Creer que el capital es infinito sí es una ilusión dañina; pero es una idea criminal sostener que este es escaso. De la comprensión de esa realidad es que se produce la gran arma del Estado Inversionista: la “democratización de la inversión”.
Si el debate tiene como base la racionalidad, la necesidad de cambio en cualquier latitud es algo indubitable. Y el tamaño del reto es tan inmenso que, en el mundo moderno, solo el Estado tiene la capacidad de afrontar y salir triunfante de tan abrumadora misión. La noticia esperanzadora es que se comprobó, con las crisis de gran magnitud, que el arma más poderosa para efectuar la transformación está al alcance de la sociedad: el capital. Sea la crisis financiera (2008), de terrorismo (2001) o de salud (2020), cuando los grandes gobiernos requirieron de recursos públicos para los sectores más poderosos de la economía, la escasez fue ninguna.
Creer que el capital es infinito sí es una ilusión dañina; pero es una idea criminal sostener que este es escaso. De la comprensión de esa realidad es que se produce la gran arma del Estado Inversionista: la “democratización de la inversión”. Y es que el deseo de todos poder acceder a unos recursos en forma equitativa para iniciar nuevos y necesarios emprendimientos, sin dejar atrás la lucha por la repartición injusta del ingreso, en su momento una idea propuesta por James Meade, economista inglés y laureado con el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel en 1977, es una realidad posible, rentable, sustentable y necesaria.
El capitalismo no está funcionando. ¿Otro mundo es posible?
PROLOGO.
Verbal, el personaje interpretado por el ahora detestado Kevin Spacey en The Usual Suspects, se muestra agónico frente al interrogatorio al que se ve asediado por parte del oficial de policía Dave Kujan, llevado éste del papel a la pantalla por Chazz Palminteri. En medio del extenso e intenso intercambio oral, proclama aquel una de las líneas de dialogo más queridas por los cinéfilos: “el truco más grande que el diablo realizó fue convencer al mundo de que no existía”.
La vida moderna y su sociedad actual es una a calificarse sin miedo a equivocarse como neoliberal. Y a pesar de que todas las áreas de desenvolvimiento personal, social, empresarial o cultural están definidas por ese ideario, es él uno ignorado por la mayoría de los ciudadanos. Un futbolista que desconozca la FIFA, un cineasta sin conocimiento sobre Hollywood, un banquero indocto sobre Wall Street, son comparaciones válidas para dar a entender el impresionante hecho de que casi todos los ciudadanos ignoren el neoliberalismo, siendo el sistema político, económico y filosófico que determina el destino del planeta.
¿Es el mundo de hoy la promesa cumplida de los neoliberales o uno adscrito a cada palabra de las aterradoras profecías de Karl Marx? La opresora pobreza vecina de la opulencia liberadora otorga la razón al filósofo alemán. Y siendo la inequidad el origen de todos los males económicos cercenando los sueños de millones, está en los sindicatos, más que en los gobiernos, la fuente de poder para producir la más necesaria transformación: la justa repartición de la riqueza en el lugar de trabajo. Y no se ha escrito un mejor argumento para mejorar las condiciones de los trabajadores que lo legado por el autor de «Das Kapital».
“La acumulación de riqueza en un polo es, por lo tanto, al mismo tiempo acumulación de miseria, agonía del trabajo, esclavitud, ignorancia, brutalidad, degradación mental, en el polo opuesto, es decir, del lado de la clase que produce su producto en forma de capital”.
Karl Marx
Las sociedades se resisten siempre a los cambios, incluso de ser necesarios. Son siempre unos actores, en particulares condiciones, los capacitados para inducir las trasformaciones precisadas para avanzar. Ha sido la historia de la evolución humana una constante apuesta entre los beneficios prometidos por adquirir nuevos modelos de desarrollo o permanecer impasible por miedo a perder lo consagrado.
La sabiduría humana se resguarda en la historia y su estudio ofrece perspectivas más aclaradoras. En la década de los setenta del siglo pasado el sector corporativo internacional hallaba en las restricciones de la posguerra unas cadenas aprisionando su afán de lucro. Dos elementos limitaban sus deseos expansionistas: el patrón oro-dólar y la industrialización en Asia y América Latina. La banca, siempre inquieta con el dinero, encontraba en la restricción monetaria una muralla impidiendo su paso a desaforadas apuestas, pues al atar el dólar a la cantidad de oro disponible se confinaba la impresión privada a través de los depósitos. Para el sector real, su razón para la preocupación era la indetenible caída de la tasa de rentabilidad, acorde a lo enseñado por Michael Roberts. Y, en un mercado mundial de un único productor, los Estados Unidos, la posición natural de monopolista era envidiable; pero, con Europa recuperándose de los rezagos de las Guerras Mundiales y Asía avanzando con sus políticas de la industria naciente, la teoría económica habría de hacerse realidad: la competencia empequeñeció aún más los beneficios.
Varoufakis alecciona a Tett en su explicación de la cooperativa por el referida. “Es una empresa en donde hay competencia, hay deseos de ingresos, no hay un comité; pero sí una estructura gerencial plana. No es capitalismo”. ¿Qué es entonces? Es marxismo. Democratización del lugar de trabajo.
Roma era la ciudad más grande y más hermosa de la antigüedad. La magnífica fachada del Imperio, sin embargo, no podía ocultar las semillas de la decadencia, la malsana dependencia de la economía en los esclavos, la disparidad entre los ricos y los pobres. Detrás del esplendor de los faros, se hallaban vastas áreas de barrios pobres superpoblados. Escapar de los barrios bajos era difícil, pues había pocos trabajos disponibles, y prácticamente ninguno para quienes carecían de habilidades. Para mantener a los ciudadanos entretenidos y fuera de problemas, se organizaban juegos y espectáculos frecuentes a expensas del público. Al principio solo las carreras de carrozas tenían patrocinadores, pero pronto el combate a muerte se había popularizado. A principios de la historia romana, los funcionarios electos ejercían el poder, pero al final cada función del gobierno había sido absorbida por el emperador, que estaba por encima de la ley.
Sucedió en Ohio, Estados Unidos. Una pizzería, Heavenly, se decidió a organizar un tierno evento: el Employee Appreciation Day (día de apreciación del trabajador). En esa jornada se habría de honrar la buena actitud y entrega de sus empleados durante los duros y aciagos días del Covid-19. Su propietario y administrador transmitió un video en las redes sociales donde anunció a su clientela que, en una fecha determinada, todos los beneficios por la empresa producidos durante ese día señalado serían repartidos entre sus contratados de forma equitativa. La invitación fue respondida por la comunidad fervientemente, duplicando sus pedidos regulares e incrementando la cantidad de propinas recibidas. El resultado del ejercicio fue inspirador: una vez descontados los costos de los ingresos, cada laburador obtuvo una paga igual a 78 USD la hora.
Un análisis matemático, demasiado superficial pero aun así suficiente, es necesario realizar. La empresa de comida rápida está acostumbrada a despachar, en un día normal, en promedio, 90 pedidos, acorde a su misma información. En esa especial fecha, impulsados por la bondad y generosidad del capitalista, la cantidad a entregar ascendió a 220. Si la pizzería fuera una cooperativa de trabajadores, que es en esencia el ideal marxista de cómo organizar la producción en la empresa, cada trabajador/propietario recibiría 31 USD la hora de manera regular, acorde a una regla de tres básica y simplista. Richard Wolff, el marxista por excelencia en los Estados Unidos, citaba un estudio durante una emisión de su programa Economic Update, cuyos resultados son igual de dicientes: si el salario mínimo en los Estados Unidos hubiera ascendido a la misma tasa de crecimiento de la experimentada por el de los Secretarios Delegados, el menor pago legal recibido por un trabajador sería de 21 USD la hora. Hoy es 7,25 USD por cada 60 minutos.
La historia entrega hechos fácilmente convertidos en realidades contundentes. He aquí uno: un empresario no se lanza a la toma del gobierno para hacer más rico a todo el país, se lanza a la presidencia de su república para enriquecerse más a sí mismo. Cuando funda su compañía no lo hace con la intención de acaudalar a sus trabajadores; sino con la clara misión de que ellos incrementen su fortuna. Y así, se entiende, se transforma en político para aprobar las leyes necesitadas para la expansión de sus empresas, sus negocios, sus inversiones; siendo su deseo el que ahora no solo sea su nómina, sino la totalidad de la nación, quien incremente su opulencia.
Karl Marx, el gran observador, entendía que lo palmario no tenía por qué concatenar con la realidad. Las portadas, en las áreas sociales, especialmente en las económicas, no sirven para juzgar el contenido del libro. «Si las apariencias fueran suficientes, la ciencia no sería necesaria», sentenció alguna vez el gran filósofo alemán. En Colombia, y en general en el mundo moderno, el corporativismo internacional ha sabido incrustar en las mentes de las mayorías, con mucho éxito, una idea que se explaya como un virus entre los votantes, una cuya simpleza no engaña ni por un segundo a los letrados, pero que se vislumbra sólida frente a los más incautos. Se trata de aquella falacia insinuando que los grandes empresarios son, por definición, grandes gobernantes públicos. El esquema propagandístico detrás del bulo es uno encadenando ideas muy sencillas: si conoce los secretos, él o ella, sobre cómo administrar una corporación con éxito, posee también la fórmula para dirigir un gobierno, siendo consecuente que, si como empresario se hizo, él o ella, pudiente, como gobernante hará acaudalada a toda la nación.
La inocencia con la que los electores aceptan tan ridícula premisa es a veces enternecedora, a veces preocupante; pero nunca deja de ser patética. Que sea la historia quién dictamine la veracidad de los hechos. El primero de esa estirpe en la era actual fue el magnate italiano Silvio Berlusconi. Il Cavalieri cautivó a sus desprevenidos electores y los convenció de concederle su voto con un discurso simple: él tenía ya “mucha plata» y no necesitaba la riqueza del Estado, ergo, durante su gobierno no habría el más mínimo indicio de robo del erario público y su excelente gestión permitiría a Italia avanzar. Así como enriqueció a sus muy reconocidas corporaciones, enriquecería su Estado, según los miembros de sus filas. Las promesas del candidato se transformaron en condenas del mandatario al final de su gestión, pues no sólo no enriqueció el ente público, sino que además lo estafó: fue declarado él culpable por los tribunales italianos de corrupción y fraude fiscal.
La misma de cuyas vísceras se engendró el colonialismo, el imperialismo y el esclavismo…
“Basta mencionar el genocidio de La Mesa de Limón en Basillas, donde mueren 13 personas. La cabeza de un niño de tres meses la dejan sobre una estaca frente a la del padre ensartada en otro poste de la cerca”.
“En Aguaclara la tropa masacra siete mujeres después de poseerlas de forma brutal. Al hundir las bayonetas en el vientre los esbirros exclaman con locura demoníaca: “¡Si tienen hijos adentro que mueran también”! Dos niños de pecho son lanzados al aire y traspasados por las siempre sedientas y pervertidas bayonetas”.
“La Violencia en Colombia” Tomo I.
Quién con vehemencia interrogaba sobre lainfernalrealidad era monseñor Miguel Ángel Builes, en la década de los años cincuenta del siglo pasado. Y su duda, aún recóndita en la oscuridad más tenebrosa, no ha querido ser alumbrada con el haz de luz esparcido por el conocimiento. Y se custodia en las tinieblas la respuesta al enigma porque la guerra a muerte desatada en Colombia, la violencia bestial con la que ha dirimido sus conflictos, los sanguinarios actos entre hermanos causados, tiene un origen controversial para el establecimiento político y económico nacional: su propio afán de lucro.
Orlando Fals Borda hallaba la génesis de la barbarie colombiana en “una oligarquía que se ha perpetuado en el poder a toda costa, desatando el terror y la violencia”, una “violencia monstruosa que ha venido multiplicándose e imbricando facetas y líneas diferentes de los unívocos conflictos políticos”, perpetuada en gran parte porque “los culpables de la clase política tradicional siguieron en el poder sin merecerlo, mientras se asesinaba impunemente a dirigentes nuevos que prometían recuperar la dignidad nacional y la práctica libertaria, impulsando el genocidio y la matanza a discreción”.
El gran secreto detrás del éxito del capitalismo es el haber sabido esconder sus verdaderos costes.
–Si te gusta tanto el socialismo; ¿por qué no te vas a vivir a Cuba o a Venezuela?
–Lo haré después de que tú, que amas el capitalismo, te vayas a trabajar en una maquila en Bangladesh
El gran secreto detrás del éxito del capitalismo es el haber sabido esconder sus verdaderos costes. Sus apologetas los disfrazan en un concepto elegante, sútil, incluso tierno y delicado, además de aparentemente inofensivo: externalidades. Los han bautizado, así, insinuando su ajenamiento de él, el ser meras casualidades, una serie de desafortunados eventos acaeciendo a su alrededor. Dos siglos de historia deberían haber enseñado ya a esta generación que estos costos del sistema, unos a ser asumidos por la sociedad en su conjunto, son inherentes a él, esenciales para su existencia, funcionales a su crecimiento. Se entiende que, una operación de propaganda infinita funcionando como una intervención quirúrgica capaz de extirpar todo mal de él, ha logrado eximirlo, a los ojos de muchos, de toda culpa por los daños causados. Al parecer, y como diría el poeta, «nunca más».
El neoliberalismo, fase superior de expansión del capital, es una versión extrema del sistema, pero un estado establecido en el mundo por la existencia de circunstancias obligantes, una medida desesperada en respuesta a una situación urgente. Fue una decisión tomada, producto de haber alcanzado un escenario sin salida. Samir Amin entendió muy bien el modo de producción dominante como uno con cuatro siglos de crecimiento y uno último de marcado deterioro. Una larga tendencia a la hecatombe amplificada en siete grandes eventos: la Larga Depresión de 1873 – 1896, la Gran Depresión de 1929 – 1945, la crisis de la estanflación de 1973 – 1983, la Crisis del Sudeste Asiático de 1997, la crisis de las empresas punto.com de 2001, la Gran Recesión de 2007 y la actual desarrollada en el periodo 2020-2023.
Pero, al igual que los soviéticos, China así misma nunca se llamó comunista. Comunismo es el ideal a alcanzar, el horizonte inspirador hacía el que la nación se impulsa con su andar.
Integrar la verdad universal del marxismo con la realidad concreta de nuestro país, seguir nuestro propio camino y construir un socialismo con peculiaridades chinas es la conclusión fundamental que hemos sacado al sintetizar nuestra larga experiencia histórica.
Deng Xiaoping. 1982
La potencia oriental a nadie deja indiferente. Su poder, creciente y contundente, estremece la geopolítica de forma permanente. Su posesión como rey de la economía global parece un andar imparable hacia el trono, generando temores justificados porque, como la historia enseña, nadie se ha apeado del asiento del monarca en silencio y calma. Más en este caso de coyuntura tan singular, a la espera de definir no solo quién usará la corona, sino de qué forma de organización emana el poder en las joyas representado. El pronóstico invita a despertar los temores más inquietantes al preverse como el escenario más certero un traspaso en los próximos lustros caracterizado por la existencia de un país cediendo el lugar de privilegio, declarando durante el traslado que, el modelo económico vencido es superado por su enemigo jurado. Una situación sin parangón en la historia humana moderna, en donde no se recibirá a su nueva majestad en el viejo castillo, sino que habrá una mudanza del mobiliario real hacia otra civilización.
El centro gravitacional del poder político mundial reposaba en China cinco siglos atrás. Se alejó de su vector durante medio milenio, girando hacia Occidente y aterrizando temporalmente en Italia, Francia, Inglaterra y Estados Unidos. Hoy, el retorno a su origen parece inminente y queda imposible minimizar el acontecimiento. La posterioridad registrará tal éxito como uno inédito, pues el poder obtenido por el «gigante asiático» responde a la aplicación de un modelo económico declarado como enemigo a vencer por el sistema dominante. Los detractores del socialismo siempre advirtieron a los pueblos atraídos por sus postulados de estar ad portas de instalar la sucursal del infierno en su tierra. China da por finalizada la edad de la inocencia en las relaciones internacionales y reinicia la historia ya declarada como finalizada por Francis Fukuyama en pleno auge de la era neoliberal, durante la formación del Nuevo Orden Mundial, alzándose ella como la verdadera y única vencedora de la Guerra Fría. Se escriben los primeros párrafos de un nuevo capítulo de la civilización humana y en el teatro de los hechos futuros todo indica que Estados Unidos y Europa cederán su protagonismo relegándose a una nueva posición como actores, que, aunque aún relevantes, serán meros secundarios de la obra.
Y se debe indagar, «¿no pagó Netflix por contar su historia? Ya con un filme superando todas las expectativas de rentabilidad, ¿no pudieron compartir con las víctimas un pequeño porcentaje de las ganancias?
Creo que ella es un producto de esa cultura del ajetreo. Y lo realmente interesante de todas estas historias de estafadores es que, sin darse cuenta, exponen que vivimos en una cultura venenosa.
Jessica Pressler
“La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas”.
Karl Marx
Las columnas soportando la estructura sobre la que se cimienta el capitalismo están peligrosamente aquebrantadas y prontas a colapsar. Si la economía es un sistema metabólico, un cáncer ha invadido y hecho metástasis esparciéndose a través de todos los órganos. Y el problema, como casi siempre pasa con esa enfermedad, es uno de tipo emocional, consecuencia de haber cimentado su existencia y expansión en la aplicación y ampliación de dos valores indeseables: el estafar y explotar. Pagar el salario mínimo más paupérrimo posible es una obsesión; cobrar al cliente el precio máximo soportable es una misión. Y concluye, inevitablemente, semejante forma de mancomunar, en nada distinto a la creación de una sociedad espantosa para las mayorías, incentivando en ella la reinstauración de la esclavitud -en las cárceles de Estados Unidos o en las periferias de Asia-; y el extraer la mayor cantidad de dinero posible a sus pares, incluso con la aplicación de medidas innobles.
Semejante base como filosofía ha hecho mutar todos los ideales humanos habidos en el modo de producción hacía una obsesión, un concepto peligroso, un mantra empresarial moderno sobre el que se erigió la era neoliberal: la maximización de valor para el accionista. Todo está permitido en el amor, la guerra… y ahora también en los negocios. Y es este un mandato tan inmenso como un sol que irradia hasta alcanzar con su luz cada espacio de la economía moderna actual, afectando a cada individuo perteneciente a ella, sea aquel en la cima más alta de la pirámide o al ubicado en el puesto del ladrillo que más soporta peso en la base. Y es capaz de a cada cual definirles todo su actuar.
Karl Marx disecciona en su obra magna un mundo que sus antecesores estaban imposibilitados a conocer. El gran pecado de las ciencias sociales modernas ha sido analizar lo legado por los pioneros economistas como contradictorio, cuando en esencia, ellos fueron complementarios. Más aún, su deseo era uno por todos compartido: encontrar qué era lo que producía riqueza para una nación.
Un enigma trocado en un laberinto, a cuyos pasillos siempre han caído en la tentación de entrar a deambular las mentes más inquisitivas de la especie humana. Algunas de ellas, inspiradas y dotadas de un ingenio envidiable, han divisado la luz que desde la salida emana; pero ninguna, jamás, ha tenido la astucia suficiente para caminar hasta ella y rebasar la puerta. La razón detrás de la riqueza de las naciones conserva hoy, inmodificable y a doscientos años de haber nacido la ciencia encargada de descifrar las variables de la ecuación, su característica de incógnita.
A la perspectiva del foráneo las extravagancias del local le resaltan. Para el que a estas está habituado, su existencia son mera cotidianidad. El alejamiento cultural del Dalái lama de Occidente lo ubicó en un lugar desde el cual poder descifrar a toda esa civilización en una pequeña frase: una sociedad enfrascada en adquirir bienes materiales que no necesita, deseoso de impresionar con ellos a personas que no conoce. Desde la inserción del capitalismo en la humanidad el desarrollo económico se ha traducido en enriquecimiento monetario infinito, en poseer desde lo básico hasta lo innecesario, transformando los lujos en hechos de la vida imprescindibles.