¿Coronacapitalismo?

No se requiere de grandes seres humanos al momento de enfrentarse a la toma de decisiones obvias. Entre una buena y una mala opción por escoger, cualquier ciudadano del común sabrá qué camino tomar. Cuando el dilema es un sin salida, con consecuencias indeseables se decida por cualesquiera de las posibilidades, la necesidad de líderes se hace apremiante.

Covid-19
Covid-19

Al arrancar el brote de Covid-19, un virus mortal con una capacidad de contagio aterradora, la casi totalidad del mundo político aceptó las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y luchó por evitar el contacto social, obligando a los habitantes del planeta a entrar en una cuarentena sin precedentes en la historia. Con todas las diferencias, falencias, problemáticas y críticas aceptadas para cada caso, el poder político del planeta paralizó la sociedad moderna.

Aunque sin precedentes, la temible realidad permite calificar a esa como una decisión como inédita, aunque obvia. Además de evitar una cantidad de muertes descomunal, la economía podría, sin muchas contrariedades, soportar una parálisis momentánea. Pero el tiempo ha pasado, la pandemia no da tregua y los números rojos en los balances han empezado a estallar, desatando la furia de las patronales quienes demandan la reapertura de los negocios y la salida de la gente a la calle o, más exactamente, el retorno de los consumidores al mercado.

Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus
Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus

Aún si tener un diploma certificando el ser un epidemiólogo, se puede dictaminar lo obvio: un virus que inició su carrera infectando a un nacional de China y tuvo la capacidad de extenderse hasta llegar a contagiar a personas en todos los rincones del planeta en menos de seis meses, en un contexto de frenazo radical de la sociedad moderna y confinando a miles de millones en sus hogares y, aún así, cercenar la vida de 150.000 humanos después de haber contagiado a más de 2.200.000 de ellos, es un suceso apocalíptico. Varios medios de comunicación han alertado, con mucha credibilidad, lo muy conservadora de las cifras presentadas: BBC reporta un número alarmantemente superior de fenecidos en Ecuador al registrado en las cifras oficiales, ProPublica en los Estados Unidos informa que la cantidad total de muertos parece ser “solo la punta del Iceberg” frente a la totalidad e Infobae cita una investigación advirtiendo una cantidad de fallecidos en China muy superior a la conocida hoy.

Y he ahí la disyuntiva a enfrentar en este nuevo panorama: rescatar la economía o seguir en cuarentena salvando la vida de millones. Las opciones son, lamentablemente, excluyentes. Creer en un retorno al trabajo en exactas condiciones a las habidas antes de la pandemia, sin que millones mueran por Covid-19, es irreal y absurdo. No se haya una “tercera vía”, un “aislamiento inteligente”, un “centro” en este momento. Es un dilema entre absolutos. Países Bajos ya dejó claro que de la salida autorregulada se genera un rebrote, mientras Japón y Rusia sirven como ejemplo del que levantar o aligerar la cuarentena prematuramente contrae el tener que retornar a ella a gran velocidad.

Covid En Latam
Covid En Latam. De National Geographic.

Tiene tufillo a discurso las razones dadas por quienes gritan «preocupados» por el reiniciar las actividades productivas, manifestando estar asustados por los daños causados a aquellos hoy desesperados por el hambre, si se decide continuar con una economía frenada. Su interés parece estar puesto en los números de sus balances advirtiendo las debacles de sus negocios. Se agradece, en este escenario, la sinceridad de varios miembros del Partido Republicano en los Estados Unidos quienes a rajatabla han declarado que, para ellos, produce más dolor clausurar sus establecimientos de comercio en cuarentena que enterrar los muertos del Covid-19 al reavivar el mercado.

Un aparato productivo basado en crear lo superfluo no parece una emergencia. Bien lo dice uno de los tuits más reproducidos en este escenario: “la economía del mundo está en absoluta crisis porque estamos consumiendo únicamente lo que necesitamos”. Si la preocupación real son las penurias de los menos afortunados, la lucha es entonces porque las ayudas billonarias en todo el mundo lleguen a ellos realmente. Pero salir a trabajar para vender bienes y servicios, la absoluta mayoría innecesarios para un momento de pandemia, es nada diferente a condenar a la muerte a muchos para enriquecer a unos pocos. Situación agravada al recordar que la gran mayoría de aquellos retornando a sus lugares de trabajo lo harán recibiendo salarios de miseria, traducidos en unos ingresos causantes de hambre desde siempre y para siempre, lo que nunca preocupó o importa a nadie.

Movimiento Chalecos Amarillos
Movimiento Chalecos Amarillos

Cualquier junta directiva tiene claridad en que levantar la cuarentena generará decenas, centenares de miles o, posiblemente, millones de muertos en el mundo. Y, sin embargo, no dudan, ninguna de ellas, en solicitar con ahínco a sus gobiernos el finiquitar las medidas restrictivas. No debería causar a nadie sorpresa tan mezquina postura, pues, ¿cuándo les importó las condiciones de trabajo de sus empleados? Apple ni se inmutó cuando se “descubrió” las circunstancias en que trabajaban sus humanos en Foxconn, muchos forzados a usar pañales para no detener la productividad al tener que ir al baño; no cambió en nada las políticas de Zara después del escándalo por el derrumbe del complejo Rana Plaza caído en Bangladés, enterrando entre sus escombros a millones de sus tejedoras; Nike no dejó de vender zapatillas deportivas después de ver como en sus instalaciones en Indonesia trabajaban niños en las peores condiciones imaginables.

El capitalismo presenta orgulloso su estructura piramidal. Es claro, para sus apologistas, el desarrollo de una sociedad estructurada en clases, capas o castas, definidas en gran parte por su posición en el mercado de trabajo. A mejor cargo, más arriba se está. Poco ha cambiado durante esta pandemia. Renaud Lambert y Pierre Rimbert, en Le Monde Diplomatique, describen la situación con fuerza poética: «el banquero de Wall Street y el trabajador chino ¿no se veían repentinamente sometidos a la misma amenaza? Y luego el dinero recuperó sus derechos. Por una parte los confinados en los chalets que teletrabajan con los pies en la piscina; por la otra los invisibles de todos los días, personal sanitario, agentes de superficie, cajeras de supermercado y asalariados de la logística que por una vez salieron de la sombra por estar sometidos a un riesgo que los más favorecidos desdeñan. Teletrabajadores enclaustrados en un apartamento exiguo donde resuenan los llantos de los niños; gente sin techo a quienes les gustaría poder quedarse en su casa”. Por su puesto hay muestras de «bondad» en medio del Apocalipsis: clientes de plataformas de domicilios ordenando y pagando almuerzos como regalo a sus empleados (tomando su respectivo pantallazo para compartir en redes sociales), todos ellos bonachones quienes jamás apoyaron, antes de la debacle, la obtención por parte de sus agasajados los más básicos derechos laborales, por miedo a causar un incremento en la tarifa del servicio.

Colapaso Rana Plaza
Colapso Rana Plaza

Nada se ha aprendido. El acelerado proceso de concentración de riqueza divide el mundo entre los que todo tienen y esos anhelando lo básico. No hay ya medios: solo ganadores y perdedores. ¿Cómo saber dónde ubicarse cada uno? Aquellos con un estilo de vida digno de ser fotografiado a cada instante y recibir muchos likes por cada momento capturado, que hayan podido acceder a él sin estar obligados a adquirir deuda, son el 1%. El resto son los explotados. El resto, son los que hoy deben salir a trabajar sin importar las condiciones insalubres esparcidas por el globo. El resto, son los que sostienen la abundancia de aquellos encima de la pirámide y de ahí que deban producir sin importar el riesgo adyacente a estar viviendo una época de pandemia. Y son, cada uno de esos empleados, tan prescindibles como cualquiera de las mujeres aplastadas por el cemento en Bangladés, sea el contador, el director o el gerente.

Lo que marca la diferencia a los ricos de los pobres, es que los poderosos sí tienen conciencia de clase, mientras que los otros, aún ni se han enterado de que pertenecen a una. Su sueño de ser adorados por sus posesiones los enceguece frente a la realidad: estadísticamente hablando, su esfuerzo no concluirá con un gran patrimonio a su nombre; sino en más concentración de la riqueza entre los que ya se adueñaron de todo. De ahí que, pensar en asociarse a un sindicato o cualquier organización laboral sea una herejía, posicionándose por ellos mismos en una posición de debilidad frente a las obligaciones laborales. Por eso, hoy, en época de pandemia global, han tenido que aceptar, o pronto tendrán que hacerlo, en humillante silencio, el seguir ocupando sus puestos de trabajo en las elegantes oficinas de las principales ciudades del mundo, con un virus mortal para el ser humano acechándolos a cada segundo.

Coronavirus. De National Geographic
Coronavirus. De National Geographic

Aquellos con un estilo de vida digno de ser fotografiado a cada instante que hayan podido acceder a él sin estar obligados a adquirir deuda, son el 1%. El resto son los explotados.

Autor: Andrés Arellano Báez.

Profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Externado de Colombia.

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