítima o romantiza, en ningún párrafo y ni por error, a los capos más conocidos de este flagelo de la sociedad. Pero si expone sin el menor temor los resultados de su inmensa investigación y deja claro que, los principales líderes del negocio que ha definido a grandes porciones de América Latina en las últimas décadas, tienen las mismas habilidades que un gerente general (CEO) de talla global. Sea haciendo una diversificación horizontal o vertical de los negocios, manejando los problemas de recursos humanos, compitiendo o pactando con otros carteles, proveedores y moviéndose entre la marasma de marcos regulatorios a nivel internacional, los capos se enfrentan a los mismos retos, además desde la ilegalidad, que cualquier líder de una multinacional ampliamente reconocida. Por imposible que parezca el acercamiento, cada caso presentado en el libro despeja toda duda de su veracidad: las comparaciones exhibidas son totalmente válidas y perfectamente sustentadas.

Narconomics
Narconomics

El punto más álgido del discurso presentado es su posición frente a la Guerra contra las Drogas, al declararla como un rotundo fracaso, lo que hace sosteniéndose en cifras (como la citada de la ONU), con hechos (algunos espectaculares como uno en Suiza, en donde los doctores fueron mucho más efectivos que los policías para acabar con el tráfico de heroína) e investigaciones propias (como el pacto que creó una estructura de oligopolio en El Salvador entre las maras). Profundiza en su caso, con la presentación de medidas consideradas alternativas a la lucha tradicional, demostrando los resultados más favorables de estas frente a los entregados por la prohibición y el enfrentamiento armado en la lado de la oferta. Donde se queda corto, tal vez como buen autor del mundo anglosajón que él es, es en llamar a esta guerra lo que realmente se ha convertido: un negocio disfrazado de política, aunque sí sea esa una conclusión fácil de sacar al terminar la lectura de tan fascinantes páginas.

En un artículo que debería ser histórico, Matt Taibbi en la Rolling Stone aclara lo que a esta altura no necesita ningún tipo de aclaración: la incoherencia de esta guerra declarada a los narcóticos. Su historia tiene foco en la ridícula multa impuesta al banco inglés HSBC después haber sido descubierto como lavador de dinero de los cárteles de la droga desde su oficina en México. Parafraseando su texto, esta lucha por mantener la ilegalidad de unas sustancias adictivas es una verdadera «broma». Una ridiculez. Similar conclusión está plasmada, sin decirlo, en las páginas de «Narconomics». Después de leído el texto es válida la pregunta: ¿Por qué gobiernos del mundo se enfrascan en tomar medidas comprobadamente nada efectivas contra este flagelo, evitando tomar otras con demostrada capacidad de éxito?

Matt Taibbi
Matt Taibbi

No es la idiotez lo que los mueve: es el negocio. En un repaso maravilloso de lo que ha sido la legalización de la cannabis en los Estados Unidos, Wainwrigth proyecta que será cuestión de tiempo para que «los agricultores mexicanos de cannabis están trabajando para gente como Philip Morris y compañía, en vez de trabajar para los cárteles de la drogas». Decía, en otras palabras, el escritor colombiano Antonio Caballero, que, los estadounidenses controlan todo en este mundo, pero nos quieren hacer creer que no controlan el negocio de las drogas ilegales. Válida su aserción. En los últimos años, por citar un ejemplo, el consumo de heroína en los Estados Unidos se ha disparado, siendo Afganistán, país controlado en gran parte por el ejército de ese país, el gran productor a nivel planetario. Paralela situación a la representada en «American Gangster», la película de Ridley Scott, en la que Frank Lucas, el personaje de Denzel Washington, contrabandea toneladas de drogas desde Asia hasta su territorio natal, después de haber servido en el ejército durante la Guerra de Vietnam. La única diferencia visible con la situación actual es que los principales compradores de los importadores de narcóticos no son traficantes medios callejeros, como fueron los de Lucas, sino las grandes farmaceúticas, quienes los venden al público masivo a través de sus antidepresivos.

«Narconomics» viene con una tesis poderosa entre sus líneas: lo buscado con la Guerra contra las Drogas no es acabarla, sino modificar, cambiar, transformar a los actores dominantes del negocio. Para Estados Unidos y su gobierno (uno que no tiene amigos sino intereses, como bien dijo un antiguo secretario de Estado) el éxito de los cárteles mexicanos es una amenaza rotunda no por las drogas que insertan en su nación, sino por los dólares que se extraen de su economía. Eso hace posible decir que, la Guerra Contra las Drogas no es nada diferente a un negocio establecido a través de una política de la prohibición que en nada a prohibido el consumo de narcóticos. Es la dura y cruda realidad.

American Gangster
American Gangster Poster

En «Miedo a la Democracia», el libro más certero y de Noam Chomsky, se encuentra una afirmación poderosa: el Cartel de Medellín fue un invento del Complejo Militar Industrial de los Estados Unidos para justificar su existencia, estableciendo un nuevo enemigo útil para reemplazar a la Unión Soviética, quien para mediados de los años ochenta entraba en una etapa de paz con la potencia del Atlántico Norte al entablar diálogos los mandatarios Reagan y Gorbachov. Peter Dale Scott, profesor, investigador y poeta, escribe un libro: «American War Machine», cuya lectura se convierte en la armada del rompecabezas que es la Guerra Contra las Drogas. Su análisis invita a pensar en que no es una sino varias las guerras desatadas contra los estupefacientes, permitiendo entender por qué el mismo país que desata una lucha frontal contra la marihuana, la cocaína y la heroína, es el mismo país que más negocios hace con esos productos. La Guerra contra las Drogas, es fácil de sostener esto, es el medio por el que los Estados Unidos han logrado controlar un negocio multimillonario cuyo producto base no han sido capaces de producir de forma competitiva.

Ayda Levi, viuda del boliviano Roberto Suárez Gómez, escribe un libro sobre su esposo que titula con total acierto «El Rey de la Cocaína». La vida de la figura sudamericana se inmortalizó en la película de Brian de Palma, escrita por Oliver Stone y protagonizada por Al Pacino, «Scarface», cuyo personaje fue bautizado en la ficción como Alejandro Sosa. Acorde a la esposa del antiguo ganadero, su pareja sentimental explicaba que «los gringos tienen una falsa moral. Te doy sólo dos ejemplos: los cigarrillos que fabrica la tabacalera Philip Morris y las armas que fabrica Smith & Wesson, que se venden sin ningún control en los Estados Unidos, matan anualmente a más gente que la cocaína». Las estadísticas a la pareja la razón le dan. Y si no es por salud que se lucha contra el mal, todo indica que es por controlar un negocio de un poder magnífico (se calcula en 300 mil millones de dólares al año las ventas de esta industria ilegal) y establecer una geopolítica de las drogas ilícitas, una a favor del país que dice querer finiquitar su existencia.

Roberto Suárez Gómez

La situación es explicada con claridad por El País de España: «el papel de la CIA en el narcotráfico es un asunto antiguo y bien documentado, debido a su repetitivo método de operación: financiar a facciones anticomunistas en lugares estratégicos para EE UU y permitir o exhortar al narcotráfico en esos lugares. La participación de la CIA en el tráfico de heroína en el Triángulo de Oro asiático es conocida desde hace décadas. Oliver North utilizó la misma fórmula y desató el escándalo Irán-contras». Desde su misma existencia, los Estados Unidos, a través de su agencia de inteligencia, ha establecido contactos directos con los principales carteles del mundo buscando usar su poder a su favor. Legalizar la droga le impediría el imperio enviar sus fuerzas armadas al mundo entero para luchar contra un mal global. Su prohibición le ha permitido militarizar México y Colombia (principales exportadores de cocaína a Estados Unidos), invadir Afganistán (principal exportar de opio a los Estados Unidos), invadir Vietnam (principal exportador de heroína en los años sesenta a los Estados Unidos). Cada país militarizado por los Estados Unidos se termina transformando en su principal exportador de drogas ilícitas, generando el efecto contrario al promovido; pero seguramente el realmente deseado.

Las políticas útiles para disminuir el consumo de drogas son obviadas por los grandes gobiernos. La militarización y prohibición, que no han hecho sino acrecentar el negocio, son la única medida a considerar. No se comete un error de medio siglo; pero sí una estafa. No se han equivocado los estadounidenses con su visión de cómo atacar las drogas; han engañado al mundo con ella. Han logrado domar, a través de una política pública de alcance internacional, y apropiarse de un negocio sobre el que no tenían ninguna posibilidad de control. Y ese era su único y verdadero objetivo. Los millones de litros de sangre derramados en las calles de los barrios pobres del mundo tienen como contraparte los millones de dólares puestos a disposición de la banca global. La Guerra Contra las Drogas es un negocio disfrazado de política.

Los millones de litros de sangre derramados en las calles de los barrios pobres del mundo tienen como contraparte los millones de dólares puestos a disposición de la banca global.

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