¿Los fanáticos unidos jamás serán vencidos?

Las palabras de Yanis Varoufakis son tan relevantes para analizar el mundo actual como unas señales indicativas en medio de un laberinto indescifrable. Las plasmadas en su columna para Project Syndicate, «El fútbol lleva al capitalismo fuera de la cancha«, enfrentan al lector con el patetismo en extremo alcanzado por la sociedad moderna. En su artículo sobresale un párrafo de exquisita calidad, una pieza de análisis nacido en un momento de inspiración máxima, una cima intelectual de posible conquista solo por aquellos dotados con inteligencia y conocimiento. Según el ex ministro de finanzas griego…

Agachamos la cabeza ante banqueros que casi hicieron estallar el capitalismo, rescatándolos a costa de los ciudadanos más débiles. Hicimos la vista gorda a la evasión al por mayor de impuestos corporativos y las ventas de ocasión de los activos públicos. Aceptamos como natural el empobrecimiento de los sistemas de salud y educación públicos, el desaliento de los trabajadores ante contratos de cero horas, los comedores populares, los desalojos y los abismales niveles de desigualdad. Miramos impasibles el secuestro de nuestras democracias y la eliminación de nuestra privacidad por parte de las Grandes Tecnológicas. Todo esto lo pudimos soportar. ¿Pero un plan que acabará con el fútbol tal como lo conocemos? Jamás.

Yace ahí, en pocas líneas, la descripción más cruda de una época por poco incomprensible. Los hechos hacen tentador el darle la razón a Borges en su concepto sobre el fútbol, la sociedad y la estupidez. Porque la fuerza de lo escrito por el economista invita a la reflexión y el ejercicio contemplativo despierta una duda posterior: ¿En qué se ha convertido este mero entretenimiento? ¿Dejó de ser un deporte para mutar en algo más?

Yanis Varoufakis

No es un negocio cualquiera en lo que ha devenido el juego favorito del planeta. Es, él, la industria capitalista por excelencia. La explotación comercial suprema: el hincha de un equipo sólo es superado en su ultrajada por un amante de una pareja interesada. Lo construido de la contienda de equipos más apetecida es una empresa formada bajo la venta de una mentira: la pertenencia a un grupo, una comunidad, una familia; cuando lo comprado realmente es el ingreso a una organización de castas. Un hincha tiene la sagrada obligación de apoyar su equipo y sus deberes están delineados a la perfección: ver sus encuentros deportivos (y los comerciales transmitidos), adquirir la entrada al estadio, comprar las camisetas que lo identifican como seguidor, costearse todo para seguir y animar a los jugadores… Por su esfuerzo, su gasto, su entrega, el hincha recibe en contraprestación por parte de la organización: nada. No comparte las ganancias monetarias, no tiene acceso a las figuras, no celebra con ellos los triunfos, no recibe ninguna propiedad por sus aportes… Un esquema piramidal más perfecto, más explotador, debe ser por poco imposible de encontrar.

La descripción en cómo se organiza la relación entre hinchas y equipos de fútbol explica porque el mundo de ese deporte es una perfecta oligarquía. Una clase poseedora de los medios de producción (los dueños de los equipos), sus trabajadores (jugadores, entrenadores y directivos) y los fieles hinchas. Es importante la claridad: la felicidad es definida por cada quien. Y puede ser suficiente para los hombres y mujeres ubicados en la base de la pirámide la dicha encontrada en las celebraciones por los triunfos del equipo que consideran suyo, sin nadie tener derecho a reprocharles por eso. Mucho menos un blog. Pero el estudio del negocio es importante, además de fascinante, y su deconstrucción emite un diagnóstico: el fútbol es un Dios, la FIFA su Vaticano y los estadios donde juegan los clubes sus misas dominicales. John Oliver lo dictaminó en celebrado segmento de su programa «Last Week Tonight»: el fútbol es una religión. Y él, como toda organización eclesiástica, hace felices a sus fieles mientras los empobrece.

Florentino Pérez

La religión consagró la estafa más perfecta jamás creada: vender un bien a ser entregado y usufructuado exclusivamente por el comprador después de fallecido. La satisfacción está por supuesto garantizada y la necesidad de servicio al cliente es nula. El fútbol tiene un patrón similar en poder: gastar para que otros jueguen. Quien asume los costos del partido no está invitado a participar. Un símil parece posible: pagar por ver a otro ser humano cenar una exquisita merienda preparada por un genial chef. ¿Cómo puede haber satisfacción personal alguna en el triunfo de once completos desconocidos, jugando para un equipo sin ningún tipo de relación real con el fanático? No la hay. Lo habido es una ilusión de triunfo en común: «ganamos», «pasamos», «goleamos», repiten los amantes del equipo. Y el análisis funciona en términos nacionales de igual forma: porque un colombiano celebrando el triunfo de su equipo de fútbol nacional debería ser algo tan bizarro como festejar un trimestre con ganancias de Bancolombia (el banco privado más grande del país).

Los directivos de fútbol y los canales de televisión fueron brillantes vendiendo la mentira estructuradora del negocio. Su estrategia más exacta: convertir al hincha en una estrella. Exhibirlo como una figura. Entre más exagerado en su celebración sea, más apasionado en su forma de expresar el amor por el equipo, más posibilidades de robarse un plano y ser la estrella por un segundo en la transmisión. Festejar vistosamente se convirtió en una misión. Y todo esto, en análisis desde la perspectiva de los accionistas y dueños de los equipos y los canales, todo esto a cambio de nada. A costo cero para los amos del deporte favorito de las masas. En ese contexto, lo habido es una licencia para socavarle a aquellos situados debajo de la pirámide todo lo posible, y, lo sucedido con la Super Liga es nada diferente al trazado de la raya limítrofe, la línea separando lo permitido de lo inadmisible. Alguna vez lo explicó Bill Maher sobre PETA: sí, algunas veces nos pasamos de la raya; pero si no lo hacemos, ¿Cómo vamos a saber dónde está la raya?

Lionel Messi

Fue en el engaño, descarado, dónde la industria tabaquera encontró su estrategia de venta. La masculinidad del hombre Marlboro, el deseo nacido de contemplar una mujer sensual, el fumar un cigarro finalizado el sexo, son ilusiones para esconder del público el verdadero bien de consumo: la nicotina. La industria ganadera halló en los condimentos el arma para vender un producto que, por definición, está en etapa de putrefacción. No se exhibe la carne en las campañas, se presenta lo que sobre ella se usa para ocultar su verdadero sabor: las salsas, los aceites, las especias… El engaño en el fútbol es vender la ilusión de pertenencia a un grupo ocultando que a él, al grupo, no está invitado el cliente. El controversial final de los Chicago Bulls en los años noventa y la intempestiva partida de Lionel Messi del Barcelona Fútbol Club en esta época, son muestras contundentes de que los hinchas y los deportistas, la esencia misma de todo el entramado, son insignificantes piezas al ser enfrentados al vaivén de los deseos del capital dominante.

Los jugadores, mucho menos sus fanáticos, no deseaban la salida de las estrellas de sus equipos. Pero la verdadera meta de la contratación en el deporte: la venta de camisetas (con acusaciones fuertes de lavado de activos a través de la operación) es la prioridad. Los hinchas de ambos equipos habían comprado ya las de sus figuras y la explotación se hacía un imposible. La explosión comercial de la NBA en la década de los noventa, alcanzando a vender derechos televisivos de sus partidos en todos los países alrededor del planeta, ridiculizan las excusas dadas por Jerry Reinsdorf (dueño de la marca) sobre por qué se finiquitaba la era de oro de los Bulls. La disminución del salario ofrecida por el equipo negociador de Messi genera un manto de dudas sobre las razones esgrimidas por la contra parte para aceptar su permanencia. No poder explotar a unos y al otro pareciera ser el trasfondo verdadero en cada caso. Su contrario, la posibilidad de hacerlo, se ha establecido como el único objetivo del deporte global.

Michael Jordan

En medio de escándalos, titulares amarillistas y alegatos de locura de allegados suyos, Britney Spears, en la cima de una carrera meteórica, acalló el escándalo con una noticia impactante: explicaría todo en una misiva dirigida a sus fanáticos, un escrito con un título capaz de hacer alucinar. Se llamaría: «la carta de la verdad». Millones de sus seguidores invadieron la página oficial de la artista el día de la publicación esperando encontrar en sus letras la clave del enigma, la salida al laberinto de sus bizarros comportamientos. Pero saciar sus ganas no sería gratis: leer la catarsis de la cantante les contraía un costo. Un botón de pago impidiéndoles el acceso al material despertó una marea de comentarios indignados, pocos moderados y la mayoría ofensivos, aunque suficientes para obligar al equipo de la estrella pop a disculparse por el cobro y liberar la carta.

Los fanáticos de Guns N’ Roses celebraron llenos de ilusiones el retorno de sus miembros originales más importantes a la alineación del grupo. Una gira mundial descomunal fue su regalo. Pero la felicidad no habría de ser eterna: un lustro entero tocando, en estadios copados, viejos temas sin una sola composición propia actual, fue suficiente para muchos. Después de unos lanzamientos de productos controversiales (por los altos costos y la nula presencia de material nuevo), los seguidores se exasperaron. Los comentarios en las publicaciones de la agrupación fueron claros: el apoyo estaba disminuyendo aceleradamente por la falta de nuevas canciones. La respuesta fue inmediata: un sencillo, «Absurd», se lanzó en todas las plataformas a nivel global; y un segundo, «Hard Skool», complacería por completo a los fuckin’ gunners.

Britney Spears

La industria del entretenimiento, artístico o deportivo, se permite un modelo de negocio con unas ganancias descomunales por la pasividad de sus clientes: los seguidores. Quien paga, en este particular, no es quien manda. No son los dueños del Barcelona Fútbol Club o los de los Chicago Bulls, Britney Spears o Guns N’ Roses, quienes puedan exigir al público; lo contrario es el derecho de las cosas. El amor los ha enceguecido: los prestadores del servicio deben satisfacer las necesidades de quienes gastan. Las demostraciones de fuerza así lo comprueban. Hay un gigante dormido. Y el detener la Super Liga, abandonar en masa el equipo más rentable en la historia de la NBA, hacer gratuito el acceso a una carta de una cantante y forzar la publicación de nuevas canciones, son muestras claras y contundentes de quién maneja la posición dominante.

¿Es iluso soñar con una revolución de los consumidores? Indudablemente no. Su opuesto es cierto: es casi incomprensible que no sea hoy una realidad. Los emporios empresariales, está demostrado hasta la saciedad, conviven con un marcado pavor a los sindicatos; pero una revolución de los consumidores les quitaría la paz. Un grupo significativo de ciudadanos dispuestos a dejar de usar los productos de una corporación hasta forzarla a modificar una costumbre empresarial inadmisible sería invaluable para la sociedad moderna. Uno organizado con el único objetivo de castigar los comportamientos poco éticos como los sistemas esclavistas estructurados por Apple, Amazon y Zara; el uso de los datos personales de sus usuarios con fines comerciales por parte de Facebook, Twitter o Google; los manejos corruptos de los rescates bancarios por parte de organizaciones como Goldman Sachs, JP Morgan o Bank of America; la financiación de guerras imperialistas y criminales como la desatada sobre Yemen con financiación de BBVA y Banco Santander; la invasión impulsada por ExxonMobil y Halliburton a un país inundado en petróleo como Irak…

Blockadia, como titula Naomi Klein las gloriosas y triunfantes luchas ciudadanas e indígenas contra la expansión desenfrenada de las empresas de hidrocarburos enfrascadas en extraer petróleo de, literalmente, los propios hogares de los humanos, son muestras irrefutables de que a pesar de las visibles transformaciones de la economía moderna: la internacionalización de la producción, el inmenso tamaño adquirido por las transnacionales, los billones en las cuentas corporativas, a pesar de la inmensidad del capitalismo moderno, el poder aún reposa en la nación, en la ciudadanía. El movimiento civil buscando acabar el cambio climático Extinction Rebellion, nacido en Reino Unido, ha entendido el reto propuesto por esta era: es incompatible la forma de producción actual con la sobrevivencia de la vida en el planeta. Capitalismo neoliberal o muerte.

¿A dónde se ha llegado? Podría ser esa la interrogante escondida entre las líneas del brillante exministro griego. Las grandes mentes de la ficción han proyectado desde tiempos inmemoriales, sin problema, en sus artes, el fin del planeta; pero pareciera imposible plasmar las últimas horas del capitalismo. Si un grupo de ciudadanos tomándose las calles frenaron los deseos de varios de los hombres más poderosos del deporte más acaudalado del planeta, nada es imposible. Si un grupo de mujeres en los lugares más pobres del planeta lograron alzarse en contra de una forma de contratación esclavista como respuesta al desastre de Rana Plaza y forzaron a las grandes marcas de ropa a aceptar sindicatos, todo es posible. Hacen cierto, todos estos hechos, que lo propuesto por Ignacio Ramonet: Otro mundo es posible, es real. Otras Repúblicas son posibles.

Niño en marcha en Bruselas de Extinction Rebellion.

Si un grupo de ciudadanos tomándose las calles frenaron los deseos de varios de los hombres más poderosos del deporte más acaudalado del planeta, nada es imposible.

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6 comentarios en “¿Los fanáticos unidos jamás serán vencidos?

  1. Respetable y comprensible el concepto emitido por Yanis Varoufakis, destacado economista e integrante del Parlamento Helénico, sobre el aberrante camino que han tomado las distintas determinaciones de los gobiernos del mundo, sobre el tratamiento de las entidades que atienden los derechos básicos de los ciudadanos, así como la condición de negocio a donde llegó el fútbol, en particular, la explotación de los jugadores y los aficionados.

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