¿Fue la era Uribe Vélez una mera ilusión?

Así, no solo hay gobiernos de izquierda funcionales a las necesidades de sus países, sino que los cuatro de Sur America más reconocidos por estar dominados por esa tendencia y que, por momentos, coincidieron con el de derecha de Uribe Vélez, fueron notoriamente más exitosos que el suyo.

La majestuosidad otorgada por los miembros del uribismo a su líder supremo brota de dos pilares supuestamente establecidos durante su gobierno de ocho años: el crecimiento económico acaecido en su gestión y el incremento en la seguridad nacional percibida por los ciudadanos. Es imposible discutir con las experiencias personales, los sentimientos producidos, las circunstancias vividas; incluso cuando la realidad indica lo contrario. Ellos aseguran así fue; pero yace ahí el debate: el gobierno de Uribe, tan enquistado en un pedestal por los suyos, se derrumba por completo al confrontarlo con los datos y las comparaciones internacionales. Más todavía, fue él un gobernante que en su andar hacía la Casa de Nariño se topó con un billete de lotería ganador, uno cuyo premio despilfarró durante su mandato. Por supuesto, a simple vista o, mejor, a una mirada simplista, la ilusión de riqueza desatada por el gasto es un recuerdo añorado y más aún cuando la resaca posterior a la fiesta no es asumida por el irresponsable parrandero.

Cualquier argumento sobre los hitos en seguridad alcanzados por la política de la “seguridad democrática” del conservador gobierno se difuminan hasta desvanecer con cada palabra pronunciada por los militares retirados en el marco de sus confesiones frente a la Jurisdicción Especial para la Paz, un tribunal funcionando como una comisión de la verdad sobre el conflicto armado colombiano. Los relatos de las figuras castrenses concluyen cualquier debate: sí, existió una política de Estado encaminada a mostrar el asesinato de civiles como miembros del enemigo caídos en combate. En una democracia, la cadena de mando militar finiquita en el presidente. Más aun en Colombia, país cuya carta magna claramente indica que es ese funcionario el comandante supremo de las Fuerzas Armadas de la República. Se dictamina entonces que, el responsable político directo del genocidio causado en Colombia es nadie diferente a Álvaro Uribe Vélez. Querer eximirlo de su responsabilidad por no haber cometido un asesinato directamente o por la falta de pruebas contundentes demostrando que él impartió la orden, es tan ridículo como no otorgarle los triunfos militares a un presidente por, él mismo, en su persona, no haber pisado el campo de batalla.

Álvaro Uribe Vélez
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¿Ya no es Juan Guaidó el presidente de Venezuela?

El gobierno colombiano siempre ha fantaseado al exagerar la importancia de su real relación con los Estados Unidos, mientras mantiene una importante relación real con el fantasioso presidente de Venezuela. Cuando el verdadero mandatario venezolano pida la cabeza del uribismo a cambio de su petróleo, sabrán que vivir en un mundo de sueños contrae dolorosos despertares.

«Como es de todos conocido, Colombia, junto con varios países de América Latina y el resto del mundo, no reconoce y, por ende, no tiene relaciones diplomáticas con el régimen dictatorial de Nicolás Maduro«. Con tal frase el gobierno de ese país trataba de justificar una controversial solicitud a ser presentada. “Un juez competente solicitará la extradición de la ex congresista Aida Merlano -se continuaba explicando desde las instancias oficiales- ante el legítimo Gobierno de Venezuela, en cabeza de Juan Guaidó». El indicio de ser una movida maquiavélica destinada al fracaso no pasó desapercibida, habido el nulo deseo del gobierno de Colombia por ver aterrizar sobre su territorio a Merlano, puesto que con el retorno a su país como prófuga de la justicia arrimaba también su confesión sobre su participación en el tejemaneje de corrupción enredando a un gran aliado del partido gobernante. Aun así, la ridiculez de la puesta en escena fue inolvidable.

En fecha tan cercana como el 5 de enero del año en curso titulaba Infobae: “Estados Unidos respaldó la ratificación de Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela”. La lógica indicaría que, en idéntica actitud a la del gobierno colombiano, al momento de necesitar un incremento en la producción petrolera del país caribeño la delegación de alto nivel del presidente Joseph Biden le extendería tal solicitud al gobernante por ellos reconocido. Pero la geopolítica y, mucho más, la geoeconomía, es un abundante manantial de hipocresía, traiciones y apostasías. Ya es conocido el encuentro de alto nivel entre los delegados del gobierno Demócrata de los Estados Unidos y los representantes del presidente venezolano Nicolás Maduro, siendo que, para no pocos, no haya pasado desapercibido tremenda transformación política, toda una revolución, ocurrida en el país sudamericano en el transcurso de las pocas horas habidas entre el anochecer y el amanecer. Producto de tal encuentro, el mundo entero se fue a dormir convencido de la existencia de una dictadura dominando un régimen despótico en Venezuela al mando de Nicolás Maduro, para al despertar encontrarse con titulares resaltando una democracia al mando del presidente de Venezuela, con cabeza en… el mismo Nicolás Maduro.

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, participa en una reunión con miembros del Foro de Sao Paulo en Caracas. REUTERS/Manaure Quintero/
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China, ¿comunista, socialista o capitalista?

Pero, al igual que los soviéticos, China así misma nunca se llamó comunista. Comunismo es el ideal a alcanzar, el horizonte inspirador hacía el que la nación se impulsa con su andar.

Integrar la verdad universal del marxismo con la
realidad concreta de nuestro país, seguir nuestro propio camino y construir
un socialismo con peculiaridades chinas es la conclusión fundamental que
hemos sacado al sintetizar nuestra larga experiencia histórica.

Deng Xiaoping. 1982

La potencia oriental a nadie deja indiferente. Su poder, creciente y contundente, estremece la geopolítica de forma permanente. Su posesión como rey de la economía global parece un andar imparable hacia el trono, generando temores justificados porque, como la historia enseña, nadie se ha apeado del asiento del monarca en silencio y calma. Más en este caso de coyuntura tan singular, a la espera de definir no solo quién usará la corona, sino de qué forma de organización emana el poder en las joyas representado. El pronóstico invita a despertar los temores más inquietantes al preverse como el escenario más certero un traspaso en los próximos lustros caracterizado por la existencia de un país cediendo el lugar de privilegio, declarando durante el traslado que, el modelo económico vencido es superado por su enemigo jurado. Una situación sin parangón en la historia humana moderna, en donde no se recibirá a su nueva majestad en el viejo castillo, sino que habrá una mudanza del mobiliario real hacia otra civilización.

El centro gravitacional del poder político mundial reposaba en China cinco siglos atrás. Se alejó de su vector durante medio milenio, girando hacia Occidente y aterrizando temporalmente en Italia, Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Hoy, el retorno a su origen parece inminente y queda imposible minimizar el acontecimiento. La posterioridad registrará tal éxito como uno inédito, pues el poder obtenido por el «gigante asiático» responde a la aplicación de un modelo económico declarado como enemigo a vencer por el sistema dominante. Los detractores del socialismo siempre advirtieron a los pueblos atraídos por sus postulados de estar ad portas de instalar la sucursal del infierno en su tierra. China da por finalizada la edad de la inocencia en las relaciones internacionales y reinicia la historia ya declarada como finalizada por Francis Fukuyama en pleno auge de la era neoliberal, durante la formación del Nuevo Orden Mundial, alzándose ella como la verdadera y única vencedora de la Guerra Fría. Se escriben los primeros párrafos de un nuevo capítulo de la civilización humana y en el teatro de los hechos futuros todo indica que Estados Unidos y Europa cederán su protagonismo relegándose a una nueva posición como actores, que, aunque aún relevantes, serán meros secundarios de la obra.

100 aniversario Partido Comunista Chino
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¿Por qué CNN emboscó a Álvaro Uribe Vélez?

«Mal le paga el diablo a quien bien le sirve».

El uso de la palabra pronunciada por el ex presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez, durante su entrevista con Fernando del Rincón para CNN en Español, denunciando no haber sido invitado a dialogar y sí emboscado para interrogar, parece fue uno muy preciso. El tono de indagatoria y la actitud de investigador inquisitivo utilizados por el periodista (más presentador) de la famosa cadena estadounidense, tomó desprevenido al antiguo primer mandatario quien, sustentado en hechos pasados, esperaba una amena charla con un aliado de las causas de políticos situados a la derecha del espectro ideológico en América Latina. En breve, un profesional con cuestionarios poco fiscalizadores con los otros empleados de sus jefes.

Fue hace poco que el mismo del Rincón tuvo en su set al heredero más fiel del líder del Centro Democrático. En su entrevista de 2020, y en una anterior en 2018, la camarería y buen ambiente fue la constante durante el intercambio de palabras con Iván Duque. Tal mesura en su interpelación no fue producto de falta de temas candentes, complicados o controversiales: las elecciones ganadas con fotocopias o los asesinatos a líderes sociales, por ejemplo, habrían sido un par de tópicos cuya aparición arruinaría dos conversaciones desenvueltas con toda cordialidad y calma. Pero es que tal calidez y armonía era producto de que en aquellos momentos los vientos no volaban en direcciones encontradas. En otras palabras, en aquellos tiempos el uribismo no había traicionado a los dueños de la CNN.

Fernando del Rincón. Foto de Enrique Menacho.
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¿Quién le teme a las «noticias falsas»?

Los medios masivos de comunicación han sido los grandes difusores de «fake news». Hoy han perdido su monopolio de información y con todo atacan a su adversario: la red.

«El hombre que no lee es una persona más educada que la persona que no lee nada más que los periódicos». Fueron las manos de Thomas Jefferson, flamante padre fundador de la democracia en los Estados Unidos, las encargadas de unir tal conjunto de palabras a ser inmortalizadas en tan fascinante frase. Y radica ahí una sabiduría subrepticia, capaz de destruir en un santiamén el mito de sufrir en exclusiva en esta era de fenómenos atemorizantes como la posverdad y las fake news. La idea de habitar en un nuevo y oscuro periodo de la evolución humana en el que se esparcen noticias alejadas de la realidad, al que se ve abocada la especie producto del esparcimiento a todos los rincones del globo de Internet, es, tragicómicamente, tal vez, el mito y la mentira más grandes de estos días.

Las noticias falsas son tan antiguas como las noticias mismas. «La libertad de la imprenta es la libertad del dueño de la imprenta», aleccionaba con exactitud el ex presidente Rafael Correa. «La opinión pública es la opinión de los dueños de los medios de comunicación», ilustraba Ignacio Ramonet, experto en la materia, durante una de sus poderosas conferencias sobre el tópico. Jonathan Albright, Director de Investigación del Tow Center for Digital Journalism de la Universidad de Columbia, define este tipo de información como «Un contenido que puede ser viral y que muchas veces está sacado de contexto. Está relacionado con la desinformación y la propaganda, y se asemeja a un engaño intencional». Obedeciendo a ese concepto, se acierta el calificar los mitos de la colonización de América por parte de los europeos como una poderosa operación de noticias falsas para justificar el saqueo y legitimar la barbarie, la explotación del nuevo mundo por parte de la llamada civilización.

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¿Por qué hay políticos que aman la guerra?

Desnudando el complejo militar industrial y su turbio negocio.

Le urge a Estados Unidos encontrar una nueva misión para sus fuerzas militares. Las razones para ello son complejas y complicadas, pero las muestras son contundentes e incontestables. En el fondo, es la misma y vieja historia de siempre: el negocio. Sea amenazando a Venezuela, moviendo la naval hasta el Mar de China o manteniendo incomprensiblemente sus tropas en Medio Oriente, el triunfador de la Guerra Fría alimenta un monstruo insaciable cuya representación más gráfica es una figura geométrica, y cuyo nombre más reconocido es el «complejo militar industrial».

Fue Sean McFate, en su libro The Modern Mercenary: Private Armies and What They Mean for World Order, publicado por la Universidad de Oxford, de los primeros valientes en constatar que, las guerras en el mundo son perpetradas por compañías listadas en la Bolsa de Valores de Nueva York, haciendo de la aparición de un conflicto un juego especulativo de sus valores y una poderosa fuente de ingresos, abriendo todo un nuevo campo de análisis a cómo se planean y ejecutan los golpes militares. De haberse perpetrado la invasión a Venezuela, por recrear un escenario hipotético, por parte del gobierno Trump, desatando una guerra por todo Sudamérica, un ávido deseo por las acciones de las empresas contratistas militares se habría despertado, enriqueciendo en un santiamén a un puñado de poderosos empresarios. Evidente; pero es de aclarar que, el simple anuncio, genera similares reacciones en los mercados. La expresión «juegos de guerra» nunca fue tan exacta.

Sean McFate
Sean McFate
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