¿Por qué Juan Manuel Santos saboteó su proceso de paz?

La incógnita proviene de un hecho irrefutable: el ex presidente dejó huérfano el recién nacido acuerdo y lo entregó al peor padre adoptivo imaginado. ¿Cómo entender tal dicotomía? ¿Cómo procesar tal desparpajo por un proceso por poco imposible de consagrar y merecedor de aplausos a nivel planetario? Sencillo, realmente: y pasa porque Juan Manuel Santos es no una parte del establecimiento político de su país, sino su misma esencia: una oligarquía sangrienta que mantiene sus privilegios a sangre y fuego. Con ese prisma es comprensible que para él y para los suyos, la paz en su territorio, la real, la nacida de una justicia social, esa no les es funcional.

El antiguo primer mandatario de los colombianos le interesaba la firma del acuerdo, la puesta en escena en Cartagena copada de figuras internacionales de primer orden, las alabanzas en los principales foros mundiales por sus esfuerzos por el diálogo; pero la paz en Colombia, aquella nacida de una sociedad justa y llena de oportunidades para sus compatriotas, de esa él parece ser su más acérrimo enemigo. Juan Manuel Santos cambió todo buscando que en el fondo, absolutamente nada fuera a cambiar. Nunca antes la frase del senador Jorge Enrique Robledo, «a ellos les va mal cuando al país le va bien», fue más acertada que en el caso del proceso de paz. 

Juan Manuel Santos. Foto Editorial Planeta.

Gustavo Petro describió en medio de una entrevista televisiva al expresidente Santos como «un hábil jugador de poker». Un hombre astuto capaz de ocultar sus verdaderos motivos durante el juego y en sus actuaciones políticas. No habría de ser diferente en el tema de la paz. Fue Carlos Gutiérrez de los pocos que alcanzó a develar el trasfondo real, oculto y verdadero impulsor del acuerdo por el oligarca iniciado. «Se trata de una paz presionada y limitada por los negocios -comenta el fino articulista en Le Monde Diplomatique-, sometida al afán de lucro de una minoría que no la trasnocha la población que saldrá perjudicada por los negocios que cierren como concreción de la misma». Nada nuevo bajo el sol del país en el norte del sur de América.

La paz, se concluye de su texto, venía con el objetivo de abaratar los costos de la inversión extranjera directa en Colombia, buscando competitividad frente a los vecinos cuya ofertas para el capital transnacional posee ventajas notorias y una igualdad de productos: commodities. El no pago de las primas aseguradoras por la visita al país de los ejecutivos minero energéticos de las multinacionales era una ganancias nacional en ese sentido. «La búsqueda de capitales frescos no se detiene -analiza el mismo escritor-. Con un crecimiento igual o mayor al 4 por ciento durante el año inmediatamente anterior, muy superior al logrado por la mayoría de sus vecinos, el presidente Santos insiste ante los inversionistas en que ‘Imaginen a este país en paz'». El proceso de Juan Manuel Santos no fue nada diferente a lo realizado por sus antecesores: feriar el país al precio más bajo posible, para el establecimiento ganarse una comisión y una visa de residente en el norte del Atlántico.

Gustavo Petro. Foto de Semana.

Habría de ser Antonio Caballero el primero en prevenir a la ciudadanía de las calidades de Santos, a quien proyectó como el gran traidor que sería para el uribismo, movimiento político desde el que brillaría en su paso oficiando como ministro de Defensa. No se equivocaba el reconocido literato. La realidad es que, en el tema de la seguridad nacional, Santos sí contradijo (en parte) las ideas, propuestas y estructuras políticas desde las que pudo dar el salto al poder. Como mencionaba Ignacio Ramonet en entrevista hecha en Colombia, el cambio de paradigma en el antiguo hombre fuerte del uribismo no puede ni debe analizarse sin tener en cuenta la fuente de las riquezas.

El poder económico de Álvaro Uribe y sus cercanos se encuentra en la propiedad de la tierra fértil de Colombia, la gran mayoría de ella adquirida a través del robo y el saqueo después de darse macabras masacres paramilitares. Su principal opositor los bautizó a ellos como «narcomegaterratenientes«. La complejidad de la palabra no se convierte en una hipérbole en Colombia: el nombre, por exagerado que pueda parecer, es fiel descripción de la realidad. Casi en su opuesto, la fuente de riqueza de la familia Santos y sus socios tiene su origen y reproducción en el sector urbano conectado al capital internacional. Ambos sostenidos y fortalecidos por el poder político y, de ahí que, la paz sea un mal negocio para la extrema derecha uribista en Colombia; pero podría convertirse en una poderosa fuente de ingresos para la derecha «santista» nacional.

Antonio Caballero. Foto Ex-Libris

Y aquel clavando un cuchillo en la espalda a los negociantes de la guerra terminaría cercenando los sueños de paz de sus nacionales. Santos declaró en Revista Semana que su ideal era ser un «traidor de clase como lo fue Franklin Delano Roosevelt» en los Estados Unidos, imponiendo un plan de gobierno contrario a los intereses de su grupo social. Durante un momento pareció iba a ser así, pero la implantación de su primera reforma tributaria, regresiva hasta la saciedad (aumentando el IVA y quitando impuestos a las herencias, por ejemplo), expusó su verdadera esencia.

El primer gran golpe dado a la paz por parte del presidente que habría de firmar los acuerdos productos del diálogo sería el nombramiento de Juan Carlos Pinzón como su ministro de Defensa. Un hombre castrense, de política de derecha, amante de que unos alejados a los suyos se debatan entre la vida, la muerte o una sobrevivencia traumática dejada por pelear en un campo de batalla, no parecía la persona ideal para un jefe de gobierno enfrascado en acabar los conflictos bélicos a través de la palabra. Hablar en medio de las balas es un oxímoron develando las verdaderas intenciones del mandatario. Otro gran golpe fue el nombramiento de Néstor Humberto Martínez como»Superministro» de la presidencia primero y seguidamente como Fiscal General de la Nación, posicionado en el cargo para torpedear las investigaciones de Odebrecht. Sería él el que, con el entrampado a Santrich, haría de artífice de la destrucción del proceso de paz ejecutado por el presidente que lo llevó al máximo cargo. Humberto Martínez nunca apoyó una clausura pacífica del conflicto.

Ignacio Ramonet. Foto de Sara Navarro.

Pero ambos cargos, controversiales hasta la saciedad, tienen justificaciones insuficientes o completas según el escucha. Lo que sí parece insostenible desde cualquier perspectiva fueron las elecciones fraudulentas para escoger su sucesor a la presidencia, ocurridas bajo su mandato y vigilancia, declarando como ganador a la figura del uribismo, el poco preparado Iván Duque. Con magistral anécdota Marco Palacio desnuda la verdad sobre la celebración de la democracia colombiana, escrita en un párrafo de su libro Entre la legitimidad y la violencia: «De los procesos electorales emanaba la legitimidad. Sin embargo, todos los actores estaban convencidos de su carácter fraudulento. Así, al abrir su campaña presidencial, Olaya escribió al expresidente Carlos E. Restrepo: ‘Recuerde, doctor, que entre nosotros no se computan votos sino trampas'». El país no ha mejorado un ápice en esa área.

Iván Duque tiene menos kilos de peso que apodos; pero indudablemente el más acertado es el de «presidente fotocopia«. La referencia proviene a cómo se adjudicó él su triunfo en las primarias de los partidos de derecha en Colombia, con ciudadanos votando por su nombre con cartones electorales fotocopiados, ergo: ilegales. La explicación dada por el personaje en un noticiero al día siguiente de los hechos fue más patética que sus canas pintadas. Pero ese proceso tenía un responsable político directo: Juan Manuel Santos. Era él el presidente de los colombianos, estaba bajo su vigilancia las elecciones políticas del país. Y un candidato ganó las votaciones con unas fotocopias y de su parte solo hubo complacencia. Los memes de Nicolás Maduro burlándose del suceso se apropiaron de Twitter por un par de largos días.

Iván Duque. Foto de El Ojo Digital.

Coronado como vencedor en las primarias, arrancaría una fuerte campaña mediática para establecer en el imaginario del país la futura presidencia de Duque. A pesar de ser un absoluto desconocido para la gran mayoría de los electores, las encuestas aseguraban que poseía él las mayores posibilidades de alzarse con la victoria final. Y así fue, pero en medio de fuertes denuncias ciudadanas de fraude descubiertas: falsedades dichas por el equipo de campaña de Duque en las elecciones, cambios tramposos en los cartones electorales todos favoreciendo al mismo candidato, no revisión del software de la Registraduría por parte de ambos partidos políticos en disputa… Y en medio de todo ese atronador escándalo, el silencio absoluto de Juan Manuel Santos, quien habría de entregar su cargo a sus opositores en el proceso de paz, sin una palabra de cuidado sobre él.

Un capítulo de la presidencia del Nobel de Paz da claridad sobre su alcance. Al Gustavo Petro presentar a la nación los estudios en Fase 3 del metro subterráneo para la capital de la República, de la que era él alcalde mayor en ese momento, además de sus fuentes de financiación, Bogotá se acercaba a un paso de ver hecho realidad el sueño de tener un metro subterráneo de gran capacidad. Ese pequeño andar debía ser obra del primer mandatario; pero se rehusó a pisar el futuro para sus connacionales. Parecía no quería él darle el triunfo político más grande en la historia de la ciudad a un fervoroso opositor del establecimiento. En ese momento, de la nada, sale la candidatura a la alcaldía de la ciudad de un cercano aliado suyo, Rafael Pardo, posiblemente esperando pudiera alzarse con ella y ahí sí, el presidente avanzar y culminar el proyecto de metro subterráneo. Pardo no ganó y Bogotá sin metro se quedó; pero el objetivo trazado, mezquino y digno de un facineroso se logró: las fuerzas del establecimiento mantuvieron su posición de privilegio incólumes.

Rafael Pardo. Foto de Jerónimo Martins.

Santos saboteó la paz, seguramente, permitiendo el robo de las elecciones presidenciales, porque al parecer veía en el verdadero ganador de esa contienda a un perfecto ejecutor de los acuerdos y el nacimiento de una fuerza política con capacidad real de destronar el establecimiento que ha mantenido las riendas del poder en Colombia de forma histórica. Una transformación como la propuesta por el líder de la Colombia Humana tendría como horizonte alcanzar un desarrollo económico democrático, con apertura de oportunidades para la masa de la población. Las muertes de centenas de desmovilizados en Colombia, firmantes del acuerdo que Juan Manuel Santos luchó por llevar a cabo y por el que obtuvo el premio Nobel de la paz, no han producido una contundente reacción del firmante de los papeles en La Habana. Su silencio parece ser uno cómplice.

En este mismo espacio está escrito cómo la desigualdad económica exorbitante de nuestra época es un objetivo político en sí, enfrascado en no crear competencia para aquellos en capacidad de pagar los requerimiento de la meritocracia actual con el dinero de sus padres. Por eso la paz en Colombia, y muchos menos un gobierno de la Colombia Humana, no es viable para aquellos que han establecido poder, político y económico, usurpando las riquezas del país para los suyos. Antonio Caballero en entrevista con Juan Carlos Iragorri lo describe tajantemente: Colombia es el estado marxista por excelencia, uno creado y sustentado para proteger y expandir los intereses de la oligarquía en el poder. Por eso no hay paz ahí y por eso el proceso más exitoso con una guerrilla alzada en armas fue saboteado por su mismo hacedor.

Juan Manuel Santos. Foto de Colombia Ilustrada.

«Recuerde, doctor, que entre nosotros no se computan votos sino trampas».

Autor: Andrés Arellano Báez.

Profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia.

4 opiniones en “¿Por qué Juan Manuel Santos saboteó su proceso de paz?”

  1. Frente a el recrudecimiento de la violencia y barbarie en Colombia, los gobiernos de turno contribuyen a que la población colombiana, este abandonada y en tiempo de pandemia solo refuercen el subsidio a los más ricos, la inversión a las armas, la financiación de un programa de T.V., el apoyo a un facineroso que sigue gobernando a la sombra y que ha captado todos los entes de control a su favor, que ha futuro, podamos ver cambios con la presión de las organizaciones internacionales frente al gobierno barbaro que genera violencia, bombardeando niños, un gobierno sin corazón y sin dignidad. Gracias por este artículo esa puesta en escena en Cartagena y la descripción de las verdaderas intenciones y acciones de Santos, muestran la realidad que seguimos viviendo, con el secuestro de Colombia por ese sector que lleva dirigiendo cruelmente a Colombia.

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  2. Me encanto toda la columna, que acertada capacidad para realzar el papel de un persona que eligió el silencio como postura política. Pero no entiendo que tiene que ver Marx con su última conclusión. Este país es un Estado Oligárquico, bien lo dijo Usted mismo, ¿Qué tiene que ver Marx ahí?

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    1. Mi muy estimado Maicol. El Estado, para el marxismo, es un producto de las contradicciones de clase y señala que por regla general pertenece a la clase más poderosa, la clase económicamente dominante. De ahí que se entienda el Estado colombiano como uno marxista: uno que pertenece a los poderosos del país. Muchas gracias y un saludo.

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