“¿Qué deidad diabólica cierne sus negras alas sobre Colombia?”

“Basta mencionar el genocidio de La Mesa de Limón en Basillas, donde mueren 13 personas. La cabeza de un niño de tres meses la dejan sobre una estaca frente a la del padre ensartada en otro poste de la cerca”.

“En Aguaclara la tropa masacra siete mujeres después de poseerlas de forma brutal. Al hundir las bayonetas en el vientre los esbirros exclaman con locura demoníaca: “¡Si tienen hijos adentro que mueran también”! Dos niños de pecho son lanzados al aire y traspasados por las siempre sedientas y pervertidas bayonetas”.

“La Violencia en Colombia” Tomo I.

Quién con vehemencia interrogaba sobre la infernal realidad era monseñor Miguel Ángel Builes, en la década de los años cincuenta del siglo pasado. Y su duda, aún recóndita en la oscuridad más tenebrosa, no ha querido ser alumbrada con el haz de luz esparcido por el conocimiento. Y se custodia en las tinieblas la respuesta al enigma porque la guerra a muerte desatada en Colombia, la violencia bestial con la que ha dirimido sus conflictos, los sanguinarios actos entre hermanos causados, tiene un origen controversial para el establecimiento político y económico nacional: su propio afán de lucro.

Orlando Fals Borda hallaba la génesis de la barbarie colombiana en “una oligarquía que se ha perpetuado en el poder a toda costa, desatando el terror y la violencia”, una “violencia monstruosa que ha venido multiplicándose e imbricando facetas y líneas diferentes de los unívocos conflictos políticos”, perpetuada en gran parte porque “los culpables de la clase política tradicional siguieron en el poder sin merecerlo, mientras se asesinaba impunemente a dirigentes nuevos que prometían recuperar la dignidad nacional y la práctica libertaria, impulsando el genocidio y la matanza a discreción”.

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¿Qué se esconde tras la Guerra en Ucrania?

Las pesadillas reaparecieron. Un convoy militar surcaba la frontera de un vecino indefenso en Europa, forzando a sus nacionales a contener el aliento al germinar con el acto la posibilidad de revivir su más grande temor: una tercera guerra continental al interior de sus confines. Mientras los hombres bajo el mando de Vladimir Putin marchaban con pasos de indetenible gigante, conquistando el control de una Ucrania incapaz de frenar la andanada del más grande de los pueblos eslavos, los recuerdos del mundo desencadenado por Hitler se proyectaban como un previsible horizonte de la humanidad.

“En la guerra de Ucrania no hay justificaciones, pero sí hay causas”, frase impactante plasmada en un titular de La Vanguardia con la que se invita a leer una profunda entrevista con Lanxin Xiang, experto en relaciones internacionales y en China. A esas causas hizo sutil referencia Maria Zakharova, vocera del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia, al prometer que “este no es el comienzo de una guerra, estamos tratando de prevenir acontecimientos que podrían convertirse en una guerra global. Este es el final de la guerra”. George Kennan, ideólogo de cabecera de la Guerra Fría, advertía de todo esto en la década de los noventa: “La expansión de la OTAN es el comienzo de una nueva guerra fría. Es un trágico error. No había ninguna razón para esto en absoluto. Nadie amenazaba a nadie.»

Vladimir Putin
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¿Hay larga vida para el Bitcoin?

Nayib Bukele, el mediático y carismático presidente de El Salvador, sin temor alguno visible dobló su apuesta: “un incremento masivo en el precio del Bitcoin es cuestión de tiempo”. Su especulación fue compartida con el público a través de su cuenta personal de Twitter y como respuesta a la recomendación del Fondo Monetario Internacional (FMI) para que prosiguiera a abandonar de inmediato la criptomoneda como medio de curso legal y forzoso en su territorio.

La contundente y desafiante respuesta es inaudita dentro del marco del sistema financiero internacional. Las recomendaciones del fondo han sido siempre tratadas como imposiciones por los gobiernos a quienes dirigen sus consejos. Y, aunque históricamente las medidas obligadas a tomar por los gobernantes funcionan como un reloj suizo: siempre terminan en un desastre, puede que en esta oportunidad sí los posea la razón.

Foto de The New York Times
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