¿Qué se esconde tras la Guerra en Ucrania?

Las pesadillas reaparecieron. Un convoy militar surcaba la frontera de un vecino indefenso en Europa, forzando a sus nacionales a contener el aliento al germinar con el acto la posibilidad de revivir su más grande temor: una tercera guerra continental al interior de sus confines. Mientras los hombres bajo el mando de Vladimir Putin marchaban con pasos de indetenible gigante, conquistando el control de una Ucrania incapaz de frenar la andanada del más grande de los pueblos eslavos, los recuerdos del mundo desencadenado por Hitler se proyectaban como un previsible horizonte de la humanidad.

“En la guerra de Ucrania no hay justificaciones, pero sí hay causas”, frase impactante plasmada en un titular de La Vanguardia con la que se invita a leer una profunda entrevista con Lanxin Xiang, experto en relaciones internacionales y en China. A esas causas hizo sutil referencia Maria Zakharova, vocera del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia, al prometer que “este no es el comienzo de una guerra, estamos tratando de prevenir acontecimientos que podrían convertirse en una guerra global. Este es el final de la guerra”. George Kennan, ideólogo de cabecera de la Guerra Fría, advertía de todo esto en la década de los noventa: “La expansión de la OTAN es el comienzo de una nueva guerra fría. Es un trágico error. No había ninguna razón para esto en absoluto. Nadie amenazaba a nadie.»

Vladimir Putin

Son cuatro grandes elementos explicando el enfrentamiento bélico aterrorizando al mundo entero hoy. Uno, la preocupante dependencia de Europa al gas siberiano (explicado acá). Otro es el nacimiento de un nuevo polo de poder global en la región euroasiática (explicado acá). Otro más, la instalación de un régimen nazista en Ucrania posterior al golpe de Estado perpetrado en Kiev en 2014. Y, finalmente, la guerra comercial, tecnológica, mediática delineada por los Estados Unidos deseando detener los avances de su principal rival, la República Popular de China.

Este 24 de febrero, cuando el presidente ruso, Vladimir Putin, envió tropas a territorio ucraniano con la misión declarada de “desmilitarizar y desnazificar” el país, los medios estadounidenses se embarcaron en una misión propia: negar el poder de los paramilitares neonazis sobre las fuerzas armadas del país y en el ámbito político. Como insistió la National Public Radio, financiada por el gobierno de EE. UU., “el lenguaje de Putin [sobre la desnazificación] es ofensivo y fácticamente incorrecto”.

Alex Rubinstein

Yevhen Karas, oscuro personaje al que Google tiernamente clasifica como “activista”, es un líder del grupo autodenominado neonazi S14 y uno de los héroes del Euromaidan. En un vídeo viral publicado en redes, Karas valida lo postulado por Rubinstein. Acordé a sus hasta ahora no desmentidas palabras, el levantamiento civil de 2014 fue una operación militar dirigida por los nazis, financiada y apoyada por occidente y con el objetivo de instaurar un régimen nacionalista en Ucrania que incitara a una guerra con Rusia. Fotos del actual presidente Joseph Biden junto a Oleh Tyahnybok (fundador de S14), quien entre sus álbumes de fotos atesora algunas con Joe McCain, dan un indicio claro del uso dado a los 5.000 millones de dólares que Victoria Nuland desvió desde su cargo en la Casa Blanca, hacia Ucrania: responsable de la política exterior para asuntos europeos y euroasiáticos. Es de aquellos gloriosos días cuando Hunter Biden, primogénito del actual presidente de los estadounidenses, tomó posesión en un puesto en la junta directiva de una empresa gasífera ucraniana acusada de lavado de activos en aquellos años, beneficiándose con una paga de cerca de 100 mil dólares mensuales, cantidad astronómica y sospechosa para una persona con nula experiencia en asuntos energéticos.

Los neonazis ucranianos son el poder detrás del trono en su país desde 2014. Y durante ocho años no escatimaron esfuerzos para hacer miserable la vida de los pueblos rusos en su territorio, ubicados primariamente en la península de Crimea y la región del Dombás. Casi una década de fuertes presiones a la ciudadanía y del asesinato de más de 14.000 personas, por parte de los grupos de extrema derecha en el poder, colmaron la paciencia de Putin quien, en febrero de 2022, accedió a las reiteradas peticiones de los ciudadanos de Donetsk y Lugansk, quienes declararon con sus votos mayoritarios en sendos referendos de 2014 su deseo de ser repúblicas independientes de Ucrania. Consecutivamente a los resultados obtenidos, la portavoz del Departamento de Estado de los Estados Unidos de aquellos años, Jen Psaki, sentenció que «ninguna nación civilizada reconocerá los resultados de los referendos. Y si Rusia da un paso más para volver a representar su ilegal anexión de Crimea en el este o el sur de Ucrania y envía más fuerzas sobre la frontera, seguirán las duras sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea».

Joseph Biden con Oleh Tyahnybok en 2014

Rusia conservó las maneras. Durante ocho años permaneció impasible frente a los crímenes castigando a sus hermanos en Ucrania. Cierto es que incrementó el tono de su retórica sobre su negativa a la expansión de la OTAN, cuya primera manifestación se vio en la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2007, y que alcanzó su más alto grado en 2022 cuando parecía que la inserción de su vecino a la organización militar era una inminente. Es lógica y válida la postura del líder de los rusos: una base militar en territorio ucraniano haría que, frente a cualquier ataque, sus fuerzas defensivas no encontraran el tiempo suficiente para activar los mecanismos de protección de su territorio. Una base militar en ese espacio sería una amenaza de guerra latente y permanente. Más de una a ser controlada por fuerzas de extrema derecha y nacionalistas. Damon Wilson, presidente del National Endowment for Democracy (NED), en medio de la invasión militar rusa a su vecino, emitía unas palabras inspiradoras honrando a los luchadores de la libertad, desde una plataforma ubicada en una calle céntrica de Washington, rodeado de banderas de la Organización de Nacionalistas Ucranianos, otra agrupación de extrema derecha nacionalista.

Parece infinito lo que sobre Vladimir Putin se puede debatir; pero, indudablemente, en cualquier descripción de él realizada no se podría evitar, en ningún momento, resaltar su impresionante visión como estratega. Atacado en 2014 por una andanada de sanciones de los Estados Unidos, que tenían como objetivo su moneda, el rublo, el abogado a cargo de Rusia soportó pasivamente la pérdida de valor de su divisa, tan solo para luego hacer uso de sus reservas en dólares y comprar, con tasa de cambio históricamente favorable, empresas estratégicas de su economía en manos de privados extranjeros. En febrero de 2022, Rusia y China presentaron al mundo un documento escrito en conjunto y cuyo mensaje anticipaba un nuevo periodo en las relaciones bilaterales, intensificándolas y profundizándolas hasta alcanzar unas cimas inéditas repleta de muestras contundentes de hermandad entre ambas naciones. La firma de ambos mandatarios también prometía la creación de un gasoducto, Fuerza de Siberia II, con el que China compraría a su nuevo aliado tanto gas como este pudiera ofrecerle. Se establecía un nuevo factor geopolítico: Rusia se convertía en el proveedor de energía con el que el acelerado crecimiento económico chino habría de alimentarse. Un asunto de la mayor importancia habría de pactarse: la moneda de pago. Al parecer, el dúo de colosos acordó que, en un principio, las transacciones serían canceladas en euros, propinando un duro golpe al patrón dólar, la herramienta sobre la que se erigió la pax americana.

Vladimir Putin y Xi Jinping

La invasión militar a Ucrania se perpetua en tan impresionante contexto. Rusia, fortalecida por los lazos económicos con China establecidos, se enfrascó en eliminar a los nazis tras el poder detrás del trono ubicado en Kiev y barrer por completo con las bases militares de su vecino, eliminando cualquier pretensión de convertir el terreno en un punto de avanzada estratégica para la OTAN. Analistas de peso, sobre todo en los Estados Unidos, como Aaron Maté, parecen haber entendido la situación en toda su complejidad: Rusia nunca hubiera atacado a Ucrania sin el permiso y apoyo tácito de China. Y es casi obligatorio en el panorama político global moderno el análisis de los deseos de la potencia oriental.

La consolidación de un poder euroasiático en el “corazón del mundo” a través de la estructuración de organizaciones supranacionales (relanzamiento de la ASEAN con la firma del acuerdo de libre comercio más grande del mundo: la Asociación Económica Integral Regional, la Comunidad de Estados Independientes y la Unión Económica Euroasiática) dos sistemas de pagos bancarios independientes (uno ruso (SPFS) y otro chino (CIPS)), toda una magna infraestructura política y económica, a vincularse bajo el paraguas de la Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda y un naciente sistema financiero regional destinado a reemplazar al Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, cuyo máximo exponente es el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, los aglomera una característica común como lo es el considerar a los Estados Unidos una persona non grata. ¿Por qué, entonces, querrían ellos a la OTAN rondando en los márgenes de sus contornos? El ataque ruso a Ucrania tiene, como objetivo oculto, podría apostarse, el desterrar toda presencia del Complejo Militar Industrial de Estados Unidos en la zona con mayor proyección económica en la actualidad: la región de Eurasia, una a ser dominada por sus países, con Rusia y China como principales líderes.

Joseph Biden saluda a Nicolás Maduro

Es sabido que el poder atrae más que la brillantez del más encandilador de los diamantes. El príncipe heredero del trono saudí, Mohammad bin Salmán, ha rechazado categóricamente todo acercamiento de miembros de la administración de Joseph Biden, interesados en convencer a los árabes, los americanos, de incrementar la producción de su petróleo para evitar un shock en la oferta global de la materia prima. La negativa del reino se ha presentado alegando el poco apoyo de la administración Demócrata a la invasión por la monarquía perpetrada en Yemen (genocidio sería un término más adecuado para describir la carnicería humana sufrida en ese país) y de ahí la espectacular maniobra de la Casa Blanca, reuniéndose con la administración de Nicolás Maduro en Venezuela, esperando encontrar en las sábanas sudamericanas la cantidad de barriles que el mercado requiere en la actual coyuntura. Pero, todo indica que el gobierno bolivariano será una presa aún más esquiva de cazar, en parte porque mientras la potencia del norte congelaba a los bolivarianos sus cuentas en el extranjero, le impedía comprar alimentos y medicinas; Rusia, ignorando cualquier consecuencia a sufrir por las sanciones impuestas, exportaba alimentos y vacunas por borbotones a los sudamericanos.

Los deseos de la potencia petrolera de Medio Oriente parecen serios y claros. Así como Rusia, el reino pretende ser la fuente de energía de toda la zona euroasiática e incluso, han llegado a planear el crear una canasta de monedas para la compra venta del producto. Arabia Saudita ha aprendido las alarmas del imperio del Atlántico Norte hasta hacerlas tronar. Y va un poco más allá: el Wall Street Journal titula que el petróleo a ser vendido a los chinos por parte del reino del Medio Oriente será cancelado en yuanes y no en la moneda acostumbrada, los dólares estadounidenses, eliminando de un tajo la fuente de demanda más importante para la divisa y toda la base sobre la que se sostiene el petrodólar.

Vladimir Putin y Mohammad bin Salmán

Karl Marx aleccionó en su momento que, el oro se transa porque es valioso; pero el papel moneda es valioso porque se transa. En los años setenta, Richard Nixon aniquiló en un santiamén el patrón oro dólar, la regla fiscal obligando a una base monetaria delimitada por la cantidad de oro: cada dólar representaba 35 onzas de oro. Cuando De Gaulle, a la postre presidente francés, le solicitó a su contraparte americana el intercambio del oro por sus reservas monetarias en dólares, Nixon, imposibilitado a cumplir con la prerrogativa gala (pues había impreso demasiados dólares para financiar la Guerra de Vietnam) desvaneció de la faz de la tierra la convertibilidad. Urgido por crear una demanda artificial de su moneda, los estadounidenses pactaron con los sauditas un acuerdo que ha definido toda la era moderna: los árabes podrían contar con el ejército de Estados Unidos para cualquier eventualidad, siempre y cuando ellos aceptaran exclusivamente dólares americanos en sus ventas internacionales de su petróleo. Con tal incremento artificial en la demanda por la divisa, era cuestión de tiempo que, el comercio internacional en su totalidad se conviniera en esa misma moneda. Y, si la moneda de un país es la aceptada por todos los demás para comprar y vender sus productos, quien acuña esa moneda lo único que debe hacer es imprimir más de ella y, con eso, tendrá el mundo al alcance de su mano.

Tal herramienta es la que hoy, Arabia Saudita, está diseminando en asocio con Rusia y China. Y tan enorme cantidad de variables se encuentran hoy escondidas entre los escombros desparramados por todas las calles de Ucrania, ocultando lo que verdaderamente mueve a las tropas traspasando fronteras. Una guerra en donde lo que menos importa es, de lejos, los ciudadanos sufriéndola. Lo que se esconde detrás de las pilas de cadáveres es el fin de una era global y el nacimiento de una nueva etapa en las relaciones internacionales: un nuevo orden mundial.

El ataque ruso a Ucrania tiene, como objetivo oculto, podría apostarse, el desterrar toda presencia del Complejo Militar Industrial de Estados Unidos en la zona con mayor proyección económica en la actualidad.

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