¿Ya no es Juan Guaidó el presidente de Venezuela?

«Como es de todos conocido, Colombia, junto con varios países de América Latina y el resto del mundo, no reconoce y, por ende, no tiene relaciones diplomáticas con el régimen dictatorial de Nicolás Maduro«. Con tal frase el gobierno de ese país trataba de justificar una controversial solicitud a ser presentada. “Un juez competente solicitará la extradición de la ex congresista Aida Merlano -se continuaba explicando desde las instancias oficiales- ante el legítimo Gobierno de Venezuela, en cabeza de Juan Guaidó». El indicio de ser una movida maquiavélica destinada al fracaso no pasó desapercibida, habido el nulo deseo del gobierno de Colombia por ver aterrizar sobre su territorio a Merlano, puesto que con el retorno a su país como prófuga de la justicia arrimaba también su confesión sobre su participación en el tejemaneje de corrupción enredando a un gran aliado del partido gobernante. Aun así, la ridiculez de la puesta en escena fue inolvidable.

En fecha tan cercana como el 5 de enero del año en curso titulaba Infobae: “Estados Unidos respaldó la ratificación de Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela”. La lógica indicaría que, en idéntica actitud a la del gobierno colombiano, al momento de necesitar un incremento en la producción petrolera del país caribeño la delegación de alto nivel del presidente Joseph Biden le extendería tal solicitud al gobernante por ellos reconocido. Pero la geopolítica y, mucho más, la geoeconomía, es un abundante manantial de hipocresía, traiciones y apostasías. Ya es conocido el encuentro de alto nivel entre los delegados del gobierno Demócrata de los Estados Unidos y los representantes del presidente venezolano Nicolás Maduro, siendo que, para no pocos, no haya pasado desapercibido tremenda transformación política, toda una revolución, ocurrida en el país sudamericano en el transcurso de las pocas horas habidas entre el anochecer y el amanecer. Producto de tal encuentro, el mundo entero se fue a dormir convencido de la existencia de una dictadura dominando un régimen despótico en Venezuela al mando de Nicolás Maduro, para al despertar encontrarse con titulares resaltando una democracia al mando del presidente de Venezuela, con cabeza en… el mismo Nicolás Maduro.

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, participa en una reunión con miembros del Foro de Sao Paulo en Caracas. REUTERS/Manaure Quintero/

Noam Chomsky lo anticipó con exactitud en “Manufacturing Consent: The Political Economy of the Mass Media” (Los guardianes de la libertad), escrito a cuatro manos junto al economista y analista de medios Edward S. Herman: terroristas son aquellos obstaculizando los intereses imperiales de los Estados Unidos; y regímenes democráticos son esos serviciales a tales deseos de expansión. Poco o nada importa las medidas tomadas desde las posiciones de mando político. Colombia (donde se asesinan jóvenes inocentes por parte del ejército para presentar sus cadáveres como bajas de guerrilleros rebeldes), Arabia Saudita (donde se descuartizan opositores en sus mismas embajadas) y Qatar (donde se explotan los trabajadores hasta la muerte) tienen como gobernantes a unos demócratas liberales dignos de admirar, acorde a la narrativa oficial. Vladimir Putin es hoy un paria internacional por repetir lo hecho en la época en que era aliado de Estados Unidos en su Guerra contra el Terrorismo. Pero claro, en aquellos días, como prometió George Bush, era el líder eslavo un hombre en el que Estados Unidos podría confiar, según promesa del denominado jefe del mundo libre después de haber visto directamente a los ojos de Putin y vislumbrar en ellos su alma.

En una sola noche el gobierno colombiano dejó de divisar el futuro como un horizonte de descanso celestial para empezar a sentir la presión de poder ser castigados por sus pecados en poco tiempo. Saddam Hussein, Mohamed Gadafi y Manuel Noriega fueron también “los hijos favoritos de Dios” en un periodo de sus vidas y el desenlace de cada uno ellos (colgado, torturado, extraditado) son los pasos de gigante que sienten venir los mandatarios del país cafetero. La situación se entiende mejor en todo su contexto.

Vladimir Putin

En 1998, el presidente electo de Venezuela, el comandante Hugo Chávez Frías, estableció como principio regidor de toda su política el fortalecimiento de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), de la que su país era socio fundador, deseando elevar el precio de su principal producto de exportación. La desgracia de uno de sus grandes aliados, la invasión militar desatada por Estados Unidos en Irak en 2003, se convertiría en un regalo del destino para la visión de Chávez. Las líneas en los gráficos indicando el precio del petróleo creaban una pendiente cada vez más inclinada con el pasar de los días. Y, así como hoy, el “dictador” venezolano recibiría una delegación de la democracia norteamericana. Pero nada tenía para ofrecer el coloso del norte al pequeño tirano del sur y su petición, de aumentar la producción con tal evitar un golpe en la oferta que incrementará aún más el alza de los precios, fue rechazada de tajo por el suramericano.

A dos décadas de ese encuentro las partes acuerdan volver a sentarse en la mesa y la petición del norte se reitera con exactitud: aumentar la producción petrolera para evitar un golpe en la oferta causado por un conflicto bélico al otro lado del mundo. Pero, en esta ocasión, la cita se desarrolla con la radical diferencia de que sí hay mucho por ofrecer por parte del gobierno de Estados Unidos a su contraparte venezolana. Las sanciones, saltan a la vista. El embargo, sin duda se debatirá. Pero, una de las propuestas más fascinantes a poner sobre la mesa puede ser la cabeza del gobierno de su vecino, Colombia es un declarado enemigo del país bolivariano y propiciador directo de un intento de golpe de Estado al gobierno chavista. Así, es muy probable que, en un irónico giro del destino, el uribismo en pleno tenga las horas contadas y que el reloj indicando el pasar del tiempo se halle atado a la muñeca de Nicolás Maduro.

Hugo Chávez

La historia entregando el contexto es necesario de nuevo. Recién posesionado como presidente de los colombianos, el señor Iván Duque Márquez recibía un país en el que a cada uno de sus mandantes lo doblegaba la difícil situación nacional. La nación necesitaba urgente un líder al mando. Y Duque lo fue… para los venezolanos, y acorde a su visión del mundo. El primer acto del gobierno uribista recién elegido fue el intento de golpe de Estado en Venezuela, en asocio con el “titán” Juan Guaidó. Pero la intentona sería un fracaso rotundo y en los pasillos de Washington los errores de sus colegas suramericanos molestar causaron.

Fue decepcionante que más militares no desertaran (…). Y quedé sorprendido de que ni Guaidó ni los colombianos ejecutaran planes alternativos cuando los colectivos impidieron el ingreso de los cargamentos y los quemaran. Las cosas parecían desconectadas y hechas al azar y no supe en ese momento si por falta de planeamiento previo o voluntad”.

“El cuarto dónde sucedió”, libro del ex asesor de Seguridad de la Casa Blanca durante el gobierno de Donald Trump, John Bolton.

El alejamiento de Washington con Bogotá se establecía como una sentencia previa. El uribismo se enfrentaba a su peor miedo: perder el apoyo de su hermano protector del norte. Un golpe de gracia que achicara la lejanía era necesario, y apremiante. Pero digno de unos funcionarios mediocres e ineptos para la función pública, una idea estúpida fue lo único producido: intervenir en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos, esperando ayudar a cimentar el segundo mandato del líder Republicano, haciendo campaña directa en territorio estadounidense. El resto es historia: con Biden en la presidencia, la relación bilateral se ha enfriado, por usar el lenguaje diplomático.

Joseph Biden

El enemigo interno acérrimo declarado del uribismo es Gustavo Petro y, por ende, su movimiento político: el Pacto Histórico. El líder de la fuerza promoviendo la “política de la vida” hace parte de la Internacional Progresista, movimiento planetario liderado por el senador de Vermont y antiguo candidato presidencial, Bernie Sanders, político Demócrata y aliado cercano a la administración Biden. Y tan distante personaje del uribismo, junto a su movimiento político, está ad portas de conquistar las más altas instancias del poder público nacional.

Con un Nicolás Maduro legitimado y un Gustavo Petro tomando posesión en la Casa de Nariño, ¿qué futuro le queda al uribismo? Uno patético: rogarle a Juan Guaidó que, como presidente interino de Venezuela, por ellos interceda ante los Estados Unidos, interrumpiendo las posibles negociaciones que estarán realizando con Nicolás Maduro sobre la compra de petróleo venezolano. La potencia del Atlántico norte ha demostrado su inmenso pragmatismo en las relaciones con sus alfiles más controversiales: una vez se ha extinguido su utilidad, la tortura, el ahorcamiento o la cárcel son las tres puertas a escoger para la salida. Y la presidencia de Gustavo Petro los enfrenta a una realidad atemorizante: la extinción de su poder electoral, ergo, de su utilidad para la Casa Blanca.

Gustavo Petro

A hoy, las armas se han ya desfundado. Delcy Rodríguez, vicepresidente de la República Bolivariana de Venezuela, en viaje a Turquía, compartió mesa con el ya famoso ministro de Relaciones Exteriores de la Federación Rusa, el siempre galante Sergei Lavrov. Las pocas palabras de aquel encuentro compartidas fueron dicientes y, tal vez, suficientes: «Venezuela no reconoce poderes hegemónicos que pretenden imponer su voluntad en el desarrollo de la política internacional». Sería ella contundente un día después y ya como expositora del Foro de Diplomacia de Antalya, en sostener que Venezuela mantiene las puertas del diálogo abiertas con los Estados Unidos, incluso las de la agenda energética, cerradas en el pasado por el gigante del norte de América. Como si un asunto menor fuera, invitó a un diálogo cordial con los tenedores de bonos de deuda venezolana, en default desde 2017. El lenguaje diplomático tiene traducción al coloquial: «Si quieren nuestro petróleo, aceptarán nuestras demandas y no serán pocas».

Urgido por la visita relámpago de su gran socio en el norte a su vecino y declarado enemigo, una comitiva del gobierno de Iván Duque se desplazó a Washington con apremiante celeridad. Mucho no duró la estadía en el extranjeto, pero el retornó al país desde la tierra encantada del norte venía con regalo para los niños, uno a ser celebrado en grande por los medios nacionales: se declaró a Colombia un importante aliado no OTAN. Para el gobierno nacional y sus principales voceros, los medios dominantes, tal estatus es un prestigio envidiable. Por supuesto, lo que ha trascendido hasta ahora es que los andinos podrán comprar con mayor agilidad el armamento militar norteamericano… y no más. El lenguaje diplomático tiene traducción al coloquial: le entregaron una tarjeta de fidelidad por ser excelente cliente del Complejo Militar Industrial de los Estados Unidos. Arlene Tickner, profesora de relaciones internacionales de la Universidad del Rosario, lo explicó con claridad para El País de España, pues, para ella, las actitudes de exagerada felicidad de los funcionarios nacionales sobre el ridículo gesto de Biden es una muestra contundente de «la fantasía que se ha construido aquí en torno al carácter especial que tiene Colombia para Estados Unidos”.

Juan Guaidó

El gobierno colombiano siempre ha fantaseado al exagerar la importancia de su real relación con los Estados Unidos, mientras mantiene una importante relación real con el fantasioso presidente de Venezuela. Cuando el verdadero mandatario venezolano pida la cabeza del uribismo a cambio de su petróleo, sabrán que vivir en un mundo de sueños contrae dolorosos despertares.

El gobierno colombiano siempre ha fantaseado al exagerar la importancia de su real relación con los Estados Unidos, mientras mantiene una importante relación real con el fantasioso presidente de Venezuela.

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