Diplomacia de la deuda: ¿el rincón más oscuro del capitalismo?

Durante un tiempo, el par de palabras “The Corporation” fueron de la más tecleadas en el buscador de Google. Los internautas marcándolas esperaban hallar el famoso documental de Mark Achbar, Joel Bakan y Jennifer Abbott, un filme indagando en la profundidad del impacto causado por los más grandes conglomerados mundiales. La obra, una merecedora de su fama y prestigio, es una recomendación garantizada. Pero es necesario rescatar un momento poderoso del metraje, uno poco citado y celebrado por sus más fervientes entusiastas.

Carleton Brown, presentado en el filme como corredor de materias primas, permite vislumbrar en una breve frase la simpleza en la esencia del capitalismo moderno al desnudar con sus palabras el real objetivo de este: el afán de lucro. Acorde al Broker, el impacto al divisar el par de aviones derrumbando las torres gemelas (un crimen descrito como el más “horroroso jamás visto”), produjo en él una urgente preocupación: el mercado. “Dios mío -se inquiría Brown en ese momento-, ¿a cuánto habrá subido el oro?”. Ninguna preocupación le produjo la desgracia atosigando a sus conciudadanos, compatriotas y colegas; pues, al ver las construcciones en llamas una inmensa calma lo invadía al saber que “todos sus clientes” habían adquirido posiciones en el metal precioso.

Poster Oficial «The Corporation»
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Energía renovable, ¿nueva geopolítica del caos?

Las promesas de un mundo mejor, la ilusión por ver renacer una nueva era y las esperanzas de un futuro prometedor, se chocan en un fatídico accidente al ser contrastadas con la duras enseñanzas que deja el pasado. Un próspero y pacífico porvenir energético sustentado en una producción limpia y no contaminante, será otro sueño roto si la fuerza impulsora detrás de esa transformación no transmuta de la que hoy impulsa el sistema reinante y sustentado en combustibles fósiles: el beneficio empresarial. No deja de ser un hecho inobjetable la máxima de David Harvey: «no existe una idea buena y moral que el capital no pueda apropiarse y convertir en algo horrendo». La transformación de la matriz energética puede que compruebe la real crudeza de tan trágica sentencia.

La energía es la sangre del capitalismo moderno. Y a él, la procedencia de ella no le ha despertado nunca conciencia alguna. Mientras esta permita la movilidad del sistema capitalista y la interconexión de sus partes más distantes; las tragedias causadas por su inmoral obtención o los desastres a desatar por su consumación, son unas desgracias a no tener en consideración. Las guerras del petróleo y su regular conflictividad, con sus indeseadas consecuencias, son muy conocidas hasta por el más apático de los ciudadanos. Su hermano menor, el gas natural, el eslabón más relevante en la transición hacia la consolidación de una matriz energética amigable con el ambiente, ha demostrado su capacidad para despertar la insaciable sed de beneficios lucrativos infinitos. Lo más desesperanzador es que las energías no contaminantes hayan comenzado a crear los nuevos puntos de conflicto en los que se batallará como consecuencia de su emplazamiento.

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¿Qué se oculta en Afganistán?

Escasas son las vidas cuya existencia sintetizan eras enteras. La del Mulá Abdul Ghani Baradar no parece serle suficiente ser una de ellas, sino que se alza como una distinguida entre tales singularidades. Figura relevante de los muyahidines de Afganistán, las fuerzas ilegales establecidas por Estados Unidos para derrocar al gobierno secular del país y derrotar a su aliado, el Imperio Soviético, habría de transformarse en líder del grupo fomentado por Pakistán en los años noventa: los talibanes, acarreando como consecuencia el verse abocado a luchar contra sus antiguos socios occidentales, quienes los desafiaron en la Guerra contra el Terror ya en el nuevo milenio.

Atrapado en combate, en Pakistán, en algún momento del 2009 y por sus nuevos adversarios, fue condenado a una estadía en la prisión de Guantánamo como preso político sin derechos, lugar de reclusión y torturas del que saldría en 2018 por exigencia de sus partidarios al presidente Donald Trump como requisito para iniciar las negociaciones que establecerían cómo sería la retirada de las tropas norteamericanas del país asiático. A hoy, el hermano mullah (como es conocido de forma honorífica), ya instalado de nuevo en las más altas esferas del grupo islámico, tiene a su cargo los diálogos con el jefe de la Agencia Central de Inteligencia (C.I.A.) de Joseph Biden, el diplomático William Joseph Burns, centrados en culminar la aventura estadounidenses en territorio afgano.

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¿Quién le teme a las «noticias falsas»?

«El hombre que no lee es una persona más educada que la persona que no lee nada más que los periódicos». Fueron las manos de Thomas Jefferson, flamante padre fundador de la democracia en los Estados Unidos, las encargadas de unir tal conjunto de palabras a ser inmortalizadas en tan fascinante frase. Y radica ahí una sabiduría subrepticia, capaz de destruir en un santiamén el mito de sufrir en exclusiva en esta era de fenómenos atemorizantes como la posverdad y las fake news. La idea de habitar en un nuevo y oscuro periodo de la evolución humana en el que se esparcen noticias alejadas de la realidad, al que se ve abocada la especie producto del esparcimiento a todos los rincones del globo de Internet, es, tragicómicamente, tal vez, el mito y la mentira más grandes de estos días.

Las noticias falsas son tan antiguas como las noticias mismas. «La libertad de la imprenta es la libertad del dueño de la imprenta», aleccionaba con exactitud el ex presidente Rafael Correa. «La opinión pública es la opinión de los dueños de los medios de comunicación», ilustraba Ignacio Ramonet, experto en la materia, durante una de sus poderosas conferencias sobre el tópico. Jonathan Albright, Director de Investigación del Tow Center for Digital Journalism de la Universidad de Columbia, define este tipo de información como «Un contenido que puede ser viral y que muchas veces está sacado de contexto. Está relacionado con la desinformación y la propaganda, y se asemeja a un engaño intencional». Obedeciendo a ese concepto, se acierta el calificar los mitos de la colonización de América por parte de los europeos como una poderosa operación de noticias falsas para justificar el saqueo y legitimar la barbarie, la explotación del nuevo mundo por parte de la llamada civilización.

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